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                                                                                                                              No se pierda este capítulo de “Los asesinos de la luna”

                                                                                                                              Así empieza el libro en que se basa la nueva película de Martin Scorsese, protagonizada por Leonardo DiCaprio y Robert De Niro, entre otros. La historia de la comunidad india de los Osage, en Oklahoma, masacrada hace un siglo por la codicia del petróleo.

                                                                                                                              David Grann * / Especial para El Espectador

                                                                                                                              El libro "Los asesinos de la luna" se consigue en Colombia bajo el sello editorial Random House y la película, favorita para los Premios Oscar 2024, se puede ver en las salas de Cine Colombia.
                                                                                                                              Foto: Cortesía

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                                                                                                                              El libro "Los asesinos de la luna" se consigue en Colombia bajo el sello editorial Random House y la película, favorita para los Premios Oscar 2024, se puede ver en las salas de Cine Colombia.
                                                                                                                              Foto: Cortesía

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                                                                                                                              En abril, millones de flores diminutas cubren las colinas pobladas de robles y las inmensas praderas del territorio osage de Oklahoma. Hay violetas tricolor, bellezas de Virginia y estrellas violeta. El escritor osage John Joseph Mathews observó que esa galaxia de pétalos hace que parezca que «los dioses hubieran tirado confeti». En mayo, cuando aúllan los coyotes bajo una luna desconcertantemente grande, unas plantas más altas como lágrimas de dama y rudbeckias van privando poco a poco de luz y agua a las flores menudas. Los tallos de estas se quiebran, los pétalos se alejan revoloteando, y al poco tiempo quedan sepultadas bajo tierra. Por eso los indios osage dicen que mayo es el tiempo de la luna mataflores. (Recomendamos: Vea el trailer y más detalles de la película “Los asesinos de la luna”).

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              El 24 de mayo de 1921, Mollie Burkhart, con domicilio en el poblado osage de Gray Horse (Oklahoma), empezó a temer que algo le había ocurrido a Anna Brown, una de sus tres hermanas. Desde hacía tres días Anna, que contaba treinta y cuatro años, y era apenas un año mayor que Mollie, no daba señales de vida. Muchas veces se iba «de juerga», como solían decir despectivamente en su familia: a bailar y a beber con amigos hasta que despuntaba el día. Pero esta vez habían pasado ya dos noches y Anna no había comparecido en casa de Mollie como tenía por costumbre, con sus largos cabellos negros ligeramente revueltos y sus oscuros ojos despidiendo destellos como de cristal. Cuando entraba, a Anna le gustaba quitarse los zapatos, y Mollie echaba de menos oírla deambular por la casa, un sonido que siempre la reconfortaba. Por el contrario, reinaba un silencio tan estático como la llanura.

                                                                                                                              Tres años atrás, Mollie había perdido a su otra hermana, Minnie, cuya muerte fue muy prematura. Aunque los médicos lo atribuyeron a «una enfermedad consuntiva peculiar», Mollie tuvo sus dudas. No en vano Minnie había muerto con solo veintisiete años y siempre había gozado de buena salud.

                                                                                                                              Al igual que sus padres, Mollie y sus hermanas estaban inscritas en la lista osage, es decir, sus nombres constaban en el registro de miembros de la tribu. Eso quería decir, también, que poseían una fortuna. En los primeros años de la década de 1870, los osage habían sido expulsados de sus tierras en Kansas y trasladados a una pedregosa reserva, aparentemente sin valor alguno, en la región nororiental de Oklahoma. Transcurridas unas décadas, descubrieron que la reserva se asentaba sobre uno de los mayores yacimientos petrolíferos de Estados Unidos. Para conseguir el petróleo, los prospectores hubieron de pagar arriendos y derechos a los osage.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              A principios del siglo XX, todas y cada una de las personas que figuraban en la lista de la tribu empezó a recibir un cheque trimestral. La cantidad inicial era de unos pocos dólares, pero a medida que se iba extrayendo petróleo los dividendos subieron a centenares, y luego a miles, de dólares. Y los pagos crecían prácticamente cada año, como crecían los arroyos que confluían en la pradera para formar el ancho y lodoso Cimarrón, hasta que el conjunto de la tribu osage llegó a acumular millones y millones de dólares. (Solo en 1921, la tribu ingresó más de treinta millones, lo que serían hoy más de cuatrocientos.) A los osage se los consideraba el pueblo más rico per cápita del mundo. «¡Quién lo iba a decir —proclamaba el semanario neoyorquino Outlook—. El indio, en vez de morirse de hambre […] disfruta de unos ingresos fijos que ya quisiera para sí más de un banquero.»

