El conflicto armado es uno de los flagelos que más ha marcado la historia de Colombia. Una historia que ha sido contada desde muchas perspectivas, desde la conformación de los grupos armados, los crímenes, el sufrimiento que ha sembrado en millones de personas, la reparación y otras aristas. No obstante, un investigador se preguntó por otro escenario, el del amor, el deseo y las relaciones LGBTIQ+, especialmente dentro de los grupos armados. En medio de su investigación encontró en otro lado de la guerra un espacio para las relaciones sexoafectivas, la instrumentalización de estos vínculos y los discursos alrededor de las orientaciones sexuales y las identidades de género diversas.
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Se trata de los hallazgos de Sebastián Giraldo, antropólogo, investigador y autor del libro ¿Qué ruido hace un beso?, experiencias homoeróticas en excombatientes de las antiguas FARC-EP, que recoge testimonios de hombres que hicieron parte de este grupo armado y narran sus encuentros homoeróticos. Encontrando así como en medio de las realidades de violencia sexual y crímenes de lesa humanidad, “en la guerra también hubo deseo, hubo encuentros eróticos, relaciones consentidas. No todo fue violación o imposición”, señala.
En su caso particular, ese interés surgió indagando sobre las víctimas LGBTIQ+ del conflicto armado en el departamento de Caldas. Mientras recogía testimonios de personas afectadas por la violencia, escuchó historias que lo sorprendieron: hombres y mujeres que hablaban de vínculos sexuales o afectivos con “paramilitares y guerrilleros”. Esas confesiones, inesperadas y poco registradas, lo llevaron a preguntarse: “Si tan poco se sabía sobre las víctimas LGBTIQ+, ¿qué tanto menos se había contado sobre quienes vivieron el homoerotismo desde dentro de los grupos armados?”, relató el antropólogo.
De esa inquietud surgió su tesis doctoral y, más tarde, este libro, hecho junto a los propios excombatientes que participaron en la reconstrucción de sus historias. Bajo esa idea se empezó a gestar la narración de no ficción que hoy reúne trece relatos de exintegrantes de las FARC, aunque en realidad fueron escritos a partir de los testimonios de cinco personas. Algunos corresponden a la misma voz, pero cada protagonista aparece con un nombre distinto.
Giraldo, en conversaciones con El Espectador, explica que esa decisión responde a una necesidad de protección y anonimato. “Hay que jugar al secreto, porque estamos hablando de un proceso en el marco de una masacre y de personas que hoy son firmantes de paz”, dice. Por eso, explica que en el libro no se mencionan nombres de ciudades, pueblos ni frentes. Todo detalle que pudiera permitir una identificación fue omitido.
Los discursos de control y el uso estratégico de la homosexualidad
Si bien estos relatos narran los encuentros sexuales —y a veces amorosos— que se dieron entre camaradas y exintegrantes, vale la pena recordar que entidades como el Centro Nacional de Memoria Histórica y organizaciones sociales como Caribe Afirmativo ya han documentado cómo los grupos armados ejercían una especie de “corrección moral” sobre las personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas. Esa corrección se manifestaba a través de la discriminación, la amenaza, el desplazamiento e incluso el asesinato, y evidencia que el conflicto armado, como muchas guerras, no solo busca imponer un orden político o económico, sino también un orden moral.
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Por ejemplo, dentro de sus hallazgos, el autor encontró cómo las guerrillas construyeron sus propios controles y discursos sobre la sexualidad. Explica que, en general, estos grupos asociaban la homosexualidad con “un asunto burgués o una decadencia de la burguesía”. Es entonces como atribuye una interpretación propia de la visión de la izquierda armada sobre la homosexual: vista como una “aberración contrarrevolucionaria y un síntoma de la degradación moral del capitalismo tardío”.
La homosexualidad para ellos, cuenta Giraldo, desplazaba las representaciones de la masculinidad revolucionaria, considerada un pilar fundamental de la “identidad militante”. En esa lógica, el “activismo homófilo” se interpretaba como una influencia extranjera, ligada al hedonismo burgués y a la falta de compromiso colectivo. Es decir, un estilo de vida asociado a las clases sociales altas en las que su principal objetivo es satisfacer sus “gustos y placeres” personales, que se pueden brindar justamente por tener privilegios económicos.
“Lo importante era la lucha de clases; las luchas de género o sexuales eran vistas como secundarias y hasta peligrosas, porque podían desviar el objetivo revolucionario. Además, las organizaciones de izquierda entronizaron los valores familiares y la heterosexualidad como una forma de contrarrestar las acusaciones de inmoralidad y descontrol sexual lanzadas por la ultraderecha”, señala Giraldo.
Dicho esto, en la recolección de relatos también logró encontrar otras historias dentro de ese largo historial de discriminación. Fue así como en un discurso profundamente moralista en contra de la homosexualidad dentro de las FARC, también halló que, en algunos casos, las relaciones homoeróticas se usaban con fines estratégicos, tanto que hasta se incentivaban para labores militares y de inteligencia.
Cuenta que, en uno de los relatos, escribió sobre un miliciano conocido por ser bisexual. Sus compañeros lo alentaron a acercarse a un policía del que sospechaban sostenía relaciones sexuales con hombres, con el fin de obtener información. Fue así como lo sedujo, entablaron una relación y, en medio de esa conexión afectiva, logró cumplir con la misión.
