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Catalina Martínez había perdido la cuenta de todas las veces que se acercó a las afueras de la Corte para esperar la decisión final. Recuerda que en una de ellas se reservó el Centro Cultural Gabriel García Márquez para ofrecer una rueda de prensa cuando saliera la sentencia; en otra ocasión, convocaron grupos feministas e hicieron un “twerking feminista” frente a la Corte. Pero ninguna de esas veces se obtuvo una respuesta. El día tan esperado llegó: estaba en su oficina, trabajando; esta vez había decidido no ir, cuando de repente empezaron a llegarle decenas de mensajes a su celular. “Cata, vente ya, la decisión se va a tomar”, decía uno de ellos. Tomó su pañuelo verde y llegó. “Éramos muy pocas”, dice. La Corte Constitucional había dado su veredicto: Colombia despenalizó el aborto hasta la semana 24, sin causales. Un hecho histórico.
“De repente empezó a llegar gente y más gente; entendí el significado de la marea verde, llegamos a ocupar toda la calle, había gritos, arengas y lágrimas de felicidad”, comenta. No sabe cómo se regó la noticia tan rápido. Solo sabe que días después pudo tomar conciencia de la magnitud de la decisión por la que luchó junto a un centenar de mujeres durante años. “Me llegó una carta de una profesora universitaria contándome que cuando la Corte tomó la decisión, vio cómo las estudiantes de su clase se fueron yendo una a una; a los dos días llegaron todas con pañuelo verde, emocionadas, sin poder concentrarse. Ella dijo que ese día sus estudiantes supieron lo que era vivir una victoria”, recuerda. Y ahí se dio cuenta de que todo el movimiento Causa Justa había valido la pena.
Catalina Martínez Coral es abogada, internacionalista, feminista y activista de derechos humanos. Integra el movimiento Causa Justa, una coalición feminista de más de 100 organizaciones, colectivos, académicas, médicas y defensoras que nació en 2017 con La Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres y se consolidó en 2020. Juntas, las organizaciones impulsaron la despenalización del aborto en Colombia en 2022, una sentencia histórica que se convirtió en una conquista colectiva: la posibilidad de decidir sin miedo y ejercer la autonomía corporal. Antes de ese año, el aborto en el país solo estaba permitido bajo tres causales: riesgo para la vida o la salud de la persona gestante, violación o incesto, o malformaciones graves del feto. Fuera de estos casos, estaba penalizado, forzando a muchas personas a continuar embarazos no deseados, con riesgos físicos, psicológicos y sociales. Las movilizaciones feministas y los litigios estratégicos fueron claves para superar estas barreras legales.
Pero también es caleñísima, amante del chontaduro con miel y sal al llegar al aeropuerto Jorge Bonilla Aragón para visitar a sus padres y a su hermana, de las noches de salsa con el Grupo Niche, un buen vino y un libro. “Yo diría que soy una romántica que ama profundamente la vida y que trata de afrontar todo lo que le pasa con la mejor cara. Siempre estoy cargada de esperanza”, cuenta entre risas.
Para Carlos Martínez, su padre, y Carmen Coral, su madre, ella es su “maestra” y ellos “sus grandes admiradores”, porque les ha enseñado sobre un nuevo mundo, uno en el que se defienden los derechos de las mujeres que, “los compromete más a trasegar con ella”, dice Carlos con la voz entrecortada, en conversación con El Espectador. Esa pasión por la vida y el cuidado de los demás se reflejó también en su vida laboral: la defensa de los derechos y el activismo.
Inició formalmente en Montes de María, cuando trabajó en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Allí conoció a las mujeres tejedoras de Rosas de Mampuján, un asentamiento comunitario que se formó tras el desplazamiento forzado y el asesinato de decenas de personas en el marco del conflicto armado. En una de las jornadas de trabajo, la lideresa Juana Ruiz se acercó a Martínez y le dijo: “Oigan, pero ustedes todo el tiempo nos están cuidando a nosotras, nos están acompañando en los temas de reparación, nos están incluyendo en todas estas conversaciones, ¿y quién las cuida a ustedes?”. La abogada relata que esa pregunta la marcó, pues no entendía cómo una mujer a la que se le habían violado sus derechos humanos podía estar preocupada y sentir empatía por el bienestar de otras; fue el primer momento en el que supo que su lugar era la defensa de los derechos de las mujeres.
“Yo eso lo atesoro y lo llevo en el corazón, porque ese día entendí el poder del colectivo de las mujeres: ese poder cuidador, ese poder que se alimenta de la esperanza, de pensar en el otro; del cuidado hacia el otro, de la empatía”, comenta. Una marca que llevó consigo en toda su trayectoria. Trabajó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) como especialista en derechos humanos, y continuó después en la vicepresidencia para América Latina y el Caribe del Centro de Derechos Reproductivos, desde donde ha liderado litigios estratégicos ante tribunales internacionales y nacionales.
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Su labor, en el último año, la llevó a ser reconocida como una de las líderes emergentes más influyentes del mundo en 2025 por la revista Time. Esto, debido a que en enero y junio de este año, el Comité de Derechos Humanos de la Naciones Unidas emitió una condena contra Ecuador, Nicaragua y Guatemala por la violación de los derechos humanos de Fátima, Norma, Lucía y Susana, cuatro niñas sobrevivientes de violencia sexual a quienes se les negó el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo y se les obligó a la maternidad forzada. Cuatro casos que Martínez llevó en 2019 ante el órgano bajo la campaña “Niñas, no madres”, junto a una coalición de organizaciones, entre las que participaron Planned Parenthood Global, Centro de Derechos Reproductivos, Mujeres Transformando el Mundo y Surkuna.
