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¿Las niñas son más propensas a ser víctimas de gordofobia y dietas estéticas?

Comentarios familiares, programas de televisión y hasta la medicina refuerzan la idea de que el cuerpo gordo debe “corregirse”. Son entornos que afectan especialmente a las niñas, quienes desde muy temprana edad son empujadas a hacer dietas y a sentir vergüenza de sí mismas.

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Luisa Lara
08 de septiembre de 2025 - 05:00 p. m.
Estudios señalan que el 40% de las niñas entre 8 y 13 años afirma haber intentado bajar de peso, lo que muestra cómo en la infancia media, las dietas y la preocupación por el peso ya son habituales.
Estudios señalan que el 40% de las niñas entre 8 y 13 años afirma haber intentado bajar de peso, lo que muestra cómo en la infancia media, las dietas y la preocupación por el peso ya son habituales.
Foto: Las Igualadas
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Silvia no tenía más de siete años cuando recibió por primera vez un comentario sobre su cuerpo. Estaban en casa, tomando algunas fotos familiares, cuando le tomaron una fotografía en la que llevaba puesta una camiseta y un pantalón. La camiseta no era corta, pero con la postura que tenía en ese momento, se levantaba un poco, dejando al descubierto su ombligo.

En ese entonces, las fotos aún se tomaban con cámara analógica y se revelaban. Ella recuerda haber estado emocionada por ver la suya. Cuando finalmente la tuvo en sus manos, no vio nada extraño: de hecho, le gustó. Hasta que su tía, médica de profesión, la miró, y lo primero que atinó a decir fue: “Se te sale mucho la barriga”.

Esa frase, dicha con un aparente tono de preocupación, activó en Silvia una alerta: que ella “estaba muy gorda”. Esa preocupación vino acompañada de “tips”, sobre cómo acomodarse de cierta forma para las fotos o procurar contener la respiración para verse más delgada. Recuerda que fue una enseñanza no solicitada, que le introdujo una sensación de vergüenza sobre su cuerpo. Desde entonces, desarrolló una conciencia permanente de cómo hacer ese movimiento, de meter el abdomen, de hacerlo tanto como fuera posible y en todo momento, porque, como le repetían, era “muy feo” que a una niña se le viera la barriga.

Un hecho que no se quedó ahí y que se convirtió en su primer momento de conciencia sobre la gordura. Fue justo después de ese momento cuando empezaron las citas con los nutricionistas, que, según recuerda, surgieron por la preocupación familiar de que ella tenía un cuerpo más grande que el promedio de otras niñas de su edad.

Para cuando Silvia tenía once años, ya se sabía de memoria, al punto de poder recitarlo, que un plato debía contener 50 % de verduras, entre 25 % y 30 % de proteína y apenas un 15 % de carbohidratos, cantidad que debía caber en un pocillo pequeño de tinto. Desde entonces, siendo todavía una niña, Silvia comía únicamente la porción de carbohidratos que cupiera en ese reducido espacio del pocillo tintero colombiano.

Este no es un caso que le haya sucedido solo a Silvia. Para dar un dato, un estudio publicado en el Centro Nacional para Información de Biotecnología (NCBI, por sus siglas en inglés) señala que el 40% de las niñas entre 8 y 13 años afirma haber intentado bajar de peso, lo que muestra cómo en la infancia media, las dietas y la preocupación por el peso ya son habituales. Además, el estudio advierte que la influencia de las personas cuidadoras es determinante, pues su apoyo o presión incrementa significativamente esa probabilidad.

En el caso de Silvia Quintero, integrante de la Organización Gordas—organización que trabaja por el reconocimiento de la diversidad corporal—, señala que las dietas fueron solo una de las muchas capas que tuvo que atravesar para interiorizar que algo en su cuerpo estaba “mal”. Señala que la exposición a ciertos programas reforzaban estereotipos sobre la gordura. Recuerda, por ejemplo, un capítulo de Looney Tunes en el que el personaje Porky es usado como pelota para jugar bolos: lo cargan, lo convierten en una bola y lo lanzan contra los pinos. Cuando Porky se levanta, aparece golpeado, mareado, con chichones, y la burla recae sobre él precisamente por ser gordo y redondo.

“A mí me hizo total sentido ver eso, porque en el colegio también había personas viendo ese mismo programa. Así que tanto ellos como yo, aprendíamos al mismo tiempo que era válido y legítimo burlarse de las personas gordas. Asumir que se podía disponer de sus cuerpos de alguna manera. Porque, claro, a mí no me podían alzar y lanzarme como a Porky en la pista de bolos, pero sí podían gritarme o decirme determinadas cosas. Además, este tipo de programas promovía imaginarios y estereotipos que hacían que las personas gordas fueran constantemente comparadas con animales”, añadió Silvia Quintero.

Tal parece que esta representación en la televisión no es inocente. En un estudio publicado en la Academia Estadounidense de Pediatría se analizaron 31 películas infantiles, de las cuales se encontró que más del 84 % de ellas representaban estereotipos negativos asociados a personajes con corporalidades gordas: relacionados con rasgos negativos como la pereza o la poca inteligencia, entre otros.

