En el imaginario de muchas personas ser LGBTIQ+ y cristiano es casi que inconcebible, sobre todo cuando se dice abiertamente. Jhon Botía y Fabio Meneses crecieron pensando que su homosexualidad era un pecado. Tras años de escuchar que la diversidad sexual y de género era peligrosa y una perversión que debía ser corregida, sintieron que no tenían alternativa; o renunciaban a su orientación sexual o a su fe cristiana. (La vejez LGBTIQ+ y el temor a las arrugas y canas)
“Desde muy temprana edad sabía que me atraían los hombres y debido a lo que enseñaban en la iglesia evangélica que pertenecí, me sentía como el peor de los pecadores y una persona dañada, enferma, abominable e inútil”, cuenta Fabio. Por más de cinco años asistió a un supuesto grupo de ayuda llamado Romanos VI, que aún existe, que decía ofrecer “curación a la atracción al mismo sexo”. (Proyecto contra “terapias de conversión” fue aprobado en primer debate en Cámara)
Contrario a sus promesas, esos esfuerzos que iban desde el ayuno hasta los exorcismos solo desencadenaron culpa, baja autoestima y tendencias suicidas. Vivió una experiencia de escarnio público dentro de Romanos VI que lo llevó a desertar del grupo y abandonar la idea de “curarse”. A sus 33 años, Fabio decidió aceptarse como un hombre gay, salir públicamente del clóset y no quiso regresar a la iglesia; “no quería estar en una institución que condenaba lo que era”, afirma Fabio, quien de profesión es licenciado en educación bilingüe y especialista en infancia, cultura y desarrollo.
Por su parte, Jhon creció en una familia católica, pero desde muy joven se vinculó a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocida como la Iglesia Mormona y considerada una de las más conservadoras, en busca de un “hogar espiritual”. Aunque dice que siempre ha disfrutado lo que tiene que ver con la religión y la fe, tenía una lucha interna que lo llevó a cuestionarse todo. “Se decía que una persona, por muy mala que fuera, iba a heredar como cierto grado de gloria, o sea, no iba a vivir con Dios, pero que iba a vivir con los ángeles, y para mí esa era la forma de protegerme y no sentirme tan mal por ser gay”, comparte el ahora Pastor.
El confrontar sus creencias llevó a Jhon a retirarse de esta comunidad religiosa. Intentó ser ateo, aunque entre risas confiesa que no lo logró. Sin embargo, fue al distanciarse que pudo tener cierta claridad. “Si Dios es espíritu y el espíritu no tiene género, entonces Dios puede ser lo que se le dé la gana. Si es creador de todo, también lo es de la diversidad sexo genérica”, explica. Pero, aun así, a pesar de tener una visión más afirmativa, la pregunta de si era la única persona gay que creía en Dios permanecía. (Así se creó el mapamundi LGBTIQ+ que ubica experiencias de diversidad sexual)
Una comunidad
Fue por Facebook que se conocieron. A mediados de 2015 Fabio sintió nuevamente la necesidad de congregarse y empezó a buscar una iglesia inclusiva, fue así como descubrió un grupo interreligioso para personas LGBTIQ+. Este espacio había sido creado por Jhon para encontrar personas que, al igual que él, buscaban una comunidad en donde la diversidad sexual y la fe fueran posibles; para confirmar que no era la única persona gay que creía en Dios. La Iglesia Metodista y su relación de pareja llegaron casi al mismo tiempo.
Esta comunidad cristiana de corte protestante tiene como uno de sus pilares la justicia social. Según se lee en su página web, luchan “contra la injusticia, atendiendo a los enfermos y a quienes, por alguna razón social, religiosa, étnica, racial, política, cultural o de género, son marginados, excluidos, enajenados o desamparados”. Particularmente en el caso colombiano, desde el 2012 la iglesia es abiertamente incluyente con la población LGBTIQ+.
Jhon y Fabio decidieron ser parte de la iglesia en el 2016. Desde el principio fueron aceptados en la comunidad y eventualmente se hizo pública su relación, sin embargo, como relatan, ninguna otra pareja homosexual se había mostrado abiertamente. Cada vez se fueron involucrando más en las actividades y ministerios y en 2018, a sus 28 años, Jhon se convirtió en pastor de la Iglesia en Bogotá. Nunca en Colombia habían consagrado un pastor abiertamente gay. (“Un lugar donde pueda ser yo”: Orlando Gómez y su lucha por los migrantes LGBT)
Pero esa inclusión que abanderaba a la Iglesia tambaleó. La Conferencia Episcopal Metodista de Colombia dijo que su nombramiento no era válido y otras congregaciones cristianas empezaron a denominarla como la “iglesia de los maricas”. Fabio y Jhon recuerdan que algunos vecinos del sector hicieron cadenas de oración para “pedirle a Dios que retirara al ‘pastor marica’ de ahí”. Al año siguiente, Jhon enfermó de cáncer y no faltaron los comentarios de que se trataba de “un castigo divino” por su orientación sexual.
