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Piedad Córdoba: La persistencia

Piedad Córdoba convirtió en su causa el acuerdo humanitario, arriesgando su vida y todo su capital político. Y aunque para muchos fracasó, gracias a ella el tema de los secuestrados salió de su letargo.

Hugo García Segura / Editor Político
20 de diciembre de 2007 - 02:57 p. m.

Todo su capital político está en juego. Incluso se podría decir que hasta su propia vida. Ha sido valiente, irreverente, terca y frentera. Habló con el presidente Uribe y le pidió ser facilitadora para el acuerdo humanitario. Se fue donde Chávez y lo convenció para que liderara esa gestión. Se metió al monte para hablar con Raúl Reyes, el vocero de las Farc. Sintió miedo, desconsuelo, alegría y llanto. Y aunque al final muchos dirán que fracasó en su intento, gracias a ella el tema de los secuestrados revivió en el escenario nacional e internacional, se conocieron pruebas de supervivencia y Colombia supo, conmocionada, el estado en que se encuentra Íngrid Betancourt.

Cometió errores. Hay quienes no le perdonan el beso de saludo al mismo Reyes y mucho menos el posar con boina guerrillera en su cabeza y recibir flores de otro jefe subversivo, Iván Márquez. Su extrema amistad y cercanía con la causa bolivariana del mandatario venezolano, lo mismo que esa agenda paralela que pretende manejar ahora para el intercambio humanitario, también incomodan y su marcado antiuribismo, ese que comenzó a crecer desde que el Presidente era gobernador de Antioquia y apoyó las ‘Convivir’, hace que la miren con desconfianza y hasta rencor.

Pero Piedad Córdoba convirtió el acuerdo humanitario en su causa. Una de las tantas que ha asumido a lo largo de su carrera como dirigente social y política, en la que en algún momento el destino la puso también de frente ante el secuestro. Fue en mayo de 1999, cuando Carlos Castaño, entonces jefe de las autodefensas, la secuestró en Medellín. Durante los días de cautiverio sintió el frío de la muerte en sus entrañas. Castaño la acusaba de pertenecer al Eln, pero nunca calculó que el país y el mundo se movilizarían por ella. Tuvo que dejarla en libertad y su postura en contra de las autodefensas se hizo más radical.

Ha sido amenazada de muerte; estuvo en el exilio con sus cuatro hijos: Juan Luis, Natalia María, Camilo Andrés y César Augusto; sufrió atentados. Y aunque muchas veces ha sentido desfallecer, siempre se ha impuesto su espíritu combativo. No importan los riesgos. Ni siquiera las palabras de su madre, Lía Esneda Ruiz —una maestra de primaria, rubia, de ojos azules—, cuando le dice: “¿Tú crees que vale la pena todo esto?”.

Piedad, la mayor de nueve hermanos, siempre quiso seguir los pasos de su padre, Sabulón Córdoba, un sociólogo chocoano que fue decano de la Facultad de Sociología de la Universidad Bolivariana de Medellín, y de su tío, Diego Luis Córdoba, fundador del Chocó y uno de los grandes oradores del Partido Liberal en el Senado, hacia finales de los años 40. A los ochos años, ya marchaba junto a organizaciones cívicas y de afrodescendientes. Estudió Derecho y desde entonces se forjó fama de rebelde y contestataria. Sus primeros pasos políticos los dio junto al desaparecido dirigente liberal William Jaramillo Gómez. Fue su secretaria general en la Alcaldía, contralora auxiliar de Medellín, concejala, diputada, representante a la Cámara y Senadora, en 1996.

En cuestiones políticas no parecen haber puntos intermedios con ella. Se le quiere o se le odia. Y le dicen La Negra, por cariño o por rencor. El acuerdo humanitario es hoy su causa. A veces llora, entonces piensa en la imagen de Íngrid y se dice a sí misma que hay que hacer algo, que los secuestrados no se pueden dejar morir olvidados en la selva. Y para sus adentros responde la pregunta de su madre: “Sí, por la libertad de todos los secuestrados, vale la pena”.

Por Hugo García Segura / Editor Político

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