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Olimpia Coral Melo Cruz es hija de Josefina, nieta de Teresa, bisnieta de Olimpia, tataranieta de Pánfila, tataratataranieta de Leonila y hermana de Abigail. Siempre se presenta así, nombrando a las mujeres de su vida, pues sabe que su historia es la misma historia de ellas. Es originaria de Huauchinango, una ciudad perteneciente al estado de Puebla, en México, y es una sobreviviente de la violencia digital.
En 2013, Olimpia grabó un video sexual con su novio, con quien tenía una relación de seis años. El video comenzó a difundirse sin su consentimiento y ella fue víctima de todo tipo de humillaciones por parte de la sociedad. Denunció la situación, pero, al tratarse de contenido digital, las autoridades se burlaron de ella. Se encerró en su casa por un largo tiempo e intentó quitarse la vida en varias ocasiones. Un minuto y 30 segundos duró el video que cambió su destino para siempre.
Después de vivir un largo y difícil proceso, Olimpia tuvo la fuerza para convertir esa violencia de la que fue víctima en una ley nacional que protegiera a todas las mujeres. Con la ayuda de organizaciones feministas, creó la “Reforma para reconocer la violencia sexual cibernética”.
Finalmente, en 2021, la Ley Olimpia contra el acoso digital fue aprobada. Esta normativa castiga hasta con ocho años de prisión a quien difunda imágenes de contenido íntimo y sexual sin consentimiento y es considerada como una ley modelo en materia de legislación contra la violencia digital.
En conversación con El Espectador, la activista mexicana reconocida como una de las 100 personas más influyentes del mundo en 2021 por la revista Time, le contó a El Espectador cómo vivió la violencia digital y emprendió el camino para reconocer esta agresión en su país.
Cuéntanos tu historia…
Yo tenía un novio que era muy violento conmigo. Una vez me pidió grabar un video sexual y yo accedí. Él no se veía, al menos no su rostro. Ese video se hizo público en redes sociales, primero en WhatsApp y luego en las diferentes plataformas, en la que más se hizo viral fue en Facebook. Después, alguien lo tomó y lo subió a un mercado de explotación sexual donde difunden y distribuyen contenidos íntimos no autorizados de las personas, principalmente de mujeres. A partir de ahí, comenzaron a llamarme “Olimpia, la gordibuena de Huauchinango”. Mi nombre se relacionó automáticamente con ese video. A diario recibía más de 40 solicitudes de amistad, principalmente de hombres pidiéndome sexo. Recibía miles de ofensas, personas diciéndome “zorra”. En ninguna de las publicaciones alguien señaló a mi agresor (la persona que compartió el material), nadie se preguntó por él, todo lo contrario, me acosaron a mí, me trataron como una delincuente, como una persona que le hacía daño a la sociedad. En ese entonces, tenía 18 años.
Fuiste víctima de violencia digital cuando ni siquiera ese término existía, ¿cómo fue?
Yo me sentía muy mal, confundida y devastada. Cuando busqué en internet qué era lo que me estaba pasando, lo primero que me apareció fue el término “pornovenganza”, algo que en ese momento me hizo sentir muy incómoda y por supuesto me minimizó e invisibilizó. Llamarle porno a esta violencia es hacerle ver a la gente que no tiene nada de malo, que tu cuerpo es un utensilio, una mercancía. Además, el término venganza es decirle a la mujer: “Tú tuviste la culpa para que te hicieran esto”. La única explicación que encontré me revictimizaba.
¿Qué ocurrió cuando intentaste denunciar el caso a las autoridades?
Fui al Ministerio Público, que acá en México es el lugar donde pones tus denuncias y es el primer paso para poder alcanzar una responsabilidad jurídica ante tus agresores. Llegué sola, ingenua, chiquilla, con toda la vergüenza del mundo, pensando que iban a ser mis héroes. Le dije al hombre que estaba ahí “vengo a poner una denuncia, subieron un vídeo sexual mío sin mi autorización”. El hombre se volteó con risas y me dijo “A ver el video, ¿lo tienes ahí?”. Yo le dije “sí, sí lo tengo”. Entonces, saqué mi celular para mostrárselo y él llamó a un montón de gente. Diez hombres, todos vieron el vídeo delante de mí. Las caras de burla, de morbo, nunca las voy a olvidar.
