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Intercambio de parejas

A la Malbec y a la Carménère se les utilizaba como contrapeso, porque la Cabernet Sauvignon suele abrumar con sus taninos intensos, incomodar con su penetrante astringencia y atemorizar con su cuerpo arrollador.

Hugo Sabogal
01 de agosto de 2021 - 02:00 a. m.
Mi invitación es que, a medida que las identifique, pídalas y pruébelas. Quizá le gusten, quizá no, pero, al menos, conseguirá ampliar el campo de acción de su memoria. / Archivo particular
Mi invitación es que, a medida que las identifique, pídalas y pruébelas. Quizá le gusten, quizá no, pero, al menos, conseguirá ampliar el campo de acción de su memoria. / Archivo particular
Foto: Archivo Particular

Las uvas Malbec de Argentina y Carménère de Chile finalmente consiguieron brillar por sí solas. En las últimas dos décadas, han fungido como variedades emblemáticas de su país y, por eso mismo, son una especie de estandartes nacionales en la nueva enología.

Ambas llegaron a Suramérica hacia 1860, en las talegas del agrónomo francés Michel Aimé Pouget, contratado por los gobiernos australes para mejorar las prácticas agrícolas y vitícolas de la época, tildadas de anticuadas, aletargadas e ineficaces. Desde aquellos tiempos hasta comienzos de 1990, Malbec y Carménère se limitaron a ser coristas de reparto, opacadas por ese rey de reyes llamado Cabernet Sauvignon.

A la Malbec y a la Carménère se les utilizaba como contrapeso, porque la Cabernet Sauvignon suele abrumar con sus taninos intensos, incomodar con su penetrante astringencia y atemorizar con su cuerpo arrollador. Al mezclársele con cepas menos intensas como Malbec y Carménère, reduce sus aristas, gana frescura en boca, suaviza taninos y, como si fuera poco, adquiere mayor elegancia. A partir del cambio de milenio, los consumidores empezaron a buscar vinos más ligeros y de fácil consumo, y ahí estaban el Malbec y el Carménère, listos para llenar el vacío. Desencadenaron una avalancha global y, para calmar la sed, hubo necesidad de arrancar variedades históricas y menos rentables a ambos lados de la cordillera. Los productores más prestigiosos lanzaron versiones monovarietales e icónicas, y establecieron fechas especiales para celebrar su existencia.

Pero, con el tiempo, la crítica internacional comenzó a cuestionarles su capacidad de perdurar en el tiempo, atreviéndose a identificar posibles sucesores como la Cabernet Franc, en Argentina, y la Syrah, en Chile.

En la mitad de este remezón, le pregunté al ingeniero argentino Carlos Tizio, invitado de honor a la feria de Expovinos 2016, cuál podría ser la suerte del Malbec y el Carménère ante ese tipo de advertencias. Tizio, investigador de avanzada y por entonces presidente del Instituto Nacional de Vitivinicultura de Argentina, me respondió sin titubear: volver a juntarlos con los cepajes clásicos y dejar de buscar la gloria en solitario. Tal cual. Hoy, la nueva estrategia gira alrededor de mezclas con uvas ancestrales como Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Petit Verdot y Merlot. Y en el caso de las bodegas más innovadoras, esa búsqueda las ha llevado a explorar fusiones con Tempranillo, Cariñán, Tannat, Pinot Noir y Touriga Nacional. Más sorprendente aún, algunos viñateros han unido al Malbec y al Carménère en un mismo cuerpo, creando un raro y llamativo elixir binacional. Vaya intercambio de parejas.

Aunque Chile ya cultivaba Malbec desde tiempos de Pouget, Argentina apenas se aventura con plantaciones de Carménère en provincias como San Juan y Mendoza.

Como reflexión de fondo, la revista norteamericana The Wine Enthusiast comentó que las nuevas fusiones se asemejan a lo que ocurre con las sopas. En su versión más elemental, llevan agua, sal y algo de proteína, mientras que en las más complejas contienen hierbas y especias, raíces, tallos, harinas, quesos y cremas.

Por estas fechas, ya se ofrecen en Colombia varias referencias con clásicas y nuevas fusiones. Mi invitación es que, a medida que las identifique, pídalas y pruébelas. Quizá le gusten, quizá no, pero, al menos, conseguirá ampliar el campo de acción de su memoria.

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