                                                                                                                              La prosperidad de la tribu tenía perpleja a la opinión pública, pues se contradecía con las imágenes de indios americanos que se remontaban al primer y brutal contacto con los blancos, ese pecado original del cual había nacido el país. La prensa publicaba reportajes sobre los «plutócratas osage» y los «millonarios pieles rojas», con sus mansiones de ladrillo y terracota y sus arañas de luz, con sus anillos de diamante y sus abrigos de pieles, y sus automóviles con chófer. Un autor se asombraba del hecho de que muchachas osage fueran a los mejores internados y lucieran suntuosos vestidos franceses, como si «une très jolie demoiselle se hubiera extraviado en su paseo por los bulevares parisinos para acabar en este pequeño asentamiento».

                                                                                                                              Paralelamente, los periodistas no perdían ocasión de recalcar cualquier indicio del tradicional estilo de vida osage, cosa que parecía despertar en los lectores visiones tópicas de indios «salvajes». Un artículo en concreto hablaba de un «corro de automóviles caros alrededor de una fogata, en la que sus broncíneos propietarios, ataviados con mantas de vivos colores, asan carne al estilo primitivo». Otro se hacía eco de un grupo osage que llegó a una de sus ceremonias tradicionales en un avión privado, una escena que «ni el más imaginativo de los escritores podría haber inventado». Resumiendo la postura de la opinión pública sobre los osage, el Washington Post afirmaba: «Aquel típico lamento, “Ay, pobrecitos indios”, quizá habría que cambiarlo a un “Caray con los ricachones pieles rojas”».

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Gray Horse era uno de los asentamientos más antiguos de la reserva. Este y otros poblados —entre los cuales Fairfax, una localidad vecina de casi mil quinientos habitantes, y Pawhuska, la capital osage, con una población de más de seis mil almas— parecían visiones febriles. Por sus calles pululaban vaqueros, cazafortunas, contrabandistas, adivinos, curanderos, forajidos, alguaciles, financieros de Nueva York y magnates del petróleo. Los automóviles pasaban por caminos de carro pavimentados, y el olor a gasolina borraba la fragancia de las praderas. Un ejército de cuervos contemplaba el lugar desde los cables del teléfono. Había restaurantes —anunciados como cafeterías—, teatros de ópera y campos de polo.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Aunque Mollie no gastaba tanto como algunos de sus vecinos, sí se había hecho construir una hermosa y laberíntica casa de madera en Gray Horse, cerca de la vieja tienda que su familia había levantado con palos atados, esteras tejidas a mano y corteza de árbol. Poseía varios coches y muchos criados (los lamecacerolas de los indios, como solían llamar los colonos despectivamente a esos inmigrantes). Por regla general, los criados eran negros o mexicanos, y una persona que visitó la reserva a principios de la década de 1920 manifestó su rechazo al ver «incluso a blancos» realizando «todas las tareas domésticas que los osage consideran humillantes».