“Es interesante ver cómo los mismos discursos que condenaban la homosexualidad se entrelazan con su uso estratégico. Más allá de si esas historias eran verdaderas o no, lo que me interesaba era entender los rumores, las creencias y los juicios que circulaban en torno a la homosexualidad y cómo estos terminaban justificando sanciones o castigos dentro de la organización pero también como eran apropiados para ser utilizados a su favor”, dice Giraldo.
Y así como, en su momento, las relaciones homoeróticas fueron usadas como herramienta de inteligencia, con el tiempo se convirtieron también en una forma de negar la existencia misma de la homosexualidad dentro de la guerra. El autor explica en sus palabras que el hecho de ser “marica o carro” abrió una oportunidad basada en la discriminación y la homofobia: salir del grupo armado era casi imposible, porque quien desertaba cargaba con información valiosa que podía ser usada en su contra. Al mismo tiempo, comenzó a circular la idea de que la homosexualidad era “contagiosa”.
“El ejército descubrió que a los gais que pillaban dentro de la guerrilla los licenciaban fácil, es decir, los dejaban ir. ‘Ah, este man es gay, mejor déjelo ir’. ¿Por qué? Porque había una noción de contaminación. ‘Los maricones contaminamos’ —me decían—: contaminamos porque vamos a volver maricas a otros, contaminamos con VIH o contaminamos moralmente”, agrega.
Esa idea terminó siendo utilizada como estrategia militar. “El ejército empezó a desmovilizar e infiltrar personas que, cuando ya tenían suficiente información, decían ‘yo soy gay’, y los dejaban ir sin problema. Entonces la guerrilla, en una labor de contrainteligencia, empezó a sospechar que quienes se declaraban homosexuales eran infiltrados. Por eso, muchos juicios de guerra contra homosexuales se justificaban diciendo que no eran castigados por ser gays, sino por ser espías del ejército”. Así, el discurso terminó por consolidar una negación absoluta de la homosexualidad dentro de la guerrilla: no solo se prohibía, sino que se interpretaba como traición.
¿Hablar de homoerotismo es hablar de homosexualidad?
En su investigación Giraldo aclara que quienes vivieron estas experiencias homoeróticas dentro de la guerrilla no eran necesariamente homosexuales y explica que el homoerotismo no implica una identidad o una categoría sobre el deseo.
“El homoerotismo está presente en lo militar, en los rituales, en los castigos, en las jerarquías —explica—. Son espacios marcados por el cuerpo: el cuerpo sudado, el cuerpo desnudo, el cuerpo en contacto constante”. En ese contexto, señala que la cercanía física como las dinámicas de dormir juntos, ducharse juntos, compartir espacios cerrados por meses o años, genera dinámicas corporales y afectivas que no siempre pasan por la identidad sexual.
Por eso, en sus hallazgos, muchos de los hombres que relataron experiencias eróticas o sexuales con otros hombres no se identificaban como homosexuales. “Tuvieron encuentros, se masturbaron, se besaron , pero no necesariamente se asumían desde una orientación sexual diversa”, cuenta.
La otra reincorporación: la del cuerpo y el deseo
El antropólogo relata que, en la mayoría de programas de reincorporación, se habla del paso de lo ilegal a lo legal, del acceso al trabajo o de la vida en comunidad. Pero, como advierte, casi nunca se piensa en la sexualidad. “Cuando hablamos de reincorporación, hablamos de lo civil, de lo económico, de lo comunitario, pero ¿qué pasa con el amor, con el deseo, con el cuerpo?”, afirma.
En la guerrilla, el amor era controlado. En el llamado “amor insurgente” prevalecía la lealtad al grupo antes que a la pareja, porque enamorarse podía poner en riesgo la lucha. “El amor era una amenaza para desertar, una forma de filtrar secretos”, explica el autor. También la sexualidad se regulaba: quién podía tener pareja, cuándo y con quién. El cuerpo, en ese contexto, estaba bajo vigilancia.
Esa disciplina dejó huellas. Hoy, muchos excombatientes viven lo que Giraldo llama una “reincorporación sexual”, un proceso de reaprendizaje del cuerpo y del deseo en la vida civil. “Una exguerrillera me decía que, ocho años después de firmar la paz, todavía sentía las consecuencias de esos controles en su vida erótica.”
En el caso de las personas LGBTIQ+, esa transición es aún más compleja. Pasaron de un entorno donde ser homosexual estaba prohibido a una vida civil donde, aunque pueden vivir su sexualidad con libertad, aún enfrentan violencias y estigmas. Algunos atraviesan un “doble clóset”: deben contar no solo que son gays, lesbianas o personas trans, sino también que fueron combatientes. Y, según Giraldo, incluso existe un “triple clóset”: el del Estado y las instituciones que siguen evitando hablar abiertamente de sus excombatientes LGBTIQ+.
El autor, finalmente reflexiona que la conformación de este libro terminó convirtiéndose en un espacio de escucha, donde esos relatos que alguna vez fueron secretos pudieron, por fin ser dichos. Giraldo recuerda que, aunque algunos de ellos habían compartido fragmentos de sus vivencias con otros firmantes de paz en el proceso de reincorporación, nunca lo habían hecho con la misma profundidad. “Nunca imaginaron que a alguien pudiera interesarle su historia, su deseo y su amor experimentados con otros hombres dentro de las filas”.
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