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Lo que aprendieron las personas bisexuales sobre el amor: esto nos contaron

¿Qué puede enseñarnos el amor desde la bisexualidad? Cuatro personas bisexuales comparten sus historias, miedos y aprendizajes sobre querer sin etiquetas, romper con los roles de género y amar desde la libertad.

Luisa Lara

23 de septiembre de 2025 - 01:13 p. m.
El 23 de septiembre se conmemora el día de la bisexualidad, una fecha para reconocer y celebrar al colectivo y la cultura bisexual.
Foto: Eder Rodríguez
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Quienes viven el amor desde la bisexualidad saben que su orientación sexual no es una confusión, un punto medio o una etapa. Es una forma más amplia de sentir, de querer y de construir vínculos afectivos. Sin embargo, aún hoy, muchas veces deben explicar, justificar y defender su identidad. Incluso dentro de los propios espacios de la diversidad sexual, la bisexualidad sigue siendo cuestionada o malinterpretada. Por eso, en el Día Internacional de la Bisexualidad, El Espectador recopiló cuatro testimonios sobre lo que las personas han aprendido del amor desde la bisexualidad.

Durante la conferencia anual de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA), en 1999, se estableció el 23 de septiembre como el día de la bisexualidad, una fecha para reconocer y celebrar al colectivo y la cultura bisexual. Pero lejos de quedarse solo en la conmemoración, también ha sido un día para hablar de la bifobia, porque así como algunas corrientes feministas sostienen que las mujeres trans invisibilizan a las “mujeres cisgénero”, también hay discursos que afirman que las personas bisexuales supuestamente borran las luchas de las personas gays y lesbianas. Discursos que, al final, sólo perpetúan la discriminación hacia la población LGBTIQ+.

Elisa Coll, escritora y comunicadora, feminista y bisexual, argumenta que los mitos y prejuicios que enfrentan quienes se identifican con esta orientación sexual se remonta a la defensa de las etiquetas y el monosexismo; es decir, la creencia de que las personas solo pueden ser atraídas por un único género. Una discriminación que ella retrata de la siguiente manera:

“Una cosa es que el deseo sea fluido y no rígido, y que las líneas que hemos marcado entre homosexualidad, bisexualidad y heterosexualidad sean difusas y cuestionables; y otra muy distinta es negar que una de esas categorías (que no por ser sociales son menos reales) esté sujeta a violencias estructurales específicas, despolitizándola y condenándola (como sigue ocurriendo) a no tener apoyo o credibilidad ante dichas violencias”.

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Desde esta perspectiva, hablamos con cuatro personas con esta experiencia de vida, quienes compartieron lo que aprendieron del amor y de los vínculos desde la bisexualidad, más allá de la orientación sexual:

Lina Morales: ser bisexual y tener que explicarlo todo el tiempo

Es feminista, abogada y activista por los derechos de las mujeres y las diversidades. Para Lina, la bisexualidad ha sido un proceso que le recuerda una y otra vez que no basta con habitar el mundo siéndolo. Lo ha vivido como una constante explicación: defender su orientación y ponerla en palabras cada vez que alguien la pone en duda. Ha tenido que enfrentar mitos que insisten en que las personas bisexuales “se quedan en el medio”, que nunca toman una decisión sobre lo que les gusta, o que dejan de serlo en el momento en que tienen una relación con un hombre o con una mujer.

Ese señalamiento viene de muchos lados. En su familia, por ejemplo, recuerda frases como: “A muchas de nosotras nuestros papás nos dijeron que teníamos que definirnos. Que si íbamos a ir a la casa fuera siendo lesbianas o heterosexuales. Pero que no con todo lo que se moviera”. Un juicio que también ha escuchado en su círculo de amistades, incluso entre personas con orientaciones sexuales diversas: “Para mí la bisexualidad es normal, pero para los amigos se convierte en frases como ‘tú no eres lo suficientemente lesbiana, tú no eres lo suficientemente hetero’. Entonces es como que no eres lo suficiente para ninguna”.

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Para ella, la bisexualidad “no es un revuelto”, como a veces la quieren reducir. Sin embargo, el reto ha sido vivirla con la sensación de estar “saliendo constantemente del clóset”. Lina lo ha contado muchas veces. Tuvo novios muy joven y, más adelante, conoció mujeres que describe como “maravillosas”, con quienes también construyó relaciones largas, algo que nunca borró su gusto por los hombres. No obstante, cada vez que vuelve a estar con alguien de otro género, siente la necesidad de explicarlo de nuevo: que es normal, que es bisexual y que eso no hace que pierda su identidad o validez.

Frente a la pregunta sobre qué ha aprendido del amor siendo una persona bisexual, Lina dice que ha sido un camino para mirar con amplitud otras formas de querer, de cuidar y de amar. No solo en lo romántico o en lo sexual, sino en lo cotidiano de compartir con alguien. “He aprendido a entender muy bien qué es lo que me hace amar a la otra persona y qué es lo que me hace sentir amor, más allá de cómo alguien se vea. Reconocer esos rasgos particulares es lo que me hace voltear a ver a alguien. He aprendido que el amor entre dos mujeres y entre una mujer y un hombre es muy distinto, y que también es muy lindo, porque en esa diferencia aprendí muchas formas de manifestar y ejercer mi cariño, y también de vivir mi sexualidad”, dice.

