Leonora Maldonado ya perdió la cuenta de todos los años que lleva entregando sus ahorros, días y esfuerzos al cuidado de la comunidad de Santa Rita, en Cartagena. Morena, de acento caribe y siempre con una sonrisa, creció viendo a su madre, y antes de ella, a su abuela, cuidar y encargarse de todas las tareas del hogar sin recibir “un solo peso” por su trabajo. Pero solo hasta estos días empezó a cuestionarse por qué el cuidado, más que un pilar de los hogares colombianos o un derecho reconocido por la jurisprudencia, es también una tarea “obligada” para las mujeres.
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“Pueden ser más de 30 años que llevo en esto. Lo que nosotras hacemos es tras bambalinas. Pensábamos que culturalmente teníamos que hacer los deberes del hogar, el cuidado de la comunidad, la atención de un enfermo y nos creíamos esa idea cultural de ´el hombre manda y la mujer obedece´”, comenta Leonora.
Muy joven, Leonora inauguró un espacio de su casa en la ciudad amurallada y creó la Fundación De Lina con amor: un espacio que cuida a adultos mayores y procura que quienes se encargan de estas tareas también puedan tener tiempo para ellas mismas. Aunque ha dedicado su vida y patrimonio a servirle a las personas, solo hasta ahora empieza a ver que el Estado, en su conjunto, mueve fichas para que la vocación que escogió desde joven sea remunerada, goce de dignidad y, lo más importante, “cambie los roles y pensamientos que le asignan a las mujeres de Colombia estas tareas y la obligan a tener una doble vida laboral: en el trabajo y luego en su casa”, apunta.
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Como ella, uno de cada cinco colombianos y colombianas, en su mayoría mujeres, se dedican al cuidado de las familias, adultos mayores y los hogares. Eso sí, como dice Leonora, “con todo el amor del mundo. Pero nunca recibimos un sueldo y convencidas de que es una obligación. ¿Quién cuida a las que cuidamos?”.
A propósito del Día Internacional de la Mujer, que se conmemoró hace unos días, El Espectador habló con organizaciones e instituciones del Estado sobre una deuda histórica que tan solo hasta ahora empieza a saldarse en Colombia: el cuidado como un derecho y un trabajo digno. Esta tarea, que según la Corte Constitucional y estudios internacionales es uno de los principales pilares de los hogares del país, a menudo pasa desapercibido y quienes lo realizan deben de pagar una cuota de exclusión y desigualdad por hacerlo.
“Las éticas del cuidado buscan entender asuntos relacionados con la asistencia y el apoyo del otro como un interés central para la humanidad. Plantean la necesidad de entender la ética desde el marco del amor, la empatía y la conexión con otros”, reza la sentencia T-583 de la Corte Constitucional que declaró el cuidado como un derecho fundamental.
La apuesta, que ya está plasmada en una sentencia de la Corte Constitucional, una política pública del Consejo Nacional de Política Económica y Social (CONPES) y una Ley del Congreso, pretende que cuidar, más que una obligación con discriminación de género, sea una tarea digna de ejecutar y que el Estado, valga la redundancia, cuide a quienes cuidan.
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Saldo insuficiente
Razones no faltaron en la sala de máquinas del Estado para empezar a hablar de la importancia de cuidar en condiciones dignas en Colombia. Históricamente las mujeres asumieron la tarea obligada de cuidar los hogares y las familias sin remuneración ni la posibilidad de cumplir sus proyectos de vida.
Hasta esta década, esa desigualdad comenzó a dejar de ser una brecha para convertirse en solución. En 2023, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) registró en la Encuesta Nacional de Calidad de Vida, registros de lo que llamó “Las cifras de la desigualdad”.
Según el DANE, junto al cuidado en Colombia, existían situaciones de millones de mujeres que, sin posibilidad alguna de estudiar o trabajar, debían sacrificar sus vidas para ejercer labores de cuidado. Las cifras demostraron que, en promedio, una colombiana invierte casi un tercio de sus días en labores de cuidados que no son remunerados; muy en contraste con los hombres, que apenas emplean tres horas en esas funciones.
“Debido a estereotipos de género (contra las mujeres) y sin recibir remuneración, se restringe notablemente la posibilidad de las mujeres de contar con ingresos propios, buscar opciones laborales, participar en política y en la sociedad, a la vez que las relega de la protección social”, explica el informe del DANE.
Aunque importantes, las cifras del DANE solo visibilizaron una “desigualdad histórica” que, además de truncar los proyectos de vida de una de cada cinco mujeres de Colombia, las sumía en la pobreza, y las enfrentaba a más riesgos de sufrir violencia e iba en contravía con la posibilidad de derrumbar las brechas de género.
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En 2023, el Congreso profirió una Ley del Cuidado que busca que el Estado garantice los cuidados dignos de personas en condición de discapacidad y ponía en funcionamiento el Sistema Nacional de Cuidado.
Ese mismo año, la Corte Constitucional resolvió una tutela de una madre que suplicó a su EPS autorizar un cuidador por 12 horas al día para su hijo de tres años con síndrome de Down y que, según argumentó, “es totalmente dependiente de terceros”. En la tutela, la mujer defendió que, al ser cabeza de hogar y trabajar prácticamente todo el día, debía escoger entre conseguir el sustento económico del hogar o cuidar a su hijo.
