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¿Qué tan clasistas somos los colombianos?, fue la pregunta que abrió el debate en donde María Roa, activista de los derechos de trabajadoras domésticas en Colombia; Mario Duarte, actor y músico, y Santiago Espinoza, escritor y rector del Gimnasio Sabio Caldas en Ciudad Bolívar, hablaron con Marta Ruiz en la “Conversación pendiente” que el Ministerio de las Culturas las Artes y los Saberes está llevando a cabo en forma de videopódcast.
Si bien es cierto que Colombia es un país multicultural y diverso, las movilizaciones sociales, la estratificación y clasificación derivada de la separación socioeconómica y espacial, los modelos educativos y los medios de entretenimiento y comunicación han fomentado acciones que naturalizan el prejuicio que discrimina a las personas en virtud de su pertenencia a una clase social.
Para Santiago Espinoza, el clasismo es una clara representación de la desigualdad tan marcada que se ve en ciudades como Bogotá, que se divide entre norte y sur y las diferencias se evidencian en los factores económicos, arquitectónicos, en los sistemas de transporte y en una variedad de aspectos que terminan por ajustar la realidad de las personas que habitan esos espacios de la ciudad clasificados por estratos.

“La sociedad colombiana se ha construido sobre diferencias muy profundas, hay un tema colonial, de movilidad social, pero, sobre todo, estas divisiones históricas han construido una especie de barrera mental, en donde una ciudad y la otra no se encuentran y, por el contrario, se imaginan a través de sus prejuicios”, comentó.
Prejuicios que suelen ser reforzados por las formas de lenguaje y comunicación que durante años han encontrado en la acentuación de esta diferencia social una forma de representar a las élites y lo popular. En relación con esto y respondiendo a la pregunta de ¿hasta dónde la televisión y los medios de comunicación reproducen prejuicios sociales y clichés?, Mario Duarte confirmó que la televisión ha construido imaginarios alejados de la realidad, sin embargo, resaltó que comunicarlos o representarlos, haciendo el papel del actor, no es el problema.
“Si la gente me critica por hacer papeles de racista o clasista, el problema no soy yo, el problema es que existen esos personajes en la vida real; la realidad supera el cliché. La telenovela latinoamericana está basada en la diferencia social y aspiracional. Vivimos en una sociedad muy estratificada, tenemos un lenguaje clasista, y me parece que la música, el teatro, el cine, que realmente son lenguajes, de alguna manera rompen los ya establecidos. Cuando el concierto está bueno es porque sientes que participaste de un evento transversal a la cultura y a las clases sociales”, agregó.
A esto se suma Espinoza, quien asegura que quizá sea la cultura una de las pocas oportunidades de que estas ciudades y sociedades se encuentren para derrumbar la barrera mental y el prejuicio social, y así coincidir y apropiar los mismos espacios para poder conversar, aprender y construir en comunidad.
María Roa destacó que, en conjunto con la cultura, la educación impartida desde el hogar hasta los niveles más avanzados representa el escenario ideal para reconocerse y aprender a ser caprichoso y orgulloso de lo que se tiene y lo que se es.
“Los estratos han sido como un sello que nos han puesto. Y es que no debemos llamarlos estratos, sino las culturas, para que no nos sigan poniendo más el sello, porque de ahí vienen los estereotipos. Pero, antes de llegar a una universidad ¿de dónde sales? Del hogar, entonces el hogar es el que a mí me marca, diseña y moldea en una cultura, desde ahí parte. La educación es fundamental, y saber cómo aprovechamos lo que tenemos para entender que el cambio está en todos nosotros, desde las comunicaciones inicia el cambio”, comentó.
Y si bien la educación se presenta como un pilar de cambio que contribuya a deslegitimar estas acciones que discriminan a las personas por su condición social, los panelistas coincidieron en que es la misma oferta educativa la que también se encarga de segregar a los aspirantes y personas que desean acceder a este derecho, ya sea en una institución pública o privada. Por lo que ante la pregunta de ¿por qué no hemos logrado que la educación sea un espacio de reconocimiento social en la diferencia?, Santiago Espinoza recalcó que la educación debería ser el escenario en donde esas ciudades se encuentren para plantear un diálogo y acercamiento entre estas diversas realidades; no obstante, “se ha convertido en un elemento que distancia cada vez más. Tenemos colegios del norte y del sur, en donde crecen unas brechas que hacen que se encuentren menos estos estudiantes. La educación debería ser el camino para la movilidad social y la integración del país, pero se está convirtiendo en un instrumento de exclusión. De hecho, una de las preguntas que más asociamos con el clasismo es ¿en dónde estudiaste? Porque el colegio o la universidad te marcan como habitante de cierta clase social”.
Esto plantea una serie de retos aún por resolver, en donde los participantes del conversatorio concordaron en que es necesario un trabajo conjunto entre las instituciones privadas y públicas para poder acercar más las realidades opuestas geográficamente y permitir que los estudiantes se reconozcan y construyan a partir de la diferencia. En esta Conversación Pendiente los panelistas concluyeron que mediante la educación y la cultura, y apropiándose de espacios tradicionalmente segregados, se pueden romper las fronteras invisibles establecidas por el clasismo. La cultura es una herramienta fundamental para poder reunir, conversar y aprender los unos de los otros.