Gastronomía y recetas
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Vinos al desnudo

Entre Copas y Entre Mesas.

Hugo Sabogal
06 de marzo de 2022 - 02:00 a. m.
Son fáciles de beber y buenos acompañantes en la mesa. Eso sí, ofrecen una menor vida útil que los depositados en barricas. / Archivo
Son fáciles de beber y buenos acompañantes en la mesa. Eso sí, ofrecen una menor vida útil que los depositados en barricas. / Archivo
Foto: Archivo

Durante milenios, los viñateros de la antigüedad se valieron de varios tipos de materiales para fabricar vasijas capaces de almacenar y transportar vinos.

Las comunidades mesopotámicas recurrieron a los troncos de madera de palma, mientras que los egipcios, rodeados de arcilla, inventaron las ánforas de barro.

Pero, ya que el uso del vino se impuso en los ejércitos imperiales como recurso para hidratar y reanimar a los soldados, su transporte en ánforas se tornó embarazoso.

Cuando los romanos decidieron conquistar el norte de Europa, no tuvieron alternativa distinta que transportar millones de ánforas en sus largos recorridos. Al llegar a la Galia (hoy centro de Europa), notaron que los lugareños utilizaban barriles de roble para guardar y transportar sus cervezas artesanales.

Al estudiar los envases, los peritos romanos descubrieron que el roble era maleable y permitía doblar los listones sin dificultad, hasta darles forma, y que, además, pese a su relativa porosidad, retenían muy bien lo almacenado.

A partir de ese momento, las barricas de roble y el vino construyeron un matrimonio casi indisoluble.

Con el correr de los siglos, los viñateros descubrieron que el roble también permitía suavizar la bebida y mejorar las sensaciones en el paladar. Actúa de maravilla en la producción de tintos, cuyos estilos pueden cambiar de acuerdo con el tiempo de guarda, al punto que muchos productores los clasifican en categorías: roble, crianza, reserva y gran reserva.

Con la expansión de su uso, se descubrió que los robles francés y húngaro ofrecían sensaciones específicas en nariz y boca, muy diferentes a las de los vinos envejecidos en barricas de roble americano (estadounidense y canadiense).

En el caso de los tintos, el europeo aporta recuerdos a café tostado, chocolate negro, pimienta negra y comino. En cambio, el americano sugiere impresiones ligeras y afables como vainilla, coco, clavo y canela. En todos los casos, el roble amplía el espectro organoléptico del vino que atesora.

De todas formas, en años recientes, el roble empezó a hostigar los paladares de muchos consumidores, dando origen a una nueva corriente llamada los vinos al desnudo (naked wines), o sea, que no se someten a crianza en barricas.

Se distinguen por expresar manifestaciones afrutadas y florales, una marcada acidez y agradable frescura en boca. Son fáciles de beber y buenos acompañantes en la mesa. Eso sí, ofrecen una menor vida útil que los depositados en barricas.

Para facilitar su identificación, los productores imprimen en las etiquetas la expresión unoaked, es decir, sin madera ni crianza. Por lo general, ese mote alude al blanco Chardonnay, que, durante años, se pasó de la raya, hasta saturar a los consumidores; en particular, los elaborados en California y Australia.

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