Luego, me preguntó: “¿Te violó? “¿Abusó de ti? ¿Estabas borracha?”- Respondí: “No”. Me dijo: “Ah, estabas muy consciente de lo que estabas haciendo”. Le dije: “Yo no estaba consciente de que un acto íntimo mío iba a ser público”. Me dijo: “Pues eso lo debiste pensar antes, yo no puedo hacer nada por ti”. Me levantó dos libros que tenía en su escritorio, uno de ellos era la Constitución Política de México y el otro era el Código Penal del Estado de Puebla. Me dijo: “Dime acá dónde dice que lo que te pasó es un delito. No, niña, no te pasó nada, no traes golpes físicos, no te hicieron nada. Vete a tu casa a que te eduquen”. Salí evidentemente destrozada, me intenté aventar de un puente. Alguien lo evitó, pero yo quería morirme. No quería salir ni a la calle, quería cambiarme de nombre, deseaba levantarme en las mañanas y poder ser otra persona y no esta Olimpia con este cuerpo, con esta cara, con este nombre.
¿Cómo lograste darte cuenta de que tú eras la víctima y no la culpable?
Fue gracias a mi mamá. Un domingo estaba con mi familia viendo una película. Estaba triste y desolada, pero todos pensaban que era por la ruptura con mi novio, desconocían lo del video. Llegó mi hermano de 14 años, aventó el celular en la cama de mi mamá, donde estábamos todos, y le dijo: “Ahí está ese pinche video que dicen que hay de mi hermana, sí existe, es real y me lo acaban de mandar por WhatsApp”. Mi mamá se abalanzó al celular y preguntó: “¿Cuál video? ¿De qué hablan?”. Yo también me abalancé y le dije: “No mamita, por favor, no lo veas”. Sentía un fuego terrible en todo el pecho, en la cabeza, mucho temor, angustia, le rogué, le supliqué, le lloré, le imploré que por favor no lo viera. Yo pensaba: lo vio la escuela, bueno, no importa, dejo de ir a la escuela. Lo vieron en el trabajo, bueno, renuncio al trabajo. Lo vieron en la calle, dejo de salir. Pero ¿cómo renunciaba yo a mi familia cuando era lo único que me hacía sentir refugiada?
Nos empezamos a forcejear con mi mamá por el celular y ella me ganó con su fuerza. Con todos los sentimientos a flor de piel, observé cómo veía el video. Me arrodillé: “perdónenme, sí, es cierto, soy yo la del video, soy la puta, la mala, la zorra, me dicen la ´gordibuena de Huauchinango´, llevo meses viviendo esta tortura, me quiero morir, ayúdenme a morir”.
Mi mami es una mujer que sufrió violencia, no terminó la preparatoria, vivió en condiciones de pobreza, sin educación y con costumbres y tradiciones muy conservadoras, yo creía que me iba a golpear, que me iba a correr de la casa y la verdad es que sentía que lo merecía. Pero mi mami, a pesar de todas las circunstancias, no tomó la misma vía que habían tomado las demás personas. Me volteó a ver, me levantó la barbilla, me acarició el cabello y llorando me dijo: “Hija, ¿tú querías que este video lo vieran todos?”. Le aclaré: “Claro que no, mamita”. Entonces se limpió las lágrimas, me limpió las mías y me consoló: “Entonces no es tu culpa, vergüenza me daría donde viera un video de ti robando, cometiendo un acto de corrupción, matando a un animal. Pero un video sexual no me da vergüenza”.
Entonces dijo la frase que nunca voy a olvidar: “Hija mía, tú no hiciste nada malo, tú haces lo que cualquier otra persona hace, mi amor, todas y todos cogemos”. Yo me volteé a verla como jamás lo había hecho. Siguió hablando: “Sí, todos cogemos, tu hermana coge, tu prima coge, tu primo coge, tu papá coge, tu abuelita coge, el vecino que te juzgó coge, el policía que no te levantó la denuncia coge. Todos cogemos. Todos los que están hablando de ti cogen, hasta yo cojo. La diferencia es que a ti te ven coger. Eso no te hace una delincuente y tampoco te hace una mala persona”.
