Cristina Lucía Valdés y el arte de tejer cuentos

Editora periodística durante 20 años, publicó su segundo libro inspirada en las prendas de vestir como reflejo de la condición humana. “Cuentos vestidos” fue ilustrado por Gina Rosas Moncada.

Redacción El Espectador
04 de enero de 2018 - 02:09 a. m.
Cristina Valdés Lezaca ha sido editora económica de revistas como “Cambio”, “Gerente” y “Diners”. Lidera el proyecto “Mi propio libro”. / Cristian Garavito - El Espectador
Cristina Valdés Lezaca ha sido editora económica de revistas como “Cambio”, “Gerente” y “Diners”. Lidera el proyecto “Mi propio libro”. / Cristian Garavito - El Espectador
Foto: Cristian Garavito / El Espectador

¿Cómo surgió este libro en el que la ropa es protagonista?

Nació en 2015 como parte de un diplomado de escritura infantil y juvenil de la Universidad Autónoma de Barcelona, para la asignatura “El oficio de escribir”, que dicta la escritora colombiana Yolanda Reyes. Empecé a trabajar el cuento “La jardinera de la vergüenza”, una de cinco historias en las que el hilo conductor es el vestido que tenía la protagonista el día que le pasó algo particular que marcó su vida. Y comencé con esta historia de la jardinera porque la recuerdo perfectamente aun cuando han pasado muchos años desde mi adolescencia. Recuerdo su textura, su forma, su olor. Y fue esa jardinera la que me empujó a narrar lo que le ocurrió a esa adolescente durante un día de clase; fue un disparador de memoria porque evocándola brotaron los recuerdos de los compañeros, del salón de clase, del profesor y de mi mejor amiga del colegio. También de cómo me veía a mí misma en esa época de búsqueda de identidad y de confusión. La jardinera fue el detonante de las demás historias del libro en las que la ropa me permite narrar episodios importantes en la vida de las protagonistas. Importantes, no tanto por lo que llevaban puesto, sino por lo que les acontecía en ese momento de sus vidas. Fue así como la ropa me permitió viajar en el tiempo.

El lector hace introspección desde su ropero, porque lo que usamos refleja nuestra personalidad y el momento que vivimos. ¿Así fue su ejercicio?

Sí, totalmente. A través de la ropa empecé un viaje hacia mi interior. Y cada prenda me permitió recordar paisajes, personas y situaciones precisas. Para mí la ropa es un retazo de memoria con el ADN de quien la usa. No sólo recuerdo mis prendas, sino las de mis seres queridos: los delantales de mi abuela, los zapatos de mi tía, el chal de mi madre y los abrigos de mi hermana. Y todo eso me ayudó a tejer las historias. Prueba de ello es que ropa “heredada”, como la jardinera, me hizo explorar mi adolescencia y comprender situaciones que habían sido dolorosas para mí, como el hecho de haber sido sujeto de burla en el colegio o de haber sufrido desórdenes alimenticios por tratar de encajar en un entorno.

¿Cómo evadió el lugar común de la moda para llegar a un nivel sensorial?

Veo la ropa más allá de la moda, como la forma en que nos plantamos ante nosotros y ante otros, y “ejercemos” nuestra presencia. La ropa está contagiada de nuestra esencia y es también la forma en que nos hacemos recordar. Si en mi cabeza aparece el recuerdo de alguien muy querido, lo primero que me viene a la mente es la forma cómo vestía. Los zapatos, por ejemplo, hablan por sí solos de una persona. Un día descubrí que amaba a alguien cuando vi sus zapatos a la entrada de la casa y sentí una mezcla de ternura y cariño entrañables. Cuando estaba terminando los cuentos y empecé a explorar material bibliográfico que me permitiera escribir el glosario que va al final del libro, encontré un cuento maravilloso que se llama La vida secreta de Louise Bourgeois, que narra la historia de esta artista francesa y está ilustrado con las telas con las que ella trabajó a lo largo de su vida. Y me puse a investigar sobre ella y descubrí que había iniciado su camino como artista plástica a través de las prendas de su madre y de los telares que de niña hacía su familia. Fue una iluminación, porque eso mismo me ocurre en el proceso creativo con la escritura.

El factor autobiográfico y la mirada femenina emergen en nueve historias: “El delantal de la abuela”, “Tutú de seda”, “Falda viajera”, “Mantilla de boda”, “Pijama con nostalgia”, “Colcha tejida”, “Abrigos de invierno”, “Mola de protección” y “Chal azul de lana”.

