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La reencarnación chocoana del barco fantasma

Un joven guitarrista reinterpreta desde la música clásica europea las leyendas del Pacífico colombiano.

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El Espectador
30 de marzo de 2015 - 03:41 a. m.
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Entre los que el año pasado asistían a los recitales del bogotano Sebastián Villanueva en ciudades como Quimper, Saint-Brieuc, Lyon o París siempre había un par de caras sorprendidas. En el programa estaba señalado que escucharían música de la costa colombiana y sin embargo quien subía al escenario era un joven armado con una guitarra acústica. Había una lectura que se entrecruzaba con la música y una ilustración proyectada en el fondo, pero no tambores ni baile ni vestidos coloridos.

El título que Villanueva ha dado a su proyecto musical, con el que ganó la beca de creación Nacional Idartes en 2013 y la beca de circulación de la Alianza Francesa, Idartes y la Embajada de Francia el 2014 es El Maravelí. Así llaman los habitantes de la Costa Pacífica a un barco condenado a navegar por toda la eternidad, que no deja de ser pariente de todos los barcos fantasmas del mundo, desde el “caleuche” chileno hasta ese piloteado por el holandés errante que inspiró a compositores como Richard Wagner y Pierre-Louis Dietsch.

Villanueva cita a Baudilio Rebelo “El pasado es un puerto de llegada” antes de explicar que “Ese Maravelí que en las tradiciones del pacífico donde instrumentos antiguos acompañan el lamento de su tripulación es el paralelo a mi ‘barco’ que desde la visión de un bogotano pretende conjugar la narración oral las ilustraciones y la guitarra solista”.

La tradición y la mojarra

Bela Bartok y Zoltan Kodaly en Europa, y luego la línea que va de Heitor Villalobos, a Astor Piazzola y Alberto Ginastera en Latinoamérica hacen parte de los compositores que no sólo se han nutrido de la música tradicional de sus países, sino que han realizado un verdadero estudio etnográfico para reapropiarse de ella a través de la herencia clásica europea. En Colombia la lista incluye a compositores como el santandereano Luis A. Calvo y la nariñense Maruja Hinestrosa Eraso y a intérpretes como Clemente Diaz y Gentil Montaña.

“También Samuel Bedoya, Bernardo Cardona, Gustavo Niño”, señala Villanueva como temiendo que le falten nombres en la lista. La música colombiana la conoció en las reuniones familiares en las que se interpretaban bambucos y guabinas. Momentos de revelación tuvo dos: uno cuando uno de sus tíos le presentó la bourrée de la suite BWV 996 de Johann Sebastian Bach. Villanueva tenía once años. A los doce ya estudiaba guitarra en la academia de Francisco Cristancho ; a los trece hacía parte de la escuela de la sinfónica Juvenil.

La segunda revelación comenzó en la época en la que por la carrera 19 en Bogotá veía a un grupo de jóvenes que “con tambores, clarinetes saxofones, se imponían armónicamente entre los Buses, indigentes y vendedores ambulantes”. Ese grupo se convertiría con el tiempo en La Mojarra Eléctrica. “Luego, en un festival al parque, un grupo sobrenatural llamado Curupira me planteó un universo de posibilidades experimentales. Cuando conocí a Tumbacatre, su marimba me tocó hasta el último hueso”, dice Villanueva.

Las historias de la abuela

En El Maravelí, un proyecto que fue asesorado por los maestros Clemente Díaz y Hugo Candelario, la música de Villanueva va de la mano con las ilustraciones de Javier Berján y los textos de Andrés Serrato.

“La idea es un reencuentro con nuestra imaginación donde la música, como una idea abstracta, se dibuja por el trazo de estas narraciones y encarna su espíritu en estas ilustraciones”, agrega.

“Mi abuela Bernarda, hipnotizaba con facilidad a un publico de treinta primos y dieciséis tíos. Ella me marcó un camino en donde aún pienso en que se me va a aparecer la patasola. En el colegio, el Salesiano León XIII, conocí el teatro y los descomunales espectáculos de zanqueros que con una impresionante escenografía y música hecha por nosotros, envolvían en sus historias a mas de mil trescientos niños” .

El canto de las Ballenas

El proceso de creación de cada una de las piezas de El Maravelí fue diferente. “Por ejemplo ‘El piso de Tumaco’ la compuse para el concurso Andrés Segovia en España en donde se rendía homenaje al compositor cubano Leo Brower. Así que decidí partir del motivo principal del segundo movimiento de su “decamerón negro”, la huida de los amantes por el valle de los ecos. De las diversas versiones sobre la creación fantástica de Tumaco, escogí la que recopiló Rogerio Velasquez, que habla de una ballena, que nació cerca de los volcanes, y una tarde la tierra no pudo más con ella y se quebró. Durante la creación desarrollé una técnica extendida para la guitarra que busca imitar el canto de las ballenas, frotando con el dedo pulgar y haciendo resonar un armónico en intervalo de séptima menor sobre la nota pulsada”.

Para Óscar Hernández Salgar, quien fue profesor de Villanueva durante sus estudios en la Universidad Javeriana, la gran innovación de El Maravelí es que “no es solo una fusión con músicas tradicionales del Pacífico, son composiciones originales para guitarra, que muy sutilmente hacen referencia a sonoridades de esas músicas y están pensadas desde la composición para hacer un diálogo con la literatura oral. En eso rompe los estereotipos porque prácticamente todos los usos recientes de la música del pacífico se han orientado a integrarlos a bandas de música bailable urbana o jazz”.

Gracias a la beca de circualción obtenida en el 2014, Villanueva logró viajar a Francia presentar su trabajo a maestros de la guitarra clásica como Judicael Perroy, junto a quien trabajó nuevas técnicas y quien le colaboró para la edición de las partituras de las obras y Eric Franceries, quien incorporará una serie de las obras del colombiano a su repertorio. Lejos de limitarse a la capital francesa, Villanueva realizó una gira por varias ciudades de Bretaña junto al bandolista Juan Sebastián Vera. 

Por El Espectador

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