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Mollie fue una de las últimas personas que vieron a Anna antes de su desaparición. Aquel día, 21 de mayo, se había levantado al rayar el alba, costumbre que le venía de cuando su padre solía rezarle al sol por la mañana. Estaba habituada al coro matutino de turpiales, andarríos y gallos de las praderas, dominado ahora por el poc, poc, poc de las barrenas horadando la tierra. A diferencia de muchas de sus amigas, que rehuían la indumentaria tradicional, Mollie iba siempre con una manta india sobre los hombros. Tampoco usaba melenita de mujer liberada, sino que se dejaba el cabello suelto y lucía despejada su cara de pómulos altos y grandes ojos castaños.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Ernest Burkhart, su marido, se levantó también. De raza blanca, a sus veintiocho años tenía la típica apostura del extra de película del Oeste: cabello castaño corto, ojos azul pizarra, mandíbula cuadrada. Lo único que afeaba la imagen era la nariz; daba la impresión de que se había llevado más de un puñetazo en refriegas de bar. Hijo de un campesino pobre, de chaval, en Texas, se había dejado seducir por las historias que contaban del territorio osage, vestigio de la frontera donde supuestamente merodeaban todavía indios y vaqueros. En 1912, a los diecinueve años, preparó un hatillo como habría hecho Huck Finn y se fue a vivir con su tío a Fairfax. William K. Hale era un ganadero autoritario. Como su propio sobrino dijo de él, «no era el tipo de persona que te pedía que hicieras algo; te lo decía y ya está».[13] Hale se convirtió en un padre para el joven Ernest. Aunque su principal ocupación era hacer recados para Hale, Ernest trabajaba a veces de cochero, y fue así como conoció a Mollie, haciéndole de chófer por la ciudad.

                                                                                                                              El cineasta estadounidense Martin Scorsese presentó su nueva película "Los asesinos de la luna", en Ciudad de México. El afamado director contó su experiencia conviviendo con la nación indígena osage durante varios años.
                                                                                                                              Foto: EFE - Mario Guzmán

                                                                                                                              ***

                                                                                                                              Ernest Burkhart

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Ernest era aficionado al aguardiente y al póquer descubierto y solía jugar con hombres de mala reputación, pero bajo su aspecto de duro parecía haber ternura y un cierto grado de inseguridad, y Mollie se enamoró de él. La lengua materna de Mollie era el osage, pero en el colegio había aprendido algo de inglés; no obstante, Ernest decidió aprender la lengua de Mollie hasta ser capaz de charlar con ella. Mollie era diabética y él la cuidaba cuando le dolían las articulaciones y el estómago le ardía de hambre. Al enterarse de que otro joven le tenía mucho cariño, Ernest dijo que no se veía capaz de vivir sin ella.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              No les fue fácil casarse. Los amigos de Ernest, que trabajaban en pozos petrolíferos, se burlaban de él tildándolo de medio indio. Y aunque las tres hermanas de Mollie se habían casado con blancos, ella creyó oportuno que el suyo fuera un matrimonio concertado osage, como el de sus padres. Aun así, Mollie, cuya familia combinaba creencias osage con católicas, no lograba entender por qué Dios iba a permitirle encontrar el amor para luego arrebatárselo. Así pues, en 1917, Ernest y ella intercambiaron alianzas y votos matrimoniales y se juraron amor eterno.

                                                                                                                              En 1921 tenían ya una hija de dos años, Elizabeth, y un hijo de ocho meses, al que llamaban Cowboy. Mollie cuidaba también de su anciana madre, Lizzie, que se había mudado a casa de ellos al enviudar. En su momento, Lizzie había temido que Mollie muriera joven por culpa de la diabetes, de ahí que suplicara a sus otras hijas que cuidaran de su hermana. Al final, sin embargo, fue Mollie la que cuidó de todas ellas.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              El 21 de mayo debería haber sido un día agradable para Mollie. Le gustaba tener invitados y había organizado una pequeña merienda. Después de vestirse, dio de comer a los niños. Cowboy sufría frecuentes y horribles dolores de oídos, y ella le soplaba en las orejas hasta que el niño dejaba de llorar. Mollie era muy meticulosa con el orden y dio instrucciones a los criados a medida que la casa se iba despertando, todo el mundo de acá para allá salvo Lizzie, que estaba enferma y guardó cama. Mollie le pidió a Ernest que telefoneara a Anna para ver si podía venir a ocuparse de la enferma. Siendo la hija mayor de la familia, Anna tenía para su madre un estatus especial, y aunque era Mollie quien se ocupaba de atender a Lizzie, Anna era, pese a su carácter impetuoso, la niña de los ojos de su madre.