Muchas personas les dieron la espalda. “Independiente de si es creyente o no, está ese paradigma de que una persona homosexual es sinónimo de pedófilo, de depravado, de desconfianza. Cuando asumí el pastorado, la comunidad que llevaba a sus niños a los servicios sociales de la Iglesia dejó de hacerlo. Hoy en día ya la visión cambió, pero fue un trabajo bastante arduo”, comenta Jhon.
Actualmente, la Iglesia Metodista de Bogotá congrega a unas 180 personas y asisten entre 50 y 70 cada semana. Aunque a simple vista sí pareciera que son una Iglesia cristiana LGBTIQ+, realmente para ellos no hay iglesias homosexuales o heterosexuales, hay iglesias para personas. Por eso, en palabras del pastor, son “una iglesia radicalmente diversa” que está abierta a cualquiera, independiente de su raza, género, sexualidad o nivel socioeconómico. (El 51% de los colombianos está a favor de más representación LGBTIQ+ en política)
Todos los domingos abren las puertas de la Iglesia ubicada en Chapinero para el servicio religioso. Sus lecturas y alabanzas poseen un mensaje alrededor del respeto, el amor y la justicia. Afirman sin miedo que lo mundano es el machismo y la homofobia, y le comparten a sus fieles que deben sentirse “plenos por representar cada color del arcoíris”.
Doble resistencia
Aunque Fabio y Jhon encontraron un espacio seguro para ser libremente, no han estado exentos de ser víctimas de agresiones por el simple hecho de ser una pareja de dos hombres. Además, son conscientes que fuera de su comunidad en la que el cristianismo y la diversidad sexual y de género conviven, afrontan reacciones negativas por parte de creyentes y población LGBTIQ+ por igual. (¿Realmente el “pride” de Bogotá fue la primera marcha LGBT en Colombia?)
Por un lado, muchos cristianos los atacan y señalan como pecadores enfermos porque dicen que la homosexualidad es incompatible con las enseñanzas de la Biblia. Por eso, para Fabio, quien también ejerce como diácono de la Iglesia Metodista, el reto que existe con el cristianismo, como institución, es que entienda que la diversidad sexual y de género no es pecado ni un asunto que está de moda, “al igual que la iglesia siempre ha existido, solo que por muchos siglos estuvo en el clóset”, opina. Jhon añade que por más que haya iglesias que digan aceptar a personas sexo diversas no es lo mismo “que te dejen sentar en una banca ‘sin que se te note la maricada’, a que te incluyan activamente en la comunidad”.
Coinciden en que personas al interior de la misma población LGBTIQ+ consideran que es incoherente que sigan siendo parte de un credo que históricamente ha violentado a la diversidad. Afirman que han recibido comentarios de que debe haber intereses por “debajo de cuerda” cuando su iglesia dice ser incluyente. Pero, sobre todo, cuentan que los han tildado de mojigatos o “reprimidos sexuales”, por no comportarse como prejuiciosamente la sociedad ve a los hombres gais.
Ante los señalamientos de que por ser gais y cristianos quieren “imponer su estilo de vida”, responden que al final cada quien decide cómo lleva su vida. Desde su rol como pastor, Jhon afirma que “ejercer nuestra fe también es un derecho humano, es algo fundamental, así como la no creencia. Por eso, creo que hay un derecho a poder creer y encontrar un lugar seguro donde manifestar esta fe si no daña a nadie”. (“Trinchera Voguera”: la apuesta por resignificar el sur a partir del arte marica)
Esta pareja no se atribuye la etiqueta de activistas, pero reconocen que tienen cierta incidencia desde lo social y político. De hecho, hacen parte del grupo de organizaciones y personas que promueven el proyecto de ley que busca prohibir las “terapias de conversión” en Colombia.
Para Jhon y Fabio, su relación es un lugar seguro, el espacio en el que pueden ser plenamente libres. Su fe la describen como el cemento que los ha mantenido juntos después de siete años y consideran que están en la vida del otro para acompañarse. Pero, indiscutiblemente, el haberse encontrado fue recuperar esa posibilidad de amar y ser sin miedo que por tanto tiempo les habían arrebatado.