La EPS declinó la solicitud porque, según su perspectiva, obedecía a “pretensiones caprichosas” y el cuidado del menor dependía totalmente de los padres, que tenían que atender el “principio de solidaridad familiar”. La Corte evaluó el caso y obligó a la prestadora de salud a autorizar al cuidador. Pero además determinó que cuidar y ser cuidado es un derecho fundamental; lo que significa que forma parte de los derechos de más alta jerarquía en el país.
Pero, independientemente de los avances estatales por dignificar el cuidado, aún existía un “saldo insuficiente” con las cuidadoras, cuenta Natalia Moreno, directora de cuidados del Ministerio de Igualdad. “Nunca ha habido una política pública o una dependencia estatal que tuviera a su cargo el tema del cuidado. Aquí lo que nos propusimos fue reivindicar el papel de millones de mujeres que no han estado bajo la lupa de las políticas públicas por cuidar”, comenta Moreno.
Más allá de la escena urbana de una “nana” cuidando a los niños y niñas o una familiar encargándose del día a día de una persona mayor o una persona en condición de discapacidad, Moreno propuso en el MinIgualdad la necesidad de una política pública que reuniera todos los tipos de cuidados que se ven en Colombia, incluso en los territorios más alejados. Uno de esos ejemplos lo vieron en Chocó, con las parteras y sabedoras ancestrales de los territorios afro, quienes luego de enfrentar las brechas de género y la guerra, dedicaron sus vidas a cuidar a las comunidades ante la ausencia del Estado. Otro caso es el de las mujeres arhuacas en la Sierra Nevada de Santa Marta, quienes, ante la falta de escuelas y educación, entregaron sus vidas para educar a los niños y niñas indígenas de la región.
“Estamos seguros que si no avanzamos en dignificar el cuidado, ni la economía ni la sociedad van a ser sostenibles, pues el cuidado es la base de la reproducción de la vida y hemos desconocido esta labor a manos de las mujeres”, explica Moreno.
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Primeras veces
La escena de desigualdad de género y de millones de mujeres escogiendo entre cuidar o ganar su sustento diario puede cambiar este mismo año. A mediados de enero, el Departamento Nacional de Planeación confirmó la publicación del Conpes del Cuidado (documento de política pública integral), que pretende orientar todos los esfuerzos estatales en hacer que el cuidado sea una labor digna y remunerada por el Estado.
El documento, un inmenso folio de 160 páginas, ordena por primera vez en la historia de las políticas públicas de Colombia a todo el Estado a lograr eliminar esta brecha. En su contenido, por ejemplo, involucra a la mayoría de los ministerios e instituciones ejecutivas a adoptar un enfoque de género que garantice el cuidado digno. El Ministerio de Vivienda, por ejemplo,
El Conpes asegura que en la próxima década Colombia tendrá en sus bolsillos $25 mil millones destinados exclusivamente para proteger a las cuidadoras, fortalecer fundaciones e iniciativas de cuidado, avanzar en la garantía de derechos violentados de quienes cuidan y, como último punto, lograr que en una o dos generaciones el país elimine los roles de género de cuidado que han recaído históricamente sobre las mujeres.
“El objetivo de la política es avanzar en la transformación de la organización social del cuidado en Colombia para garantizar el goce efectivo de los derechos de las personas cuidadoras, incluyendo el de cuidar en condiciones dignas, y el derecho a recibir cuidado, asistencia o apoyo de las personas que lo requieren”, reza uno de los puntos del Conpes.
El plan ya ha tenido algunos pilotos con enfoque territorial que demuestran la importancia de implementar una política pública que quite el peso del cuidado de las espaldas de las mujeres. En diciembre de 2024, por ejemplo, el Ministerio de Igualdad inauguró la Ruta Fluvial del Cuidado en Leticia, Amazonas. Este proyecto, que consiste de un barco de tres niveles que recorre el cauce del río Amazonas, llega a las poblaciones indígenas de la selva para ofrecer a las mujeres ayuda con el cuidado de la comunidad y, como aliciente, llega con servicios institucionales como educación, salud o derechos que nunca llegaron a causa del abandono del Estado y la densidad del bosque.
El Conpes, además de destinar recursos, reconoce las fallas estatales que en el pasado permitieron vidas de mujeres llenas de desigualdad y ordena a 35 entidades gubernamentales tomar cartas en el asunto para cerrar esa brecha de género.
Para Leonora, tantos años de exigir derechos e igualdad terminaron por dar resultado. La cartagenera asegura que, aunque seguirá con su vocación de ofrecer cuidados a las personas mayores de la ciudad amurallada, sueña con que sus nietas y bisnietas no tengan que vivir lo que sus antecesoras y ella vivieron en condiciones de vulnerabilidad.
“No me di cuenta hasta muchos años después que, luego de organizar, solucionar y liderar los temas comunitarios, yo también era una lideresa. Hoy gracias a Dios, somos visibles. Todas estas cargas son pesadas, pero si las compartimos con los hombres y el Estado, se vuelven más livianas. Espero que en algún futuro no muy lejano, quienes cuidamos seamos cuidadas (sic) y que, quizás, recibamos alguna remuneración por lo que realmente hacemos: un trabajo”, concluye Leonora.