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                                                                                                                              José Tomás en Juriquilla

                                                                                                                              El escritor Alfredo Molano Bravo viajó a Juriquilla (México) a la reaparición del torero español, José Tomás. Crónica de una tarde esperada.

                                                                                                                              Alfredo Molano

                                                                                                                              Juriquilla fue una gran hacienda; hoy es un pueblo absorbido por Querétaro, una ciudad que dejó de ser la Popayán de México para convertirse una de las más industriales de ese país, donde se fabrican desde aviones hasta galletas. El 3 de mayo, día de la Santa Cruz, toreó José Tomás, que no lo hacía en México desde el 24 de abril de 2010, cuando un toro en Aguascalientes casi le quita la vida. No es fácil explicarse por qué una figura que alterna en la historia con Belmonte y Manolete quiso regresar a torear en una placita cuando habría podido llenar la Monumental de México, en la que caben 50.000 espectadores. Las boletas para verlo se agotaron prácticamente antes de venderse en las taquillas. Se dice que fue por acompañar a su amigo Fernando Ochoa a cortarse la coleta. Quizás haya parte de verdad en el gesto. La otra parte es que a José Tomás le gusta llevarles la contraria no sólo a los empresarios sino a la fama. No se deja cortejar por los cronistas ni por el público y para demostrarlo aceptó torear casi en privado después de la apoteosis de Nîmes, donde cortó 11 orejas y un rabo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              José Tomás abrió con verónicas a pie junto y una media soberbia que puso el tono de la corrida. Con la muleta toreó al natural citando de frente, lo que ya casi no se ve. Es una suerte que no permite dar el pasito atrás, lo que es muy de la personalidad de José Tomás, que ha dicho: “Sólo se puede caminar hacia adelante”. Siempre anda buscando al toro hasta ponerse en la línea de muerte con una certeza pavorosa. Como si lo hubiera pactado con el animal. Toreó como torea: sin moverse, con una solemnidad y una lentitud que paralizan el tiempo y hacen correr escalofríos en los tendidos. El miedo y la gloria juntos: la quietud de la muerte y el movimiento de la vida. Lo hizo una y otra vez, hasta donde hubo toro. Después mató con limpieza. El toro dobló en medio del ruedo. Recibió las dos orejas y un aplauso interminable.

                                                                                                                              Su segundo fue un manso sin remedio, que pasó sin pena ni gloria por la espada del torero.

                                                                                                                              La faena a su tercero, de nombre Rey de Sueños, fue también memorable, no tanto por los lances con capa –trompicó alguno–, sino por la dulzura de la muleta. Hizo pases que sonaban como si fueran acordes: templados, precisos y sin evadir distancias. Hizo una serie de estatuarias medidas en las que, obediente, el toro se entregó. No encontró el sitio al matar porque Rey de sueños era maniabierto –patuleco–, no cerraba las manos y así la espada tocó hueso siete veces y el torero oyó un aviso, algo muy raro también. Al arrastre, el torero besó al toro en el testuz. La plaza era un solo grito: “torero, torero”. Lo asombroso del toreo de José Tomás es la profundidad, una manera de meterse en el sentimiento de sí mismo y de poder despertarlo en los espectadores. Por eso se dice que es un místico, un San Juan de la Cruz. Sabe adentrarse en el espíritu humano –tan desconocido– exponiéndose al filo de la muerte con los naturales y al resucitar rematando con un pase de pecho. Logra que la plaza sea con el torero un solo sentimiento.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Las faenas de Fernando Ochoa fueron otra cosa. Toreó con derechazos, algunos afortunados, sin redondear. Avaro con la izquierda, fue aplaudido más por su despedida –al triste son de Las Golondrinas, coreado por la plaza entera– que por su faena.

                                                                                                                              Fue una tarde maravillosa. Habrá que ir a ver a José Tomás también el día de Corpus Cristi en Granada. O a donde vaya. 

                                                                                                                              Juriquilla fue una gran hacienda; hoy es un pueblo absorbido por Querétaro, una ciudad que dejó de ser la Popayán de México para convertirse una de las más industriales de ese país, donde se fabrican desde aviones hasta galletas. El 3 de mayo, día de la Santa Cruz, toreó José Tomás, que no lo hacía en México desde el 24 de abril de 2010, cuando un toro en Aguascalientes casi le quita la vida. No es fácil explicarse por qué una figura que alterna en la historia con Belmonte y Manolete quiso regresar a torear en una placita cuando habría podido llenar la Monumental de México, en la que caben 50.000 espectadores. Las boletas para verlo se agotaron prácticamente antes de venderse en las taquillas. Se dice que fue por acompañar a su amigo Fernando Ochoa a cortarse la coleta. Quizás haya parte de verdad en el gesto. La otra parte es que a José Tomás le gusta llevarles la contraria no sólo a los empresarios sino a la fama. No se deja cortejar por los cronistas ni por el público y para demostrarlo aceptó torear casi en privado después de la apoteosis de Nîmes, donde cortó 11 orejas y un rabo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              José Tomás abrió con verónicas a pie junto y una media soberbia que puso el tono de la corrida. Con la muleta toreó al natural citando de frente, lo que ya casi no se ve. Es una suerte que no permite dar el pasito atrás, lo que es muy de la personalidad de José Tomás, que ha dicho: “Sólo se puede caminar hacia adelante”. Siempre anda buscando al toro hasta ponerse en la línea de muerte con una certeza pavorosa. Como si lo hubiera pactado con el animal. Toreó como torea: sin moverse, con una solemnidad y una lentitud que paralizan el tiempo y hacen correr escalofríos en los tendidos. El miedo y la gloria juntos: la quietud de la muerte y el movimiento de la vida. Lo hizo una y otra vez, hasta donde hubo toro. Después mató con limpieza. El toro dobló en medio del ruedo. Recibió las dos orejas y un aplauso interminable.

                                                                                                                              Su segundo fue un manso sin remedio, que pasó sin pena ni gloria por la espada del torero.

                                                                                                                              La faena a su tercero, de nombre Rey de Sueños, fue también memorable, no tanto por los lances con capa –trompicó alguno–, sino por la dulzura de la muleta. Hizo pases que sonaban como si fueran acordes: templados, precisos y sin evadir distancias. Hizo una serie de estatuarias medidas en las que, obediente, el toro se entregó. No encontró el sitio al matar porque Rey de sueños era maniabierto –patuleco–, no cerraba las manos y así la espada tocó hueso siete veces y el torero oyó un aviso, algo muy raro también. Al arrastre, el torero besó al toro en el testuz. La plaza era un solo grito: “torero, torero”. Lo asombroso del toreo de José Tomás es la profundidad, una manera de meterse en el sentimiento de sí mismo y de poder despertarlo en los espectadores. Por eso se dice que es un místico, un San Juan de la Cruz. Sabe adentrarse en el espíritu humano –tan desconocido– exponiéndose al filo de la muerte con los naturales y al resucitar rematando con un pase de pecho. Logra que la plaza sea con el torero un solo sentimiento.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Fue una tarde maravillosa. Habrá que ir a ver a José Tomás también el día de Corpus Cristi en Granada. O a donde vaya. 

                                                                                                                              Por Alfredo Molano

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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