                                                                                                                              Cuando Ernest le dijo a Anna que Lizzie la necesitaba, ella le prometió que tomaría un taxi, y, efectivamente, llegó al poco rato, vestida con unos zapatos de un rojo subido, una falda y una manta india a juego. En la mano llevaba un bolso de piel de caimán. Antes de entrar se había peinado apresuradamente los cabellos que el viento había revuelto y se había dado un poco de colorete. Mollie, sin embargo, reparó en que se tambaleaba y farfullaba un poco. Su hermana estaba borracha.

                                                                                                                              ***

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Mollie (derecha) con sus hermanas Anna (centro) y Minnie

                                                                                                                              Mollie no pudo ocultar su disgusto. Habían llegado ya varios de los invitados. Entre ellos estaban los dos hermanos de Ernest, Bryan y Horace Burkhart,[14] quienes, atraídos por el oro negro, se habían mudado al condado de Osage y de vez en cuando le echaban una mano a Hale en el rancho. Una de las tías de Ernest, cuya idea de los indios no podía ser más racista, iba a asistir también, y lo último que Mollie quería era que Anna armase un escándalo.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              No bien se hubo quitado los zapatos, Anna empezó a montar una escena. Sacó un frasco que llevaba en el bolso y al abrirlo todos notaron el acre olor a whisky de contrabando. Después de insistir en que tenía que vaciar la botella para que no la pillaran las autoridades —la ley seca llevaba un año vigente—, ofreció a los presentes un traguito de lo que llamó la mejor mula blanca.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Mollie sabía que su hermana había tenido bastantes problemas últimamente. Acababa de divorciarse de un colono llamado Oda Brown, propietario de un negocio de transporte. Desde entonces, Anna pasaba cada vez más tiempo en las tumultuosas y prósperas poblaciones de la reserva, que habían surgido rápidamente para albergar a los obreros del petróleo; ciudades como Whizbang, donde, según se decía, la gente se pasaba el día meando y la noche follando.[*] «Aquí están reunidas todas las fuerzas de la disipación y del mal —informaba un funcionario del gobierno federal—. Juego, alcohol, adulterio, mentiras, robos, asesinato.» Anna se había sentido cautivada por los locales de los callejones oscuros, establecimientos que parecían normales vistos desde fuera pero en los que había habitaciones ocultas llenas de relucientes botellas de aguardiente ilegal. Más adelante, una de sus criadas diría a la policía que Anna era una persona que bebía mucho whisky y «muy ligera de cascos con los hombres blancos».

                                                                                                                              En casa de Mollie, Anna empezó a coquetear con Bryan, el hermano pequeño de Ernest. Habían salido alguna vez. Bryan era un poco más taciturno que su hermano, tenía unos inescrutables ojos moteados de amarillo y se peinaba hacia atrás con brillantina el pelo que ya le raleaba. Un policía que le conocía bien lo consideraba un poco liante. Cuando Bryan preguntó a una de las criadas si le gustaría ir con él a bailar aquella noche, Anna le dijo que si tonteaba con otra, le mataría.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              A todo esto, la tía de Ernest se lamentaba (en voz lo bastante alta como para hacerse oír) de que su querido sobrino se hubiera casado con una piel roja. No le costó a Mollie devolver sutilmente el golpe, pues una de las criadas que estaban atendiendo a la tía era de raza blanca, recordatorio del orden social que imperaba en la ciudad.

                                                                                                                              Anna seguía a lo suyo. Discutió con los invitados, discutió con su madre, discutió con Mollie. «No paraba de beber y de pelearse con todos —declararía después una criada—. Yo no entendía su lengua, pero estaba claro que discutían.» Y luego añadió: «Anna les estaba haciendo pasar un mal rato, y a mí me entró miedo».

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Aquella tarde, Mollie tenía pensado ocuparse de su madre mientras Ernest llevaba a los invitados a Fairfax, ocho kilómetros al noroeste, para reunirse con Hale e ir a ver el musical Bringing Up Father, sobre un inmigrante irlandés pobre que gana un millón de dólares a la lotería y se afana por integrarse en la alta sociedad. Bryan, que se había puesto un sombrero de cowboy, con el ala a ras de sus ojos de gato, se ofreció a llevar a Anna a su casa.

