El Magazín Cultural
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Vargas Vila no descansa en paz

Homenaje personal del poeta antioqueño que repatrió los restos del controvertido escritor modernista, cuya fama internacional llegó a ser comparable a la de García Márquez.

Jorge Valencia Jaramillo* / Especial para El Espectador
24 de julio de 2010 - 10:00 p. m.

En 1980 quien estas palabras escribe “encuentra” en Barcelona, guiado por el cónsul de Colombia en esa ciudad, Benjamín Montoya, la tumba de don José María Vargas Vila, en el cementerio de “Las Corts”. Considera, al igual que el señor cónsul y muchos otros colombianos, que sus restos deben ser repatriados. Emprendo la tarea y es así como el 24 de mayo de 1981 llegan dichos restos a Bogotá. Allí descansan, en el Cementerio Central, y estoy seguro que no precisamente en paz. Están en el panteón masónico, pues masón fue don José María.

Su voluntad, para el día de su muerte, había sido: Cuando yo muera, poned mi cuerpo desnudo,/ como a la tierra vino;/ en una caja de madera de pino;/ sin barniz, sin forros, sin adornos vanos de recia ostentación;/ poned mi pluma entre mis manos;/ y el retrato de mi madre sobre mi corazón;/ y como epitafio, grabad únicamente esto: Varga Vila.

Y ese ataúd que mis ojos, sí, estos ojos, vieron, era de pino, sin barniz, sin adorno alguno. Y desnudo lo enterraron y allí, sobre su pecho, el retrato de su madre. Todo, exactamente todo, como él lo había querido.

Añoró a su Patria cientos y cientos de veces, pero también la maldijo. Por eso, antes de morir, escribió: “sólo pido al viento misericordioso que no sople hacia occidente, y no lleve un átomo de ellas hacia las playas de mi patria. Yo no quiero ese último destierro; lloraría de dolor aquel átomo de mis cenizas”. Pero mi corazón de poeta, en un acto de intrepidez, se negó a cumplir su última voluntad y por ello es bien probable que esta misma noche él mismo maldiga, desde los propios infiernos, el discutible homenaje que ahora le hago. Prefiero no obstante sus maldiciones a imaginarlo solo y abandonado, allá, en tierra extranjera. La suerte del destierro, del exilio, que jamás quisiera para mí, para él, para nadie.

El autodidacta

Pocas figuras más controvertidas en la historia literaria y política de nuestro país que la de Vargas Vila. Nació en Bogotá el 23 de julio de 1860 y murió en Barcelona, España, el 22 de mayo de 1933. Cuando nace, su padre, el general José María Vargas Vila, no está presente en el momento del parto, pues se encontraba combatiendo bajo el mando, nada menos, del general Tomás Cipriano de Mosquera. Nace, por lo tanto, en medio de la guerra quien estaría, toda su vida, en trance de combate total y sin cuartel, contra gobiernos, iglesias, instituciones, historias, mitos, personas, ideas.

Vargas Vila sólo alcanza a estudiar —dada su falta de recursos— la primaria y la secundaria. De allí en adelante fue un autodidacta toda su vida y no obtuvo, jamás, un grado académico. Con su vanidad y orgullo característicos escribió, cuando ya tenía 59 años, en sus Diarios, cuaderno XV: “Fui el autodidacta apasionado y completo; a los veinte años la antigüedad clásica me era familiar; había leído a Homero, Tucídides, Esquilo, Xenofonte y Cicerón. Tenía pasión por Tácito y desprecio por Suetonio; traducía al Dante e imitaba a Virgilio. Todo eso aprendido y leído en la biblioteca de un cura de pueblo que había sido fraile y que poseía el don de la elocuencia. Se llamaba Leandro María Pulido y era cura de almas en el pueblo de Siachoque (...). Durante las vacaciones que el profesorado que yo ejercía desde los diecinueve años me dejaba, yo me encerraba con él que ya era sexagenario; su reclusión llena de libros me daba una especie de manía por la lectura, aquella era mi universidad (...) Era político enragé (1), conservador y fanático a outrance. ¿Cómo pudo convivir conmigo que era el polo opuesto de sus creencias? Tal vez por la ley de los contrarios”. ((1) Rabioso).