¿Qué tan valioso fue para ti el apoyo que recibiste por parte de tu madre?
Fue todo. Ese día mi mamá me dio muchas cosas, pero quisiera rescatar dos de ellas. Primero, me dio un valor político muy importante que no se nos enseña a las mujeres y se llama sororidad. Me enseñó que, a pesar de sus creencias, de sus tradiciones, iba a estar conmigo y eso me dio la oportunidad de seguir viviendo. Al menos esa noche sabía que estaba en un lugar seguro. Lo segundo, me dijo: “Lucha porque tú tienes derecho a la intimidad”. Decidió luchar conmigo. Le expresé mis preocupaciones: “Mamá, es que no solo es el video sexual. Cuando eres mujer es todo. Que si estás gorda, que si estás flaca, que si tus cejas, que si tus pelos, que si tus celulitis. Hay un video sexual de mí en internet y yo no puedo prescindir de mí misma”.
Me respondió:”¿Lo que te da vergüenza es tu cuerpo desnudo? Bueno, no te preocupes. Mañana, todas las mujeres de esta casa, nos vamos a ir al mercado, vamos a salir a la calle desnudas. Nos vamos a quitar los brasieres, los calzones y vamos a ir encueradas contigo. Y que se burlen de nosotras. Que se burlen de nuestros pechos caídos, de nuestras piernas gordas, de nuestras marcas, de nuestras lonjas. De todo, pero juntas porque tú no estás sola”. Esas palabras me hicieron sentir que tenía un ejército conmigo.
Esta reflexión la hago porque lo primero que utilizan para hacernos daño a las mujeres que somos víctimas de esta violencia es a nuestra familia, nos extorsionan, nos generan un terror psicológico, amenazándonos con decirles. Pero todo cambia cuando tienes personas que creen en ti. Yo estoy viva gracias a que tuve una mamá que me creyó, que no me culpó, y sobre todo, que caminó conmigo.
¿Y cómo pasaste de ser víctima a ser activista e impulsar una ley para combatir la violencia digital?
No fue fácil. Duré mucho tiempo confinada por decisión propia, me daba miedo salir a la calle y que me reconocieran. A lo largo de los meses de encierro, me puse a revisar esas páginas, leí las historias de otras mujeres que habían vivido lo mismo que yo. Las contacté, les escribí: “Soy Olimpia, seguramente me conoces porque estoy en la misma página donde tú estás y quería preguntarte cómo la estás pasando, cómo lo estás viviendo”. Sentí mucha empatía al saber que ellas también intentaron denunciar y les respondieron lo mismo: “No hay delito, esta violencia no existe”. Empecé a llenarme de fuego en el pecho. Empecé a investigar, a hacer estudios, ensayos, y me pregunté ¿por qué diablos en este país, esto no es un delito? Me enteré de que tampoco era delito en otros países, ni siquiera en Estados Unidos. Junté los testimonios de todas estas mujeres y formé una primera organización que se llama Mujeres Contra la Violencia Cibernética, allí empezamos a crear la propuesta legislativa. La primera vez que salí de mi casa fue cuando ya tenía la ley en mis manos, no se llamaba Ley Olimpia, yo le había puesto Ley Contra la Violencia Digital en México.
¿Pensaste alguna vez que tu experiencia llegaría a convertirse en una ley?
No. Nunca fue mi idea patrocinar una ley en la que todos estuvieran en la cárcel, la idea principal era nombrar la violencia digital porque lo que no se nombra no existe. A pesar de que yo la redacté por primera vez, no lo hice sola, fue gracias justamente a todas esas mujeres que tuvieron la valentía de poner sus testimonios. Eso era lo más importante.
Fue la primera ley en México en tener el nombre de una mujer, yo no se lo puse, salió a raíz de mis compañeras. Fíjate que fue paradójico porque en los debates jurídicos lo que se debatía al principio no era el efecto de la ley, ni la teoría penal del delito, ni las condiciones de cómo íbamos a aplicarla. Lo que primero se debatía dentro de los congresos era por qué Ley Olimpia. Hubo leyes con nombres de tantos hombres y nunca nadie preguntó nada, pero cuando llegó el nombre de una mujer que además estaba viva todo el mundo hizo preguntas. Si te soy sincera, al principio yo no quería que la ley llevara mi nombre porque lo que menos quería era que me siguieran relacionando con ese video. En el camino entendí que la lucha no era solo por mí, era una causa colectiva.