                                                                                                                              Mollie le lavó la ropa a su hermana, le dio algo de comer y se aseguró de que estuviese lo bastante sobria para haber recuperado su talante habitual, alegre y encantador, antes de marcharse. Estuvieron un rato juntas, compartiendo unos momentos de calma y reconciliación. Después, Anna se despidió, y al sonreír le brilló un empaste de oro.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Pasaban los días y Mollie estaba cada vez más preocupada. Bryan insistió en que había ido directamente a casa de Anna y que la había dejado allí antes de dirigirse a Fairfax. A la tercera noche, Mollie, fiel a su estilo sereno pero decidido, incitó a todo el mundo a ponerse en movimiento. Mandó a su marido a echar un vistazo a casa de Anna. Ernest vio que la puerta de delante estaba cerrada con llave. Atisbó por la ventana, pero dentro estaba oscuro y no parecía haber nadie.

                                                                                                                              Se quedó un momento parado, al sol. Unos días antes un frío aguacero había refrescado el suelo, pero ahora el sol caía a plomo entre los robles. En esa época del año el calor creaba espejismos en la pradera y la hierba crecida crujía bajo los pies. A lo lejos, en medio del rielar, podían verse las formas esqueléticas de unas torres de perforación. La criada principal de Anna, que vivía al lado, salió de su casa y Ernest le preguntó: «¿Sabes dónde está Anna?».

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Antes del aguacero, explicó la criada, había pasado por casa de Anna para asegurarse de que no hubiera ninguna ventana abierta. «Pensé que podía entrar agua», dijo. Pero la puerta estaba cerrada con llave y no había señales de Anna por ninguna parte. Se había marchado.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              La noticia de su ausencia corrió de boca en boca, de porche en porche, de tienda en tienda. Para empeorar las cosas, se supo también que otro osage, Charles Whitehorn, había desaparecido una semana antes que Anna. Un tipo simpático e ingenioso, Whitehorn tenía treinta años y estaba casado con una mujer medio blanca, medio cheyene. Según un periódico local, Charles era tan «popular entre los blancos como entre los miembros de su tribu». El 14 de mayo había salido de su casa en la parte sudoccidental de la reserva para ir a Pawhuska. Nunca volvió.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Con todo y con eso, Mollie no quiso dejarse llevar por el pánico. Era posible que Anna hubiera salido poco rato después de que Bryan la dejara en su casa, probablemente para ir a Oklahoma City o a la incandescente Kansas City, cruzando la frontera. Quizá estaba tan tranquila bailando en uno de aquellos clubs de jazz a los que le gustaba ir y no sabía nada del caos que su ausencia había provocado. E incluso si se había metido en algún lío, Anna sabía cuidar de sí misma: dentro del bolso de caimán solía llevar una pistola pequeña. Seguro que aparecía de un momento a otro, le aseguró Ernest a Mollie.

                                                                                                                              Una semana después de la desaparición de Anna un trabajador petrolero que se encontraba en una loma al norte de Pawhuska, a kilómetro y medio de la ciudad, se fijó en algo que sobresalía de unos arbustos cercanos a una torre de perforación. Al acercarse vio que se trataba de un cadáver putrefacto; la víctima tenía dos orificios de bala entre ceja y ceja. Aquello había sido una ejecución.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              En el monte hacía un calor húmedo y el alboroto era tremendo. Las barrenas hacían temblar la tierra conforme horadaban el sedimento de piedra caliza; las torres de perforación balanceaban sus largos brazos terminados en zarpas. Pronto se formó un pequeño corro de gente. El cadáver estaba en tan avanzado estado de descomposición que no era posible identificarlo. Había una carta en uno de sus bolsillos. Alguien la sacó, alisó el papel y la leyó. Iba dirigida a Charles Whitehorn, y fue así como supieron desde el principio que el muerto era él.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Más o menos a la misma hora, un hombre estaba cazando ardillas en la zona de Three Mile Creek, cerca de Fairfax, con su hijo adolescente y un amigo. Mientras los dos mayores bebían agua del arroyo, el chico avistó una ardilla y apretó el gatillo. Tras la explosión, el muchacho vio que el animal, herido de muerte, empezaba a caer barranco abajo. Sin pensarlo dos veces, el chico fue en su busca, teniendo que descender por una pendiente arbolada hasta una hoya donde el aire era denso y se oía el murmullo del arroyo. Localizó la ardilla y la cogió. Justo después lanzó un grito: «¡Papá!». Cuando el padre llegó al fondo del barranco, encontró a su hijo subido a una roca, señalando desde allí la musgosa orilla del arroyo: «Un muerto», dijo.

