El papa Francisco, quien falleció este lunes 21 de abril, deja tras de sí un papado marcado por un profundo compromiso con la inclusión, especialmente hacia aquellos grupos que históricamente habían sido excluidos por la Iglesia católica, incluyendo a las personas LGBTIQ+. Su liderazgo en el Vaticano estuvo definido por un aparente equilibrio entre la tradición y el progreso. Con un discurso enfocado en la compasión, él abrió puertas a debates que durante mucho tiempo habían sido silenciados en el catolicismo. Sin embargo, su legado sigue siendo una amalgama compleja de avances y contradicciones.
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Desde el inicio de su mandato, Francisco marcó un cambio en la postura de la Iglesia hacia las personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas. Su famosa frase de 2013, “¿Quién soy yo para juzgar?”, dicha durante una rueda prensa en respuesta a una pregunta sobre sacerdotes homosexuales, estableció el tono de un pontificado que, al menos en el discurso, se mostró más acogedor hacia esta población. Esta afirmación representó un contraste notable con sus predecesores, en particular el papa Benedicto XVI, quien había descrito la homosexualidad como un “mal moral intrínseco”.
Francisco enfatizó reiteradamente la importancia del amor, la inclusión y la no discriminación como valores cristianos. Se reunió con personas LGBTIQ+, incluidas personas trans, y alentó a los padres y cuidadores a apoyar a sus hijos LGBTIQ+ en lugar de rechazarlos. Además, a través del documental “Amén: Francisco responde”, mostró cercanía a las generaciones jóvenesque lo interrogaron sobre temas como el feminismo, la identidad de género y la sexualidad. Por otra parte, respaldó continuamente las uniones civiles entre parejas del mismo sexo, afirmando que “las personas homosexuales tienen derecho a estar en una familia”.
Como cabeza máxima de la Iglesia católica, fomentó medidas, para muchos disruptivas, como abrir físicamente las puertas del Vaticano y la plaza de San Pedro en Roma a las personas queer. Invitó a activistas a audiencias oficiales, ofreció bendiciones personales a trabajadoras sexuales trans y permitió que conferencias episcopales abordaran la inclusión de la diversidad sexual en sus discusiones. Estas acciones tuvieron un impacto significativo en las personas católicas LGBTIQ+, a quienes históricamente se les ha dicho que su identidad es incompatible con su fe. Las medidas adoptadas por el papa Francisco reflejaron un enfoque orientado a tender puentes en lugar de aumentar las barreras.
Para las fuentes consultadas por este diario, uno de los eventos más reveladores de la postura del papa Francisco sobre la inclusión fue su apoyo continuo al sacerdote jesuita James Martin, conocido por su defensa de las personas queer católicas. En 2021, Francisco le envió una carta personal agradeciéndole por su labor pastoral y compromiso, afirmando que “veo que estás tratando de imitar el estilo de Dios, que es cercano, compasivo y tierno”. Estas palabras generaron fuertes reacciones y críticas negativas hacia la postura progresista de Francisco, especialmente entre los sectores más conservadores y tradicionalistas del Vaticano.
Dichas confrontaciones continuaron en los últimos años. Por ejemplo, en 2023, el Vaticano publicó un documento que permitía a los sacerdotes bendecir a parejas del mismo sexo o género en ciertas circunstancias. Esta decisión marcó un cambio, y mientras muchas personas celebraron la medida como un avance, sectores conservadores de la Iglesia la consideraron un riesgo para la doctrina. Aun así, fue una acción ambigua, pues la Iglesia, y por ende el Vaticano, mantuvo su postura oficial de que el matrimonio es exclusivamente entre un hombre y una mujer, y que los actos homosexuales son “condenables moralmente”.
Además, ese mismo año, Francisco afirmó que ser gay “no es un crimen, pero sí un pecado”, una declaración que, aunque reafirmaba su oposición a la criminalización de la homosexualidad, seguía enmarcando las orientaciones sexuales diversas dentro de una visión teológica que las considera problemáticas o incluso ajenas a “la palabra de Dios”. La contradicción entre su discurso de acogida y la rigidez doctrinal planteó la pregunta de hasta qué punto su apertura era realmente transformadora.
El papado de Francisco, al menos en temas de diversidad sexual y de género, fue un tire y afloja entre fomentar una Iglesia más inclusiva y mantener las enseñanzas centenarias del catolicismo. Enfrentó constantemente la resistencia de los sectores ultraconservadores de la Iglesia, que argumentaban que su apertura a las personas LGBTIQ+ y a otros grupos históricamente marginados debilitaba la doctrina católica. Al mismo tiempo, muchos creyentes LGBTIQ+ sintieron que, si bien sus palabras representaban un avance, aún faltaban cambios concretos en las políticas de la Iglesia.
Con la partida del papa Francisco, queda la duda frente cómo avanzará la Iglesia católica en materia de inclusión LGBTIQ+, o si, por el contrario, el nuevo papa retomara una postura excluyente. Si bien las palabras de Francisco brindaron un aire de consuelo, compasión y respeto, los cambios aún no se han materializado. Su enfoque, sin duda, abrió debates que antes eran impensables en el Vaticano. Sin embargo, sigue siendo incierto el futuro de la relación entre la Iglesia católica y la población LGBTIQ+.
El legado de Francisco, aunque es uno de diálogo y compasión, también está marcado por la confusión y las contradicciones. Sus esfuerzos sentaron las bases para futuras discusiones que podrían moldear a la Iglesia en las próximas generaciones y, sin lugar a dudas, fue el pontífice más abierto hacia las personas queer hasta la fecha. Su legado en estos temas, aunque complejo, es quizás una luz de progreso, por más inconcluso que pueda parecer en este momento.