En esa línea, recalca que la bisexualidad le ha permitido experimentar esa amplitud para reconocer que existen muchas maneras de dar y recibir afecto, de vivir el placer y de comprender el amor. Hoy, explica, valora especialmente el cuidado, el cariño, el tiempo compartido, los planes y el interés mutuo.

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Agustín Bernal: ser hombre y desear hombres también es político

Agustín tiene 31 años, es antropólogo de profesión y dueño de una empresa de construcción. Suele reírse al decir que es “el de ciencias sociales” en el sector de la arquitectura. Se describe como alguien con hobbies “ñoños”: le gusta el anime, los conciertos y el cine.

Agustín recuerda que la primera vez que sintió atracción por hombres y mujeres lo invadió la culpa. Pensaba que no debía ser así, que estaba cometiendo un error. Al mismo tiempo, sabía que no quería renunciar a esa parte de sí mismo, y que la quería disfrutar. Fue así como se reconoció publicamente como un hombre bisexual. Una decisión que, según él, lo llevó a enfrentar bullying y distintos episodios de violencia en el colegio.

Pese a eso, continuó explorando su orientación, saliendo con mujeres y hombres. Hoy lo entiende como una postura política: no sólo por reconocerse como bisexual, sino por visibilizar que los hombres también son sujetos de deseo para otros hombres. Agustín reconoce que “ser un hombre que quiere a otro hombre es difícil, más cuando estás codificado como bisexual. Te toman como algo pasajero, como un experimento, y eso es frustrante. Y si a eso le sumas que los hombres, en general, tenemos muchas trabas alrededor de la sentimentalidad, pues se hace más complejo”.

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Para Agustín uno de los mayores aprendizajes que le ha dejado la bisexualidad es reconocer todos los cuerpos y todos los deseos como válidos. Ha tenido vínculos con hombres, mujeres y personas trans, y de cada relación ha obtenido una certeza: “He podido aprender que mi deseo es válido, que todos los cuerpos son válidos, y que todo deseo hacia todo cuerpo también lo es. Ese ha sido un aprendizaje bien bacano porque me permite vivir el mundo de una forma más pacífica, más cariñosa, más empática”.

Esa mirada también transformó su manera de relacionarse con lo diverso. “Hoy no tengo que sentirme ofendido porque alguien exista como le dé la gana: cómo se viste, cómo se performa, con quién sale o con quién se acuesta. Eso lo aprendí de dejarme ser una persona bisexual en paz”.

Recuerda que durante la adolescencia, cuando se asumía como heterosexual, estaba atravesado por normas, miedos y prejuicios impuestos desde fuera. La bisexualidad, en cambio, lo liberó de esas ataduras. “Existir dentro del amor bisexual, y desde las personas con las que me vinculé de forma más abierta, me dio una vista más amplia del mundo”. Ahora, lejos de reducir el amor a etiquetas, lo entiende como una práctica basada en el cuidado, el cariño y la constancia. Explica que cuando esos elementos están presentes, poco importa si la relación es heterosexual o diversa, porque lo esencial, dice, es la forma de amar y no el nombre que se le dé.

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Sofia Ramos: “Nos volvemos un punto medio en el amor”

Sofía es comunicadora social y tiene 25 años. La vida la ha llevado por caminos inesperados: hoy combina la astrología y las terapias holísticas en su local de café en el centro de Bogotá. Desde pequeña supo que le gustaban las mujeres; lo reconocía en la forma en que admiraba su belleza. Al mismo tiempo, también se ilusionaba con las bandas juveniles de su época y se sentía enamorada de los cantantes que seguía con fanatismo.

Su primera relación con una mujer fue a los 14 años. Era una adolescente de su edad, pero a la cual sus padres le prohibieron volverle a hablar. Desde ahí empezó su historia con las mujeres, tanto que durante un tiempo llegó a pensar que era lesbiana. Hoy, casada con un hombre, lo mira en retrospectiva y se reconoce como bisexual. “Me fue muy duro salir del clóset como una mujer que le gustaban otras mujeres. En mi familia fue doloroso. Y cuando ya lo habían aceptado, me tocó salir otra vez, pero como bisexual, como alguien que también se siente atraída por los hombres”.

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Con el tiempo, Sofía reconoce que aprendió a ver el amor desde otro lugar. Para ella, la bisexualidad abre la posibilidad de que el amor sea infinito, porque le permite amar a un hombre de la misma manera en que ama a una mujer. Esa experiencia la ha hecho más consciente y empática, explica que siempre busca que las personas a su alrededor se sientan cómodas con su sexualidad, sean heterosexuales, gays o lesbianas. En sus palabras: “Nos volvemos un punto medio en el amor”.