El combatiente

Vargas Vila crece mientras en Colombia nace y muere el Radicalismo Liberal entre 1860 y 1878. Dicho Radicalismo propugnaba por la constitución de un Estado republicano, laico, por una Iglesia dedicada exclusivamente al culto religioso y por una auténtica democracia económica, social y política. Sobre este movimiento escribiría, más tarde, su obra Los Divinos y los Humanos.

Vargas Vila contaba sólo 16 años cuando decide enrolarse en las fuerzas liberales comandadas por el general Santos Acosta para defender de la rebelión conservadora el que, a la postre, sería el último gobierno del Olimpo Radical, el gobierno de don Aquileo Parra Gómez.

A los 20 años, al no encontrar una mejor oportunidad en su ciudad natal, se va para la ciudad de Ibagué, donde funge como maestro de escuela. Después de algún tiempo regresa a Bogotá y, por esas cosas del destino, entra a trabajar como profesor en el colegio Liceo de la Infancia, dirigido por el sacerdote Tomás Escobar, en el cual se educaba lo más selecto de la sociedad bogotana. Tenía 24 años cuando, molesto con el rector del colegio, resuelve acusarlo, públicamente, de homosexual, afirmando que, a escondidas, tenía amores con muchos de sus alumnos. Lo hace publicando un artículo en un periódico radical llamado La Actualidad. El escándalo fue mayúsculo. Vargas Vila fue expulsado de la institución.

Emigró a Tunja a la casa del canónigo Leandro María Pulido. Habiendo cumplido 25 años lo sorprende la revolución del 85. Acepta trabajar, como secretario del general radical Daniel Hernández, quien decide encabezar un alzamiento contra el presidente Rafael Núñez, jefe del partido “nacionalista” y caudillo indiscutible de la “Regeneración Nacional”. Nada le atrae más que ir de nuevo a la batalla a jugarse —en medio del humo de la pólvora— la vida, todo por el ideal romántico del Radicalismo Liberal. Y por este camino llegan él y sus compañeros a la histórica batalla de La Humareda. Allí, creyendo ganarlo todo, lo pierden todo.

Vargas Vila, ante la incertidumbre que se cierne sobre su vida, tiene que huir a los Llanos Orientales, donde el también general Gabriel Vargas Santos, lejano pariente suyo, le da protección y abrigo en su hacienda “El Limbo”. En medio de aquella soledad escribe una encendida diatriba contra Núñez y la Regeneración, titulada: “Pinceladas sobre la última revolución de Colombia; Siluetas bélicas”. No ahorró en ella ni adjetivo ni vituperio contra los jefes políticos de la Regeneración, mostrando, de manera caricaturesca, su vil sometimiento a las negras sotanas; poniendo en ridículo las supuestas virtudes de estos llamados prohombres; presentándolos como seres humanos despreciables, únicamente interesados en el poder.

El exiliado

Más se tardaron en ser conocidos sus escritos que su cabeza quedara puesta a precio. Escapa a Venezuela. Decide instalarse en un pequeño pueblo llamado Rubio, localizado en la frontera. No quiere alejarse de su patria, pues tal vez mañana pueda regresar. Funda el periódico La Federación y empieza con pasión —cuándo no—, decisión y la mayor violencia posible un ataque despiadado contra Núñez y la Regeneración. De esos momentos de su vida son: De la guerra de 1885 y La Regeneración en Colombia ante el tribunal de la historia.

En Caracas, en 1887, funda las revistas Eco Andino y Los Refractarios. La permanencia de Vargas Vila en Venezuela se complica. El ejecutivo colombiano profundiza su protesta, pues no acepta que un país “amigo” dé albergue a quien de manera tan terrible y despiadada lo ataca. Venezuela cede y le pide que abandone el país.

Termina en Nueva York, donde consigue empleo en el periódico El Progreso. Reinicia su carga de artillería contra los tiranos de Colombia y Venezuela hasta que los dueños deciden retirarlo. Funda entonces la revista Hispano América donde, además de los consabidos ataques, publica varios cuentos que después recogería en su libro Copo de espumas. Ya su fama de escritor es considerable.

