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No exagera el maestro Aston Alfonzo Zamudio, artista y heredero de una larga tradición, al afirmar que el circo ha soportado, a lo largo de más de 200 años, “las épocas de violencia, climas desafiantes, muchos kilómetros por carreteras abandonadas, el estigma y los mitos”, así como la ausencia del reconocimiento de su historia, que data desde el ingreso de los saberes circenses a comienzos del siglo XX por los puertos del país - como el de Buenaventura o Puerto Colombia- y que ha ido entretejiendo un camino trashumante entre carpas que eran trasportadas por río, a lomo de mula o en ferrocarril, y entre dificultades por la precariedad de las vías. Sin embargo, ninguno de estos obstáculos impidió llegar a tantos rincones del país para instalarse en patios de casas o algún pedazo de tierra espacioso, y poco a poco facilitando la construcción de infraestructuras adecuadas.
Aston pertenece a la cuarta generación de una reconocida familia de artistas y maestros circenses. Desde niño, las acrobacias, el contorsionismo, el equilibrio, los saltos aéreos y actos cómicos han hecho parte de su vida y su formación como artista, alternándolo con otras habilidades tras escena, como funciones de ingeniería, instalación, montaje de estructuras y administración de diversas funciones en el ámbito nacional e internacional. Nos cuenta que su gran mentor ha sido su padre, con quien no solo comparte la pasión por el circo sino también el nombre, lo presenta como el señor Aston Zamudio, quien fuera uno de los mejores trapecistas del mundo. Él les transmitió sus conocimientos mediante estrictos entrenamientos diarios, inspirando disciplina y respeto por el arte. “De niño, me llevaba a visitar circos, ya que entre la gente del gremio casi todos se conocen y se visitan mutuamente, con el fin de compartir saberes, técnicas o simplemente observar la creatividad de los demás espectáculos; a los ocho años tuve mi primer contrato fuera del país en una gira por Ecuador como contorsionista”, comenta Aston.
Las familias circenses tradicionales en Colombia son guardianas de ese legado. Estas dinastías nómadas, que han recorrido el país por décadas en coloridas carpas, representando un modo de vida único, caracterizado por la itinerancia y la pasión por la escena, dedican su vida a llevar alegría a comunidades de todo el territorio nacional, a menudo en zonas periféricas.
Para el maestro Zamudio el circo tradicional “es una de las expresiones más antiguas del arte y el deporte, esta combinación nace desde la necesidad de poner a prueba el cuerpo humano en condiciones de riesgo y desarrollar habilidades de supervivencia que luego serían usadas para entretener; entonces se convierte en arte y se transmite de familia en familia y de generación en generación, conservando así costumbres y tradiciones distintas a la vida de un ciudadano del común”.
Sin embargo, para Aston, a pesar de su importante contribución al patrimonio cultural, el circo tradicional aún enfrenta desafíos para consolidarse como una expresión artística valorada en su justa medida, que requiere, entre otros, el reconocimiento de artistas itinerantes, con conocimientos de la tradición oral, técnica y académica, quienes han representado a Colombia en los escenarios más importantes del mundo, participando en festivales de renombre y cautivando al público con sus habilidades y carisma.
El nuevo circo
La carpa es tan grande que caben dentro de ella “manifestaciones artísticas que combinan las técnicas clásicas como malabares, acrobacia y técnicas aéreas con elementos de la danza, el teatro y las nuevas tecnologías, enfatizando en la dramaturgia, la narrativa y la estética visual más que en el virtuosismo de los actos”, explica Luisa Montoya, artista escénica, fundadora y codirectora de La Gata Cirko, primera compañía independiente de nuevo circo en Colombia, que desde hace 23 años crea obras y números, y diseña espectáculos de pequeño, mediano y gran formato.
El acercamiento de Luisa a las artes circenses siempre fue autogestionado y guiado por su intuición, “mi primer contacto con el circo fue en 1999, con Felipe Ortiz, mi socio, cofundador y codirector de La Gata Cirko, quien me mostró algo sobre los malabares y abrió mi interés a través de videos del Circo del Sol. Desde ahí, me interesé por las técnicas aéreas, las cuales aprendí gracias a artistas itinerantes venidas de Europa y Suramérica”.
Luisa explica que el nuevo circo “busca expandir los conocimientos de las técnicas clásicas para ser complementadas con saberes traídos del teatro y la danza”, amplía las posibilidades de creación, como salirse de la carpa, y llega a teatros, bodegas y espacios no convencionales para las artes escénicas. Lo que ha propiciado que proyectos organizados por las mesas locales de circo, gestores artísticos locales y universidades participen en múltiples procesos de formación interdisciplinar.
Todas estas exploraciones —guiadas por la consolidación de compañías innovadoras, la creación de espacios de formación accesibles, la realización de festivales y encuentros, y la creciente colaboración con otras disciplinas artísticas— han impulsado la profesionalización del sector. Así, el nuevo circo colombiano se ha convertido en un referente internacional, gracias a la innovación de sus artistas y compañías. El nuevo circo colombiano ha florecido en los últimos años impulsado por una mayor inversión estatal y un creciente interés institucional.
Luisa dice que sigue aprendiendo “desde otro lugar, con otros intereses, ya no solo a un nivel técnico aplicado al cuerpo. Se ha expandido hacia la relación del circo con la pedagogía, la biología, la anatomía y la nutrición”. Se demuestra que la integración del circo con otras disciplinas ha permitido que sea reconocido como una expresión cultural de alto valor en el país y ojalá cuente con las condiciones para consolidarse como tal.