Desgraciadamente, para poder llevar a cabo este movimiento, tuve que revictimizarme contando una y otra vez mi historia. Yo no pude denunciar a mi agresor, pero hoy la justicia que tengo es que cada vez que buscas mi nombre en internet, ya no soy “Olimpia, la del video sexual”, sino Olimpia, la de la Ley Olimpia, y fue gracias al trabajo de un montón de compañeras.
¿Crees que han habido cambios importantes desde la aprobación de la Ley Olimpia?
La Ley Olimpia se aprobó en Puebla el 3 de diciembre del 2018 y en 2021 en todos los Estados de México. Hoy, después de 10 años de haberla propuesto por primera vez, de recorrer congresos, de juntarnos con víctimas, de financiarnos nosotras mismas, de colgar pancartas y levantar pañuelos, puedo decir que hemos avanzado mucho. Tenemos el registro de al menos ocho sentencias, pocas para el número de denuncias, sí, pero muchas en un país donde hace apenas hace tres años se le llama violencia digital.
¿Y qué viene ahora?
Estamos junto con muchas compañeras alzando la voz en América Latina y pidiéndole a las víctimas que se unan a este movimiento para reconocer esta violencia en la ley. No nos interesa simplemente que las legisladoras y los legisladores copien una normativa y la lleven a sus países, sino que entiendan la raíz política de no difundir nuestros cuerpos, de hacer responsables no solo a nuestros agresores, sino también a las compañías digitales que lo permiten.
En Argentina, la Ley Olimpia la hemos llamado Ley Belén, en honor a Belén San Román, una mujer que desgraciadamente perdió la vida a raíz de esta violencia. En Ecuador, está Isabella Nuque, activista que impulsó la ley de violencia digital después de ser víctima.
¿Cómo entender el daño que causa la violencia digital?
La violencia digital no la puedes ver, no la puedes tocar, pero sí la sientes. Lo virtual es real. No vemos los cuerpos de manera física, pero cada “like” es un ciber golpe para nosotras. Cada vez que nuestros cuerpos y nuestros nombres están ahí difundidos sin nuestro consentimiento es un daño directo a nuestra vida y nuestra identidad. Y lo peor es que, a diferencia de otras violencias que no son menores, por supuesto, tú no puedes ver a tu agresor, no sabes quién es, no lo identificas. La violencia digital es comunitaria, trasciende fronteras. Se maximiza, en muchas ocasiones, a través de las compañías que terminan exhibiendo los contenidos en mercados de explotación sexual digital. Estos van desde grupos privados a grupos abiertos, principalmente de hombres que intercambian estas fotografías.
En la actualidad la violencia digital no es un delito en Colombia, es decir, no está tipificado en la ley, ¿cómo podemos avanzar nosotras en ese camino?
Yo creo que lo primero es hacer alianzas. Nos interesaría mucho convocar a todas las mujeres que lean esto y que hayan sido víctimas de esta violencia para organizarnos política y jurídicamente. Si es necesario, y lo digo así con todas sus letras, vamos a Colombia. Hacemos fuerza, exhibimos a los agresores afuera de los congresos. No queremos exportar una ley. Nosotras lo que queremos es que se tomen nuestros ejemplos, el camino que hemos recorrido en países como México y Argentina, y lo adapten con las experiencias de las mujeres en cada territorio.
¿Qué le dirías a una mujer que está pasando por lo que tú pasaste?
Que no crea absolutamente nada de lo que le dicen. No es cierto que tu cuerpo desnudo es un crimen. No es cierto que tú seas la culpable. No es cierto que toda tu vida está acabada por la difusión de ese video. ¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De amar, de confiar, de vivir nuestra sexualidad, de tener internet? Para nada, no les creas. Ármate de valor, límpiate las lágrimas, cree en ti y ama tu cuerpo. Busca una amiga a la que quieras, a tu mejor aliada, busca a tu feminista de confianza, hazte una pancarta y ámate todos los días porque tu venganza debe ser feliz.