Su amigo Eloy Alfaro había llegado al poder en Ecuador en 1895. Vargas Vila le pide ayuda y aquél lo nombra, en 1899, ministro plenipotenciario en la embajada del Ecuador en Roma. En esta ciudad publicaría su muy conocida obra Ante los bárbaros, contra los Estados Unidos de América.

En 1900 pasa a París. Allí inicia su amistad con Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense. Durante estos años ya se va dedicando más a sus escritos literarios y menos a los de carácter periodístico. Entre 1900 y 1903 escribió Rosas de la tarde e Ibis, que terminaron por darle una gran notoriedad en toda Latinoamérica.

 En 1903 regresa a Nueva York, donde funda la revista Némesis (en la mitología griega Némesis es la personificación del sentimiento de la venganza divina ante lo injusto). Condena todas las dictaduras latinoamericanas y a los norteamericanos por sus acciones en Centroamérica, en Cuba, en Filipinas, en Haití y, especialmente, por la toma de Panamá. La revista se torna famosa hasta que Estados Unidos lo declara “persona no grata” y lo obliga a marcharse hacia Europa.

Tiene, sin embargo, la gran suerte de que su amigo Rubén Darío lo hace nombrar cónsul general de Nicaragua en Madrid (1905). Es ya intelectualmente admirado, pero también temido y odiado por las academias, la mayoría de los escritores y, prácticamente, todos los gobiernos. Su vida personal es cada vez más difícil: neurótico, huraño, distante, solitario, sin ninguna compañía que se pudiera calificar de íntima. Se torna agresivo e intolerante con las personas cercanas. Abandona su cargo y se dedica a la edición y publicación de sus libros y, después de cortas estancias, entre París, Madrid y Venecia, se radica en Barcelona. Fue entre 1900 y 1914 que sus novelas alcanzaron una gran difusión entre la juventud latinoamericana. .

 En 1910 publica Los Césares de la decadencia, una de sus obras más violentas y memorables. Sobre Núñez dice que “pertenecía a la raza triste de los tiranos filósofos”. De Miguel Antonio Caro dice: “no usó el poder sino para empequeñecerse” y “hubo dos cosas inseparables en él: la tiranía y la gramática”. Agrega, además, que “fue un sátiro de las rimas”.

Vargas Vila llegó a recibir grandes sumas por las regalías de sus libros y su popularidad como escritor fue inmensa. Sin embargo, hoy en día su nombre casi no se menciona. En su Diario, en febrero de 1920, escribiría: “La idea de que en el porvenir yo pueda ser juzgado como un literato me entristece. La literatura no fue para mí sino un vehículo de mis ideas, y fue en ese sentido que yo escribí mis novelas y juicios críticos y libros de estética pura. Yo no quiero ser desnudado de mis arreos de combatiente, ni aún en el fondo del sepulcro”.

 En 1924 hace una gira por América Latina. Visita Brasil, Uruguay, Argentina y México. Tiene pensado visitar Bogotá, pero al conocer duras diatribas contra él, especialmente del clero, sólo llega hasta Barranquilla. Los curas ofrecían desde los púlpitos llamas eternas a quienes leyeran sus libros, lo cual hizo que volvieran a venderse con fuerza. Ante tanta hostilidad regresa a Barcelona, donde pasa los últimos años de su vida, en la más completa soledad. Los obreros españoles lo leían con el mayor entusiasmo, lo consideraban un anarquista y un socialista.

Su Diario en 1918 anotó lo siguiente: “El amor no fue pasión mía (...) El aprendizaje de la soledad no fue penoso; yo había nacido un solitario y lo fui desde mi niñez... nunca tuve amores, nunca tuve amigos; las mujeres que fatigaron mi sexo no entraron jamás en mi corazón, cuando entré en la soledad no tuve que expulsarlas de ella”.

 

 *Autor de libros como ‘El corazón derrotado’, ‘Memorias de la muerte y el olvido’ y ‘El silencio de la tormenta’. Ex ministro, ex congresista y reconocido promotor cultural de Colombia. Este texto es una versión de la conferencia que dictará el jueves 29 de julio en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, en Medellín.

 

Por Jorge Valencia Jaramillo* / Especial para El Espectador

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