Cada una es un pedazo de mí y de las mujeres de mi familia. Empecé a escribir las cinco historias largas recordando aspectos cruciales de mi vida y luego, entre ellas, inserté otras breves que hablan de prendas o accesorios de personas relevantes. El delantal de mi abuela busca retratar todo lo que la figura materna significa, mientras que el chal azul de lana es la historia de mi madre retratada en ese momento de su vida. Es la mirada de una mujer hacia ella misma, otras mujeres y su entorno en diferentes etapas.

¿Un cuento está inspirado en sus estudios de periodismo de negocios en la Universidad de Boston?

Sí, el de la falda viajera que reconstruye la llegada a una ciudad nueva y el cambio de vida y hábitos que eso significó. El encuentro con otras culturas y personas.

¿En qué ha cambiado su percepción del cuento desde la publicación de “Emilia come astromelias”, en 2015?

“Emilia” fue un ejercicio importante de catarsis y me ayudó mucho a construir esa voz que habla en cada relato. Fue la puerta de entrada a este mundo de la literatura y la escritura no ligada al periodismo. Y me dio el impulso para seguir escribiendo por ahora cuentos o historias breves. Amo los cuentos, su estructura corta me parece un desafío. Amo a narradores como Oscar Wilde, Raymond Carver o Alice Munro, que dicen tanto en poco espacio. No me comparo ni mucho menos con ellos o con alguien en particular. Encontrar mi voz a estas alturas de mi vida fue algo hermoso y Cuentos vestidos me ha permitido darles más estructura a los proyectos editoriales y más rigurosidad al hábito de escribir.

¿Cómo se libra del lenguaje periodístico una editora económica con más de 20 años de experiencia en revistas como “Síntesis Económica”, “Cambio”, “América Economía,” “Gerente” y “Diners”?

No, no hay que librarse, tengo compartimentos en mi cerebro que me lo permiten. Por ejemplo, el ejercicio del periodismo a lo largo de más de dos décadas me dio la disciplina de los cierres y las entregas a tiempo, y me ha librado de la página en blanco. Siempre que me siento ante el computador a escribir un artículo periodístico lo hago con la disciplina que me ha dado esta profesión. Y cuando empiezo a escribir una historia que no está relacionada con el periodismo lo hago en mis libretas de apuntes. Cuando empecé a estudiar periodismo un profesor me dijo que mi redacción era infantil. Me sentí un poco traumatizada, pero luego aprendí que debía crecer como periodista, pero nunca tapar mi voz de narradora. También me ayudó escribir historias de negocios en las que las personas son fundamentales para entender lo que significan las cifras.

Hace diez años cofundó Una Tinta Medios, reconocida empresa editora de libros de gran formato. ¿Eso le cambió la profesión de escritora?

Sí, me acercó más a eso tan entrañable que son los libros. En una década hemos contado la historia de muchas empresas y entidades como el Departamento Nacional de Planeación o de Juan Valdez a través de sus protagonistas. Y nos permitió formar parte de ese proyecto tan importante, la “Colección Savia”, que aborda la botánica a través del relato periodístico. Gracias a Ana María Cano y Héctor Rincón, los editores de la colección, pude escribir sobre el sabio Mutis o la botánica Gloria Galeano la persona que más ha investigado sobre palmas en Colombia y el mundo, o sobre cedros, robles y bosques andinos.

Asimismo lidera “Mi propio libro”, el sello de su libro, que ayuda a quienes escriben y no saben cómo publicar. ¿Cuál es el balance de esta apuesta?

Muy positivo. Encontramos un vacío grande, pues muchas personas que quieren publicar sus escritos, ya sean literarios o producto de su quehacer profesional, no saben cómo hacerlo. El mercado editorial es muy cerrado y, por ejemplo, según estimativos de la Cámara del Libro, el 96% de los manuscritos que llegan a una editorial son rechazados. ¿Cómo hace una persona que quiere difundir sus escritos? Por fortuna la figura del autor editor viene ganando terreno y eso ha permitido que iniciativas como la nuestra tengan acogida. Las asesoramos en todas las fases del proceso editorial para que el sueño de escribir sea una realidad tangible y el libro quede bien hecho.

¿Trabaja en un próximo libro?

En el lanzamiento de Cuentos vestidos un amigo me dijo que este libro era la mirada femenina a otras mujeres y preguntó si algún día iba a escribir algo sobre los hombres. Pues estoy trabajando en un proyecto inspirado en el Cuaderno de novios de la escritora Beatriz Caballero. Son historias de los hombres que he tenido la fortuna de conocer y empiezo con esa que tanto nos marca: la relación con el padre.

Por Redacción El Espectador

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