A las afueras de Medellín, en el municipio de El Carmen de Viboral, existe un lugar donde la comida no solo se sirve: se comparte, se cuida, se honra. La Casa de Vero es más que un restaurante; es un hogar convertido en epicentro de solidaridad y empatía donde los sabores narran historias y la generosidad se sirve en platos, como se ha hecho siempre en las casas que alimentan el alma.
Verónica Tatiana Gómez, su fundadora, no se presenta primero como cocinera tradicional. Ella es mamá, esposa, amiga y una mujer de fe. Una persona decidida, que aprendió desde pequeña que la cocina es también un lenguaje. Su historia comenzó viendo a su madre cocinar para estar cerca de sus hijos. Siguiendo esa intuición, con aciertos, tropiezos y mucha voluntad, fue levantando un espacio propio, sin recetas exactas, pero con un norte muy claro: hacer del alimento un acto de amor y encuentro.
Una casa que se convirtió en proyecto de vida
La Casa de Vero nació en su comedor, cocinando para amigos. Sin planos, sin prisa, pero con determinación, así el lugar fue tomando forma: primero los baños, luego un kiosco, una mesa más y otra silla. Hoy, es un restaurante vivo, orgánico, en constante transformación que cambia su menú casi por completo cada ocho días, teniendo una apuesta desafiante y constante por mantener la frescura, la sorpresa y la conexión con los ingredientes del territorio.
Pero más allá de su propuesta culinaria, lo que diferencia este lugar de otros es su esencia: una mesa generosa donde no solo se come, se comparte. Para Verónica, la abundancia no es exceso, es símbolo de bienvenida. Su cocina invita a volver a sentarse sin afán, a entender que comer debe ser un acto donde la pausa se saboree, y la prisa se elimine del plato, como lo dictan las tradiciones más antiguas de una Colombia que cada día recupera su autoestima.
Comer como en casa: un menú con cuatro estaciones
En La Casa de Vero, cada comida es un relato que pasa por cuatro capítulos o estaciones, inspirados en lo que ocurre al interior de los hogares colombianos. El recorrido es una narrativa que viaja desde el principio, un momento inspirado en el gesto amoroso de las mujeres de su tierra, las mismas “que recibían a sus esposos con un pequeño bocado al regresar del trabajo”, con preparaciones que hoy pueden conocerse como recetas de aprovechamiento.
Luego, se sumerge en el segundo momento, la infaltable sopa, una propuesta que es un rito que define la cocina campesina, que ha unido a las familias al calor del fogón. No importaba cuánta gente habitara las casa o quienes llegaran “añadir un poco más de agua”, era la solución para que todos comieran y disfrutarán en la mesa de una sola cucharada.
El fuerte, es el tercer y más contundente momento del menú. Los protagonistas son el chicharrón —ícono de la casa— los aliños tradicionales, la cerveza local, la lengua, el jugo de maracuyá , el morrillo, el chorizo, las papas criollas chorreadas, y otros productos locales que exponen una decisión colectiva que nació para apoyar a los productores locales.
Y el cierre llega con el postre, que conecta al comensal con el tiempo y el campo, y es la respuesta a esa reafirmación popular de que para el dulce “siempre hay otro estómago”.
Tradición, territorio y mujeres que cuidan
Aunque es reconocida como una cocinera tradicional de Antioquia, Gómez prefiere desviar el foco. “Todas las mujeres que cocinan son cocineras tradicionales”, afirma con convicción. Para ella, el verdadero reconocimiento está en visibilizar la cocina de montaña, esa que ha sido históricamente ignorada en los escenarios gastronómicos, pero que alimenta a miles cada día con la sabiduría de una montaña que provee las materias primas que exponen una cultura que va más allá de los fríjoles y las arepas.
En su casa, la tradición resignifica y revaloriza. Sus recetas no son estáticas, viven, cambian, se enriquecen con el día a día. Se cocinan sabores de familia —la sopa de la mamá, el postre de la tía, el horneado del papá— y también sabores prestados de sus propias raíces, siempre con un profundo respeto.
Tierra Alma: cocinar justicia
La generosidad de este lugar se extiende más allá de su comedor. A través de la Fundación Corazones y Fogones, forma parte del proyecto Tierra Alma, donde la antioqueña trabaja con campesinos del Oriente para garantizar que sus productos se paguen de forma justa. Sin intermediarios, “sin regateo”, donde tengan la posibilidad de capacitarse, fortalecerse y se creen redes de apoyo que transformen vidas desde lo más esencial: el alimento.
Su cocina es una forma de hacer justicia social. Los ingredientes circulan con dignidad, los saberes se intercambian, las mujeres del campo aprenden y enseñan, y se construyen nuevas familias: de cocineros, agricultores y amigos. Todo eso es lo que alimenta, día a día, a este restaurante sin afán.
Cocinar es cuidar
Su sazón no se enseña en una escuela, nace del sentimiento, del recuerdo y del deseo de que quien se sienta a la mesa se sienta, ante todo, protegido. A veces, admite, hay días tristes en los que el sabor cambia, y eso también está bien, “porque aquí se cocina como se vive: con verdad, con emoción, con humanidad”, comenta.
La forma de cuidar de esta mujer es la comida, dice. Y esa frase define el alma de este proyecto. Un espacio que habla de tradición, pero también de futuro. De lo que fuimos, de lo que todavía podemos ser. Un lugar que, desde una cocina a fuego lento, nos recuerda que el mundo todavía puede ser mejor si hay una mesa donde sentarse y alguien que quiera compartir.
Si te gusta la cocina y eres de los que crea recetas en busca de nuevos sabores, escríbenos al correo de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com) o al de Edwin Bohórquez Aya (ebohorquez@elespectador.com) para conocer tu propuesta gastronómica. 😊🥦🥩🥧