Y no bastaba con los programas infantiles. Los reality shows para bajar de peso y hasta los comerciales le recordaban constantemente que ella “era el ejemplo de lo que la gente quería dejar de ser o evitar llegar a ser”. En su crítica, explica que las personas gordas parecieran no tener derecho a vivir el presente, porque siempre están en función de transformarse.

“Lo importante es estar siempre pensando en el después: guarda esta blusa que te queda pequeña porque será tu motivación para adelgazar. Todo el tiempo hay un montón de cosas que implican perder el disfrute del presente. Como si lo único que importara fuera la lucha por salir de ese cuerpo. Y eso borra la posibilidad de reconocer que el presente es este, y que este cuerpo —con el que vives hoy— también podría disfrutarse”, advierte Silvia Quintero.

Fue así como, a partir de cada crítica y cuestionamiento, Silvia empezó a encontrarse con otras personas gordas y con activistas que también hablaban de lo que significaba habitar un cuerpo gordo. Ese camino le permitió dar sus primeros pasos hacia el activismo. En esos espacios entendió que la gordofobia podía resumirse en algo concreto: las violencias que se dirigen hacia las personas gordas por el simple hecho de serlo, por encarnar corporalidades que no son aceptadas socialmente dentro de los modelos de lo que “deberían ser” los cuerpos.

Desde ese análisis comenzó a entender que pocas veces se cuestiona la raíz del problema. “Cuando alguien quiere una prenda y no le queda, la conclusión casi siempre es: tengo que adelgazar para poder usarla. Pero lo que nunca se piensa es que lo injusto es que no existan tallas para todos los cuerpos”, afirma. Esa falta de cuestionamiento, advierte, se normaliza y termina educando a generaciones enteras en la idea de que el cambio siempre debe recaer sobre el cuerpo, y nunca sobre el sistema que lo excluye.

Ese mismo patrón se repite en el espacio público, con los torniquetes de transporte, sillas de cine o butacas escolares están diseñados bajo un estándar que deja por fuera muchas corporalidades.

¿Hablar de gordofobia es romantizar la obesidad?

La activista señala que la gordura tiene un lugar de fijación particular que se refleja también en la medicina, donde se ha patologizado este tipo de corporalidades. Recuerda que algo similar ha ocurrido históricamente con las mujeres, cuyos cuerpos fueron y siguen siendo objeto de prácticas médicas que no consideran la diversidad corporal y que, en muchos casos, no se basan en evidencia suficiente o actualizada.

Un ejemplo de ello es la creación del índice de masa corporal (IMC), desarrollado en el siglo XIX por Lambert Adolphe Jacques Quetelet, un astrónomo y matemático belga, cuyo interés estaba en detectar lo que él llamó el “hombre promedio”. Quetelet aplicó esta fórmula —peso dividido por altura al cuadrado— usando datos de hombres europeos (principalmente militares), sin considerar otros tipos corporales. Aunque hoy se usa ampliamente para clasificar el sobrepeso y la obesidad, este índice nunca fue concebido como una herramienta médica universal, sino como un método estadístico para estudiar tendencias poblacionales.

Sin embargo, según Silvia Quintero, ese señalamiento sobre los cuerpos gordos se traslada al día a día: “Es importante preguntarnos cuál es la lectura que hacen las personas sobre lo que es la buena o mala salud, y por qué, al ver un cuerpo gordo, asumen de inmediato que está mal de salud. Muchas veces se da por hecho que ser saludable significa comer frutas, verduras y hacer ejercicio. ¿Y quién dice que yo no hago eso? El hecho de que me vean gorda no lo dice. Yo hago ese tipo de cosas y, aun así, mi cuerpo sigue siendo un cuerpo gordo. La diversidad corporal existe y ha existido siempre, y los cuerpos gordos hacen parte de esa diversidad”.

Tips para una crianza sin gordofobia

La experta señala que criar a una niña con un cuerpo gordo no se trata únicamente de repetirle que “se quiera tal como es”. Lo fundamental es abrir conversaciones honestas sobre los mensajes que circulan en la sociedad acerca de los cuerpos. Reconocer esos discursos, hablarlos permite que las infancias puedan elaborar sus propias lecturas.

También subraya que niñas y niños aprenden no solo de lo que se les dice, sino de lo que ven en casa. “Yo crecí escuchando que había que quererse, pero al mismo tiempo veía a mi mamá frente al espejo diciéndose cosas horribles sobre su cuerpo. Ese doble discurso me enseñó que, en realidad, había que despreciar al cuerpo gordo y esconderlo”.

Por eso considera clave ofrecer otros referentes: “Es importante que las infancias vean personas gordas en narrativas no estereotipadas: disfrutando de la vida, moviéndose, haciendo cosas más allá de comer o sufrir. Hoy, incluso, existe literatura infantil que aborda estos temas y ayuda a diversificar los imaginarios. Mientras más expuestas estén a esa diversidad, más posibilidades tendrán de reconocerse y de crecer sin vergüenza de sus cuerpos”.

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Luisa Lara

Por Luisa Lara

Comunicadora social con énfasis en periodismo. Tiene estudios de género y diversidad en el Knight Center for Journalism. Interesada en contar historias con una perspectiva interseccional y feminista.
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