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Helena Iriarte: la contadora de recuerdos

La muerte repentina de su padre, la persona con la que más conectó en su vida, en el día de su cumpleaños la convirtió en quién nunca se propuso ser: una escritora de novelas.

Isabel Caballero Samper

13 de diciembre de 2024 - 09:00 a. m.
Helena Iriarte.
Foto: Cortesía
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Helena Iriarte dedicó la mayor parte de su vida a enseñar literatura. Lo de escribirla pasó casi por accidente. “Para nosotros, la gente de mi generación, leer, oír cuentos, contar cuentos, inventar cuentos era una cosa que era tan normal, más normal que lavarse los dientes”, dice sentada en un sillón de una librería de Villa de Leyva, donde vive desde hace unos tres años. “Realmente yo he dedicado mi vida a la enseñanza. Durante 50 años fui profesora hasta el año 2018. Me hace falta la cátedra indudablemente, pero ya con 86 años creo que fue suficiente. Fue realmente una cosa muy hermosa”.

Helena viene de una familia de grandes lectores. Sus cuatro hermanos se dedicaron a la literatura, al igual que ella. Alfredo escribió crónicas y novelas de sátira y humor; Amalia, fue profesora del departamento de literatura de la Universidad de los Andes, y Gabriel, fue director editorial de la casa de publicaciones Penguin Random House. “Nunca nos pisamos porque eran cosas muy diferentes”, aclara Helena.

En 1955 entró a estudiar filosofía y letras en la Universidad de Los Andes, se graduó en 1960 y le dieron una beca en el Instituto Caro y Cuervo para hacer una especialización en literatura hispanoamericana. Después se ganó otra beca para ir a España a seguir estudiando. “Pero era la dictadura de Franco. Me obligaron a hacer la tesis sobre un poeta franquista, naturalmente dije que no y me quitaron la beca. Pero bueno, sobreviví y no le vendí el alma al diablo. Mi papá, cuando le escribí una carta diciendo que me habían quitado la beca, me dijo: ‘Bueno, no hay dinero, pero la felicito porque nunca ha hecho una concesión y el día que haga la primera seguirá haciendo concesiones, entonces la felicito’”.

Helena volvió a Bogotá a enseñar literatura en varios colegios y universidades del país, como la Universidad Javeriana, donde estuvo 25 años. Además, dictó clases y talleres a estudiantes norteamericanos sobre clásicos de la literatura griega, española e hispanoamericana. “No me interesa el bombo de lo que recién sale”, dice entre risas.

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En ese tiempo también trabajó como editora de textos, correctora de estilo y escribió artículos académicos, que ahora recuerda con antipatía. Su vida estaba dedicada a la literatura, pero no tenía planeado ser ella la autora, hasta que un día escribió una novela.

“Nunca quise escribir una. Lo que ocurre es que en 1972 murió mi papá y él fue el ser más cercano en mi vida. Mi papá fue todo, y murió. Además, falleció el día de mi cumpleaños. Y como a los 15 o 20 días me senté en mi Olivetti bendita y escribí mi novela titulada ¿Recuerdas, Juana? Esa novela no tiene correcciones, fue como si me la estuvieran dictando, la cosa más impresionante. Después las otras novelas me han costado mucho trabajo y correcciones, pero esta fluyó sola”.

Helena guardó el manuscrito en un cajón y siguió con sus clases, con sus talleres y las novelas que escribían otros por más de 15 años, hasta que un día decidió mostrárselo a Margarita Valencia, para quien trabajaba haciendo corrección de estilo en Carlos Valencia Editores.

“Un día, muy tímida, le dije: ‘Margarita, yo tengo una novela’. Y ella, que era una mujer maravillosa, me dijo: ‘Tráigame la novela, si me gusta la publico. Si no, se la devuelvo’. Al otro día me llamó: ‘Es muy bella, se la publico’”.

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¿Recuerdas, Juana? salió publicada en 1989, cuando ella tenía 52 años. Es la historia de la imaginación de una niña que a través de sus recuerdos mantiene vivo a su padre muerto. Casi diez años después sacó su segunda novela, llamada Frente al Mar que no te Alcanza y en las siguientes dos décadas, entre sus sesenta y sus ochenta y tantos, sacó cinco novelas más. Pero cuando habla sobre el proceso de escritura de esas novelas cree que era muy joven cuando las escribió.

En la escritura de Helena la memoria es un rasgo fundamental: hay personajes que se encuentran con su pasado como en un teatro donde pueden ver pasar escenas de su vida y personajes que bajan al jardín y se encuentran con sus muertos. Hay personajes que olvidan toda su vida después de un hecho doloroso y personajes que escriben cartas recordando.

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“A mí la memoria me obsesiona. En todo, incluso desde lo más amplio, la memoria de los pueblos, a la memoria individual. Entonces, en todo lo que escribo los recuerdos siempre aparecen. La memoria es mi gran compañera”, dice Helena. “Pero son todas esas leyendas, todas esas historias que aquí, desgraciadamente, se están perdiendo porque eso no está en los celulares. Y un ser maravilloso que estuvo junto a mí fue la muchacha que se llamaba Candelaria Lancheros, una mujer boyacense del tiempo de antes. Por las noches ella se sentaba al lado de mi cama a contarme historias, historias de su tierra, de Tenza, y eso me ha alimentado a mí en una forma increíble, yo sigo utilizando esas historias y siempre la menciono a ella. Es el revivir de toda la leyenda del campesinado de lo que era tomado como pura verdad”.

Helena pasa sus días en Villa de Leyva recordando su vida, recordando las historias que contaban sus padres, las leyendas que le contaba Candelaria, leyendo clásicos y escribiendo cuentos. “Pero realmente no estoy interesada en publicar, si lo publican bien, sino no me importa ya a estas horas de la vida”.

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Voces y Saberes | Helena Iriarte

Por Isabel Caballero Samper

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