                                                                                                                              Había un cadáver hinchado y en descomposición. Parecía ser de una mujer india y yacía boca arriba, los cabellos enredados en el fango y la mirada vacía apuntando al cielo. El cuerpo estaba infestado de gusanos.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              El hombre y el muchacho se alejaron rápidamente de allí y cruzaron la pradera en su carreta envueltos en una nube de polvo. Cuando llegaron al centro de Fairfax no pudieron encontrar a ningún agente de la ley, así que pararon frente a la Big Hill Trading Company, un gran almacén que tenía a su vez una empresa de pompas fúnebres. Le contaron lo sucedido al propietario del negocio, Scott Mathis, y este avisó al sepulturero, que fue con varios hombres hasta el arroyo en cuestión. Una vez allí subieron el cadáver al pescante de una carreta y, mediante una cuerda, tiraron de él hasta lo alto del barranco; una vez allí lo pusieron en una caja de madera a la sombra de unos robles. Cuando el sepulturero cubrió el cadáver con sal y hielo, este empezó a encogerse como si se le escapara un último vestigio de vida. El hombre intentó averiguar si la muerta era Anna Brown, a la cual conocía. «El cadáver estaba descompuesto y tan hinchado que parecía a punto de reventar, y olía muy mal», recordaba después. Y añadió: «Estaba tan oscuro como un negro».

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Ni él ni los otros hombres pudieron identificar a la mujer, pero Mathis, que llevaba los asuntos financieros de Anna, se puso en contacto con Mollie y esta, en compañía de Ernest, Bryan, Rita —la otra hermana de Mollie— y su marido, Bill Smith, se encaminó hacia el arroyo. Les siguieron muchas personas que conocían a Anna, así como los típicos entrometidos morbosos. Kelsie Morrison, que era uno de los principales contrabandistas y traficantes de droga del condado, se sumó a la comitiva junto con su esposa osage.

                                                                                                                              Al llegar, Mollie y Rita se acercaron al cadáver. El olor era nauseabundo. Varios buitres sobrevolaban obscenamente la zona. Las hermanas no estuvieron seguras de que la cara perteneciera a Anna —apenas si quedaba algo de ella—, pero reconocieron la manta india y las prendas que Mollie le había lavado la tarde de la merienda. Luego, el marido de Rita, Bill, le abrió la boca con un palo que encontró y pudieron ver los empastes de oro. «Es Anna, no hay duda», dijo Bill.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Rita rompió a llorar y su marido se la llevó de allí. Finalmente Mollie consiguió decir «sí», que la muerta era Anna. De la familia, Mollie era la que siempre mantenía la compostura; se alejó del arroyo en compañía de Ernest, dejando atrás un primer asomo de la oscuridad que amenazaba con destruir no solo a su familia sino a la tribu entera.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. David Grann se hizo famoso con Z, la ciudad perdida. “Los asesinos de la luna” fue best Seller de The New York Times, mejor libro del 2017 según Amazon y Ganador del Edgar Allan Poe Award al Best Fact Crime. Grann escribe para la prestigiosa revista The New Yorker desde 2003. En sus reportajes ha investigado temas tan diversos como la pesca del calamar gigante, las cárceles de Nueva York o la misteriosa muerte del mayor experto mundial en Sherlock Holmes. Sus escritos han aparecido en varias antologías y, además, ha colaborado con The Washington Post, The New York Times Magazine, The Wall Street Journal, The Atlantic y The New Republic.

                                                                                                                              Por David Grann * / Especial para El Espectador

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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