En estos tres países, las leyes sobre interrupción voluntaria del embarazo son mucho más restrictivas: el aborto está totalmente prohibido o solo permitido en situaciones extremas, dejando sin protección legal a niñas, adolescentes y mujeres que enfrentan embarazos forzados producto de la violencia sexual. Esta restricción absoluta las ha expuesto a la maternidad forzada, riesgos para su salud física y mental, y criminalización, perpetuando desigualdades y vulneraciones graves de derechos humanos.
Este movimiento es para ella: “una de las apuestas más importantes que tenemos en este momento en Latinoamérica. No es propio de un país; en realidad, ‘Niñas, no madres’ representa a América Latina gritando frente a la situación de violencia sexual que viven las niñas y adolescentes a diario, y mostrando las necesidades de cambio que tenemos en este contexto tan terrible”, afirma Martínez. Con eso último, hace referencia a las narrativas que se están impulsando en contra de los derechos sexuales y reproductivos alrededor del mundo, especialmente desde Estados Unidos, durante el segundo mandato de Donald Trump.
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De hecho, el primer pronunciamiento de la ONU, en los casos de Ecuador y Nicaragua, se dio en simultáneo con la posesión del presidente estadounidense. Lo que, para ella, dio un mensaje sobre la presencia del movimiento por los derechos sexuales y reproductivos, el reconocimiento de los derechos de las mujeres y la obligación de los Estados de incorporar esta perspectiva. “Esto fue algo muy importante porque nos permitió construir una contra-narrativa, incluso en Estados Unidos, frente a esa posesión presidencial que tanto nos estaba atemorizando. Fue como: ‘Bueno, está pasando esto, pero hay gotas de esperanza; están estos casos, estas niñas, esta lucha y este movimiento’”, afirma.
Y es gracias a esa esperanza y empatía, que ella no duda en expresar durante cada una de sus intervenciones, que ha logrado dar grandes pasos dentro del litigio nacional e internacional. Para Alma Luz Beltrán y Puga, abogada, profesora e integrante de la Red Alas, una red latinoamericana de académicas y juristas que busca incorporar la perspectiva de género en la investigación, lo que caracteriza a Catalina Martínez es la habilidad de transformar narrativas y ver oportunidades para cambiar la realidad de millones de mujeres a través de casos específicos en grandes escenarios. En relación con la historia de las cuatro niñas, comenta que vio a Martínez y a las organizaciones, “desempolvar esos casos que habían quedado en el olvido”, analizarlos, darles el enfoque adecuado y llevarlos a una conversación fundamental sobre los derechos de las niñas, adolescentes y mujeres en el ámbito internacional.
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“Ella no solo participa desde el activismo y las movilizaciones sociales feministas, sino que traduce los cambios que se necesitan a litigios en los tribunales, convierte las causas en movilizaciones legales con impacto social, mediático y político. También es una voz que ha sabido llegar a las mujeres más jóvenes y ha logrado que se sumen”, menciona Beltrán, en entrevista con este diario.
A manera de anécdota, Beltrán recuerda que durante el discurso de Emmanuel Macron en Francia, en el que se declaró al país europeo como el primero en proteger el derecho al aborto desde la Constitución, Martínez no dudó un segundo en pedir que le enviaran una maleta llena de pañuelos verdes para repartirlos y hacer visible la marea verde latinoamericana en la Place Vendôme de París, “para que todos supieran que la apoyábamos de forma simbólica”, añade.
Es así como quienes conocen a Catalina Martínez Coral definen su visión estratégica en los espacios legales y de derechos humanos, en el litigio, lo simbólico y el arte. Este último, uno de sus grandes amores: la literatura, la fotografía, la pintura, el baile y el teatro. Amores que ha tomado como herramientas para comunicar mensajes importantes sobre los derechos sexuales y reproductivos en América Latina, y que la acompañan en cada uno de sus pasos. Su familia lo reconoce; juntos disfrutan de sus tiempos libres viendo películas o escuchando cuando toca el ukelele, uno de sus talentos ocultos detrás de los libros de derecho.
“La forma en que ella percibe el mundo, la admiro mucho. Me encantaría tener la visión del mundo que ella tiene. Mi hermana me ha influenciado en mis decisiones y en mis gustos. Terminé estudiando música, en gran parte gracias a su apoyo. Desde niña escribe cuentos que le publicaba nuestro papá. Me ha escrito cartas que han quedado enmarcadas en mi vida; lo hace de manera hermosa. Ahora tengo la fortuna de leerla en sus publicaciones sobre los derechos de las mujeres”, menciona Valentina Martínez, su hermana y, como ella define, su “alma gemela”.
Su trabajo ha marcado el rumbo de los derechos sexuales y reproductivos en la región y en Colombia. Un camino que está directamente ligado a su vida personal, donde aprovecha cada espacio para expresar su palabra y luchar por causas sociales, dice su madre. Por ahora, Catalina Martínez cuenta que su siguiente paso será seguir construyendo diálogos en medio de un panorama tan polarizado sobre estos temas.
“Quiero tener un activismo y una voz que me permitan apoyar el cierre de la polarización. Creo que, de lo contrario, no vamos a seguir avanzando. Todas las voces son importantes, todas las luchas son importantes. Necesitamos que haya personas que puedan cerrar la brecha, hablar con pedagogía, explicar y no sentir miedo de sentarse en espacios donde normalmente no se habla de estos temas”, concluye.
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