Por casi una década, en lo alto de Cazucá, entre calles destapadas, casas en obra y un paisaje marcado por el abandono estatal, Luz Mary Herrera Ospina decidió convertir una loma en un territorio para la esperanza. Nacida en Norcasia, Caldas, víctima del conflicto y hoy residente de Soacha, esta lideresa comunitaria transformó un antiguo punto de consumo y violencia en un espacio de creación colectiva. Lo que empezó como un taller de guitarra improvisado terminó convirtiéndose en la Fundación Semillas & Raíces, un proyecto que hoy protege, acompaña y forma a más de un centenar de niñas, niños y adolescentes a través del arte, la educación popular y la participación comunitaria.
Semillas & Raíces nació como respuesta a una realidad dura: la ausencia de espacios seguros para jóvenes en Altos de Cazucá y la constante amenaza del reclutamiento, el consumo y las violencias cotidianas. “Nuestro proyecto ocupa el tiempo libre para arrebatar a los niños del pandillismo y el consumo”, explica Luz Mary. Lo que empezó como un acto de protección para su propia familia evolucionó rápidamente. “En primera instancia lo hice como madre. Después me volví madre de un montón de niños y jóvenes”, recuerda.
Su liderazgo se sostiene en tres pilares: la escucha activa, la autogestión y la persistencia. A pesar de la escasez de recursos, la fundación ha logrado consolidarse como un referente cultural en la loma. Hoy es pionera en muralismo comunitario, donde son los mismos niños quienes pintan las memorias de su territorio, acompañados por artistas locales. Estos murales no solo embellecen el barrio; reconstruyen identidad, fortalecen pertenencia y resignifican espacios históricamente asociados a la violencia.
A través de música, teatro, danza, muralismo y otras artes, Semillas & Raíces forma ciudadanos críticos y líderes comunitarios. Luz Mary lo resume así: “El arte puede salvar vidas. No formamos solo artistas: formamos personas capaces de soñar y reconstruir sus territorios”. Sus metodologías integran arte urbano como resistencia, educación ambiental, deporte y procesos de paz, todo atravesado por un enfoque comunitario y de educación popular.
Entre sus proyectos más destacados está Semillas Band, una agrupación juvenil que crea música con mensajes sociales; Memorias con Historias, que resignifica espacios públicos mediante el muralismo; y Corazón Concreto, una iniciativa de mejoramiento colectivo de vías que ya ha pavimentado cinco calles gracias al trabajo comunitario.
El impacto es tangible. Algunos de aquellos niños que empezaron en el proceso ya son jóvenes de 20 o 23 años que, aunque no siempre tuvieron acceso a la universidad, encontraron en la cultura un camino de vida y una brújula ética. “Tal vez no tienen todas las oportunidades, pero al menos no le hacen mal a la sociedad. Luchan por ser diferentes, desde un pensamiento crítico que se les promovió en el proceso”, afirma Luz Mary con orgullo.
Su llegada a Titanes Caracol 2025 es el resultado de años de insistencia: cuatro postulaciones, varias derrotas, mucha persistencia. Cuando finalmente escuchó su nombre como ganadora, la voz se le quebró. “Soy buena para la oratoria, pero me llené de emociones… casi no pude hablar”, recuerda entre risas. Para ella, el reconocimiento es más que un premio: es una validación para una comunidad históricamente ignorada. “En una loma donde a nadie le para bolas, esto significa muchísimo.”
Con la mirada puesta en el futuro, Luz Mary sueña con replicar el modelo en otros territorios, fortalecer los procesos de intercambio cultural —como los que ya han llevado a jóvenes de Cazucá a Norcasia— y seguir construyendo espacios seguros donde la juventud pueda imaginar un presente distinto.
Ser Titan no es un título, dice ella: es levantarse cada día con la convicción de que el cambio es posible. Es sembrar esperanza en el suelo más duro. Es transformar el dolor en fuerza colectiva.
Y eso es exactamente lo que hace Luz Mary Herrera Ospina, la mujer que convirtió una loma olvidada en un territorio fértil de arte, memoria y futuro.