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Misael Payares: el vocero de la paz

La lucha pacífica de las 123 familias del corregimiento de Buenos Aires, en Bolívar, por su territorio, las hizo merecedoras del Premio Nacional de Paz 2013.

El Espectador
13 de noviembre de 2013 - 10:43 p. m.
El premio que recibió ayer Misael Payares fue otorgado por el PNUD, Caracol Radio, Proantioquia, Friedrich Ebert Stiftung en Colombia (Fescol) y la Casa Editorial El Tiempo. / Gustavo Torrijos
El premio que recibió ayer Misael Payares fue otorgado por el PNUD, Caracol Radio, Proantioquia, Friedrich Ebert Stiftung en Colombia (Fescol) y la Casa Editorial El Tiempo. / Gustavo Torrijos

¿En qué momento pasó de trabajar la tierra para tomar la vocería y trabajar por su pueblo?

Soy un líder natural desde los años 70. Pero en el año 88 formamos la Asociación de Campesinos de Buenos Aires (Asocab) con el propósito de tener unidad para permanecer en el territorio y producir dignamente. Sin embargo, hemos tenido varios tropiezos con los narcotraficantes y la empresa privada que han querido apropiarse de lo que nos pertenece.

¿Cuál de los dos los ha afectado más?

Aunque el paramilitarismo nos desplazó en 2003, hemos sentido un mayor impacto con la empresa privada Aportes San Isidro S.A.S., que se dedica al cultivo de palma, porque nos viene dañando lo que sembramos, nos quema las casas, nuestros animales y los cercados.

¿Cómo han logrado resistir pacíficamente con semejantes lobos al acecho?

La mayor resistencia es la esperanza y la fe en Dios. Y la convicción de que para reclamar un derecho, uno no necesita acudir a la violencia.

¿Cree que los diálogos en La Habana se traducirán en la verdadera paz que necesitamos los colombianos?

Sí. Soy de los que creen que la paz se construye dialogando y no con las armas. Pero antes del diálogo tiene que haber un desarme. No sólo de las armas de hierro, si no de las espirituales: cuando uno siente el dolor del vecino como propio, en ese momento se puede vislumbrar la paz.

Es decir, los diálogos no deberían efectuarse en medio del conflicto...

Claro, porque la paz se consigue reduciendo el instrumento que causa el dolor y la discordia, si no se siguen creando heridas. Somos testigos de los constantes ataques entre guerrilla y Gobierno y de cómo eso afecta al pueblo.

Usa un chaleco antibalas. ¿Cómo convive con el tema de la seguridad?

Es un gran peso, pero es el sacrificio y el aporte que hago a mi pueblo. Sin embargo, mi mayor seguridad es Dios.

¿Todavía trabaja la tierra?

No, ya no me queda tiempo para poner mis manos a producir.

¿Le hace falta o ya se acostumbró a esta vida?

Mucha falta. El contacto con la tierra, las plantas, los animales, es algo que me llena de una gran satisfacción. Trabajar la tierra es un arte y, con orgullo, puedo decir que he sido un gran artista en la materia (risas). Pero luchar por mi gente y por la paz también me alegra la vida.

Se expresa muy bien. ¿Tuvo la opción de formarse e ir a la escuela o lo hizo por su cuenta?

Sólo fui un año y quedé traumatizado. Pero soy un gran lector, sobre todo de la vida, del tiempo. Nunca he necesitado un papel ni título. Fui concejal de Buenos Aires, mi pueblo, y lo único que necesité para ejercer fueron dignidad y honestidad.

¿Cómo viven en Buenos Aires?

Con las uñas. No tenemos buenas condiciones de vida. La única presencia del Estado es a través de una pequeña escuela.

¿Cree que con el reconocimiento de paz que se le otorga a las 123 familias, el Estado tendrá más presencia en el pueblo?

Es lamentable que tengan que hacer estos reconocimientos para que haya una verdadera presencia del Gobierno. Si no hubo cumplimiento después del paro agrario, veo difícil que un premio cambie la situación. Sin embargo, es una motivación para seguir adelante.

Vienen elecciones. ¿A quién elegiría para que nos represente en el próximo período?

Con toda la demagogia que hay en este país y las pocas acciones, es difícil creer en alguien que verdaderamente quiera la paz para el pueblo y que no venda su conciencia. Por ahora, la lucha y la resistencia seguirán siendo desde y para el pueblo.

 

Por El Espectador

 

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