Desde su experiencia como bisexual y astróloga, tiene una idea muy propia de lo que ha aprendido sobre la forma de amar “En la espiritualidad se habla de energías femeninas y masculinas, positivas y negativas, y siento que la bisexualidad también es integrar esas polaridades. No se trata de que lo femenino solo le pertenezca a las mujeres ni lo masculino a los hombres, sino de cómo cada persona logra armonizar esas partes dentro de sí misma”.

Esa experiencia la ha llevado a cuestionar los roles de género tradicionales en las relaciones. Aprendió que no hay una única forma de ser mujer u hombre en una pareja, y que el cuidado, la fuerza o la sensibilidad no deben estar asignados según el género. En cambio, cree que cada persona puede aportar lo que es y lo que siente, sin tener que cumplir con expectativas impuestas.

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“La bisexualidad me enseñó que el amor no se sostiene en extremos, sino en la capacidad de ver más allá de etiquetas, que en una relación no hay que encajar en lo que ‘debe ser’ un hombre o lo que ‘debe ser’ una mujer. Atender la energía que habita en cada persona y aceptar que el amor puede expresarse de muchas formas, no importa en qué tipo de cuerpo venga”, afirma.

Finalmente, en el marco del Día de la bisexualidad, Sofía recuerda que es importante ser más flexible con las etiquetas, reconocer la bifobia como otra forma de violencia, y entender el amor y el deseo como caminos de exploración. “A veces la sociedad nos dice que si ya escogiste una identidad tienes que mantenerla siempre. Pero a mí me gusta decir: permítanse cambiar, permítanse evolucionar. Si ya no les resuena que solo les gusten los hombres o solo las mujeres, experimenten, porque la vida es larga y el alma sabe qué aprendizajes viene a buscar”.

David González: vivir entre lo se que calla y lo que se siente

El verdadero nombre de David González no es ese. Eligió usar un seudónimo para protegerse, porque a sus 22 años todavía vive con su familia y no quiere que este espacio se convierta en “su salida del clóset”. Explica que reconocerse como bisexual no siempre le resulta fácil, y que todavía le cuesta definirse con comodidad.

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Creció en una familia cristiana, donde se repetía la idea de que la única forma válida de amar era entre un hombre y una mujer, y que el sexo debía reservarse para el matrimonio. Ese contexto lo marcó con culpas desde muy pequeño, pues desde entonces ya identificaba que le atraían tanto niñas como niños. Fue en la universidad donde empezó a cuestionar lo que había aprendido en casa. Allí vivió sus primeras relaciones, y comprendió que no necesitaba elegir una sola etiqueta para sentirse tranquilo consigo mismo.

David también ha tenido que enfrentarse a los estigmas que pesan sobre los hombres bisexuales, tanto fuera como dentro de la población LGBTIQ+. Uno de los que más lo incomodan es el de los roles sexuales en el mundo gay. “Se insiste mucho en quién es activo y quién es pasivo. Y entonces aparece el prejuicio de que si eres bisexual, tienes que ser activo. Porque si te gustan las chicas, se asume que siempre vas a ser activo también con los hombres”. Pero también ha recibido cuestionamientos por parte de mujeres, que dudan de su atracción hacia ellas, en parte —explica— por una creencia machista de que un hombre pierde masculinidad si ha estado con otro hombre.

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Para David, ser bisexual le ha dado la posibilidad de experimentar distintas formas de amar, reconociendo que cada vínculo es distinto, y que muchas veces pesa más la historia de vida y personalidad de cada persona, más allá del género con el que se identifique. También considera que el amor bisexual le ha permitido liberarse de la necesidad constante de etiquetarse o definirse con rigidez.

“Me permitió liberarme y decir, simplemente, quiero amar y ser amado. Y está bien. Si mañana me enamoro de una persona trans, de alguien homosexual, heterosexual o bisexual, es válido. Lo hermoso es enamorarme y ya, sin importar cómo se identifique la persona o qué tenga entre sus piernas”.

También aprendió que el amor no debería estar atravesado por roles de género tradicionales. Dice que “en las relaciones se infiere mucho que el hombre debe ser dominante o activo, y que la otra persona debe ocupar el lugar pasivo. Pero no tiene por qué ser así. La bisexualidad me ha permitido romper con esa presión y experimentar ambos lados. Por ejemplo, si yo estoy con una chica, pues no tengo que asumir ‘el rol dominante’ porque soy el hombre. Somos una pareja que puede encontrar sus propias dinámicas para estar juntos”, recalca González.

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David cree que lo importante no es la etiqueta, sino aceptarse y ser libre para amar. Para él, todo parte de aprender a amarse a una o uno mismo primero y, desde ahí, poder querer a quien se quiera, sin importar si es bisexual, gay o lesbiana. Lo importante, repite, es estar en paz con uno mismo y vivir el amor con libertad.

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✉️ Si tiene interés en los temas de género o información que considere oportuna compartirnos, por favor, escríbanos a cualquiera de estos correos: lasigualadasoficial@gmail.com o ladisidenciaee@gmail.com.

Por Luisa Lara

Comunicadora social con énfasis en periodismo. Tiene estudios de género y diversidad en el Knight Center for Journalism. Interesada en contar historias con una perspectiva interseccional y feminista.
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