“Las mujeres nacen libres y son iguales a los hombres ante la ley”. Olympe de Gouges escribió esta frase en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana en 1791, exigiendo para las mujeres los mismos derechos que para los hombres durante la Revolución Francesa, y fue ejecutada por ello. Paradójicamente, esta frase aún cobra vigencia dos siglos después, ante la persistencia de desigualdades, violencias basadas en género y la falta de representación de las mujeres.
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Han pasado 100 años desde que la mayoría de los países occidentales reconocieron el voto femenino, más de medio siglo desde que se legalizó el acceso a métodos anticonceptivos en varios lugares del mundo y 48 años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Aun así, las mujeres en todo el mundo continúan exigiendo derechos fundamentales y denunciando la persistencia de desigualdades estructurales.
Todo empezó en el siglo XVIII, con los colectivos de mujeres sufragistas que surgieron en Estados Unidos e Inglaterra y se fueron expandiendo a países de Asia y América Latina. Desde entonces, el feminismo ha evolucionado a través de diversas etapas, conocidas como olas, cada una reflejando las prioridades del movimiento en su contexto histórico y convirtiéndolo en un espacio más inclusivo.
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La primera ola feminista, llamada así por historiadoras debido a que parecía una ola incontenible que llegaba a todos los rincones del mundo, centraba sus reivindicaciones en el derecho al voto y la participación en la vida pública. La segunda abordó temas como la autonomía económica y los derechos reproductivos, buscando la igualdad en el ámbito laboral y personal. La tercera ola enfatizó en la diversidad de identidades, introduciendo el concepto de interseccionalidad para reconocer cómo las distintas formas de opresión se entrelazan. Y en la actualidad, el feminismo se destaca por la denuncia de todas las formas de violencia contra las mujeres, junto con la resistencia ante los retrocesos en derechos alcanzados.
Cabe considerar que los movimientos de mujeres ganaron tanta fuerza y visibilidad en el segundo periodo que comenzó a popularizarse el término “feminista”. Sin embargo, a medida que avanzaba el movimiento, también se iba encontrando una creciente resistencia por parte de ciertos sectores políticos, científicos y culturales, dirigidos por hombres que intentaron desacreditar la participación de las que para ese momento ya se reconocían como feministas. “Se difundieron estudios pseudocientíficos para justificar su supuesta inferioridad fisiológica, se promulgaron leyes que restringían su acceso al trabajo y se reforzó la idea de que su rol debía limitarse al hogar”, explicó la historiadora y escritora María Emilia Gouffray en entrevista con El Espectador.
Las primeras sufragistas, enfocadas en derribar estas barreras de su época, no lograron incluir a todas las mujeres en sus luchas. Enmarcadas en un contexto colonialista, no siempre reconocieron las preocupaciones y opresiones que las mujeres negras, indígenas y de otros grupos históricamente vulnerables enfrentaban. Aunque el movimiento avanzaba con fuerza, en su interior también existían tensiones y fracturas derivadas de la falta de diversidad en sus posturas políticas y luchas.
Con el tiempo, durante la tercera ola de esta corriente, se empezaron a integrar otras voces y perspectivas permitiendo que nuevas formas de entender el movimiento tuvieran representación. Este cambio marcó uno de los grandes avances dentro del feminismo, incorporando el concepto de “interseccionalidad”, que nació para comprender cómo diferentes sistemas de opresión se cruzan y afectan a las mujeres de formas distintas. “Hoy hablamos de feminismos, en plural, porque entendemos que no hay una sola forma de vivir la desigualdad ni de luchar contra ella”, agrega Florence Thomas, feminista y académica colombofrancesa en entrevista con El Espectador.
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En el momento en que una sola corriente teórica se hace insuficiente para atender la multiplicidad de violencias hacia a las mujeres y sus opresiones, nacen otras corrientes del feminismo. A lo largo de su historia, las cuatro olas del feminismo han comprendido que una única corriente no basta para abordar la diversidad de violencias y opresiones que enfrentan las mujeres, convirtiéndose en una característica central del feminismo actual. “En este momento entendemos que las mujeres racializadas, indígenas, lesbianas o en situación de pobreza no viven las mismas violencias que las mujeres blancas de clase media. La interseccionalidad nos ayuda a entender que las luchas no pueden ser homogéneas”, sostiene Gouffray.
Así mismo, las expertas consultadas por este diario explicaron que un cambio fundamental del movimiento ha sido la evolución en la manera en que las mujeres han reclamado sus derechos a lo largo del tiempo. “Las primeras reivindicaciones en América Latina utilizaban discursos materno-centristas, porque era la única forma de que los congresistas escucharan sus demandas. Decían que las mujeres debían votar porque eran buenas madres y cuidadoras, pero eso invisibilizaba su papel como sujetas políticas”, comentó Gouffray.
Hoy el feminismo ya no se enmarca únicamente en la conveniencia de lo socialmente aceptado para ser tenido en cuenta. Las mujeres dentro del movimiento reivindican su identidad desde diversas perspectivas, desafiando los roles y estereotipos de género. A través de esta resistencia, han impulsado cambios en distintos ámbitos sociales, culturales, políticos y hasta religiosos cuestionando un sistema que históricamente las ha excluido.
Gouffray también plantea que “las luchas actuales son más conscientes no solo del género, sino de las múltiples opresiones que atraviesan a las mujeres. Esto hace que el feminismo de hoy tenga una mayor comprensión histórica y una capacidad más amplia de articularse con otras causas”.
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Sin embargo, esta evolución de las organizaciones sociales de mujeres también se enfrentan a los intentos de retrocesos en derechos alcanzados. Gouffray advierte que, en un contexto de auge del conservadurismo, se están intensificando las restricciones sobre los derechos sexuales y reproductivos. “En China, tras el fracaso de la política del hijo único, ahora están presionando a las mujeres para que tengan más hijos, con medidas que rayan en la coerción estatal. Sin ir muy lejos, en Estados Unidos, la prohibición del aborto en varios estados es parte de una política de control sobre la reproducción de las mujeres. Pensábamos que era un derecho garantizado, pero el presente nos está demostrando que toca seguir luchando”, señala.
Por otro lado, el feminismo atraviesa debates internos sobre la inclusión de las identidades de género diversas. El reconocimiento de las mujeres trans dentro del movimiento ha generado divisiones entre quienes defienden una visión más inclusiva y quienes consideran que el feminismo debe centrarse exclusivamente en las mujeres cisgénero. “Es una de las discusiones más difíciles dentro del movimiento”, reconoce Gouffray. “Nos enfrentamos a la pregunta de cómo integrar todas las experiencias sin diluir la lucha feminista”.
Una de las pioneras del feminismo en Colombia, Florence Thomas concluyó que el 8 de marzo sigue siendo un día de reivindicación y reflexión. Enfatizó en la importancia de recordar la historia del feminismo porque aunque la cultura patriarcal está fragmentada aun sigue resistiendo “No podemos olvidar que hubo mujeres que lucharon antes que nosotras. Existen las abuelas del feminismo, así como existen sus hijas, nietas y bisnietas. Es un legado que debe seguir fortaleciéndose”.