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Crónicas embrujadas

Presentamos cuatro visiones sobre un misterioso aspecto de Bogotá, el de los videntes, adivinos o psíquicos, en vísperas de Halloween.

El Espectador
01 de noviembre de 2007 - 04:27 p. m.

El escéptico, los crédulos, el destino y el irreconciliable pasado tuvieron su cita para esta edición de El Espectador, en una forma diferente de retratar la ciudad por estos días de Halloween. Desde los tiempos de la Edad Media se ha repetido que las brujas no existen, pero de que las hay, las hay. Con los años han cambiado de nombres y de fisonomía. Sin embargo, su misterio y sus oscuros poderes continúan expuestos sobre la mesa, a la espera de que alguien saque una carta y los interrogue.

Tarifa para-normal

Pablo Correa

Lograr un espacio en la agenda de un psíquico de cierto renombre puede resultar una tarea tan penosa como la de conseguir cita con un especialista en la EPS. "Martín" salía de viaje y sólo atendería hasta la próxima semana. "Roland" tenía su consulta copada hasta el próximo martes. Así que Gloria Díaz Salom parecía la única disponible para "una urgencia".

- El precio de la consulta es de $150.000 -advierte de inmediato, al otro lado de la línea telefónica, su secretaria-. Dura 25 minutos, ella es astróloga y practica la psicometría, tiene que decir su fecha de nacimiento y la hora, puede traer una prenda o foto si quiere saber sobre alguna persona. Al final le dará una guía para el próximo año. ¿Puede hoy a las 3:30 p.m.?

En la retahíla aprendida de memoria, la secretaria olvidó mencionar la virtud más sobresaliente de Gloria Díaz: comunicación con los muertos. Tanto, que dos veces al mes entra en la cabina del programa Insomnia, que se emite en las noches por la emisora Los 40 Principales, para revelar a los oyentes que llaman mensajes de sus muertos. Uno de los episodios más recordados fue un especial desde Armero, en el que Gloria y el equipo de la emisora recorrieron el territorio de la tragedia "conectados" a varias de las personas que perecieron allí en 1985.

Su consultorio, ubicado en el tercer piso del edificio "La Cascada", en una zona exclusiva al norte de Bogotá, es una oficina ampliamente iluminada, adornada con imágenes de santos, velas, cristales, figuras geométricas y esotéricas. Gloria saluda juntando sus manos sobre el pecho, al otro lado de un amplio escritorio. Sonríe.

- ¿Leo? ¿Eres Leo?

- No, no.

- Pero alguien muy cercano a ti es Leo.

- Bueno, pues no sé. Seguramente...

- Dime tu signo.

- Tauro.

- ¡¡¡Ayy!!! Un taurito... Vamos a ver...

Y entonces ajustó mi fecha de nacimiento en su Eclíptica, una especie de brújula metálica con los signos zodiacales, encajada en un estuche de madera.

- Tienes pie plano, ¿cierto? Por eso no fuiste al ejército. ¿No fuiste al ejército?

- Pues no, la verdad no fui al ejército -respondí, y me quedé pensando en que no tengo el pie plano. Mi estrategia era abrir la boca lo menos posible. Las preguntas llevan implícitas algunas afirmaciones, que en manos de una mente hábil se convierten en buenos indicios.

La señora Díaz saltó del pie plano a mis conflictos sentimentales. Aseguró que vivía un desgarramiento amoroso, lo cual es verdad de alguna manera. Siempre es verdad, al fin de cuentas, en el amor todos siempre perdemos.

- Veo una "A" en su nombre. Al principio o en medio del nombre.

Casi me sorprende. Estuve a punto de decir un nombre, pero recordé que en el juego del ahorcado, en el que se intenta adivinar una palabra, la regla de oro es comenzar con las vocales y la "a" es la más común. De hecho, pensándolo luego con calma, el 95% de las mujeres que conozco tienen una "a" en su nombre. Eso alimentó mi escepticismo.

Lo que siguió, a propósito del trabajo, tampoco resultó muy "para-normal", salvo que el próximo mes cambie de trabajo y repita en mayo de 2008. Confesé que escribía artículos, así que eso dio pie para que recomendara dedicarme a temas de buena mesa, más lights. Mencionó a "Julio", que bien podría ser el novio de una hermana, un primo con el que perdí contacto hace muchos años o uno de dos compañeros de universidad. Mencionó la muerte de alguien muy querido en los últimos seis años, noticia que si fue cierta, no la recuerdo o no me enteré.

Pero la prueba de fuego prevista era una foto de mi padre y un souvenir. Cuando coloqué sobre el escritorio la foto y aquella miniatura tejida, Gloria puso la foto bocabajo para dedicarse al souvenir. Al instante concluí que su puntería había fallado y equivocó la dueña del objeto.

Entonces, pedí que dijera algo de la foto. La tomó en una mano mientras con la otra trazaba círculos aéreos. ¿Quién es?, preguntó. Es mi padre, respondí. Bien. ¿Dónde está?, preguntó. Me parece que la pregunta sobraba si se supone que ella es la que se comunica con los muertos, pero acepté darle esa pista: está muerto. "Tan lindo, claro, ya me está hablando. Está muy tranquilo. Veo otro Pablo que no eres tú cerca de él. ¿Quién es? ¿Tu abuelo?

En efecto, llevo el nombre de mi abuelo, ¿pero acaso no es esa una costumbre muy occidental? Dijo que mi padre permanecía angustiado por algo que sucedía entre las calles 140 y 170, revelación sospechosa considerando que él nunca vivió en Bogotá. También habló de un lugar, que no era un pueblo, tampoco una ciudad, pero se veían una plaza y la iglesia... ¿Dónde puede ser? Fue difícil contestar. Todos los pueblos grandes que conozco tienen plaza e iglesia. Me incliné por Popayán.

La secretaria interrumpía cada cinco minutos anunciando que el tiempo se había cumplido, pero Gloria tuvo la cortesía de regalarme unos minutos extras. Preguntó por alguien que sangraba por la nariz. No supe decirle quién sangraba por la nariz. Mencionó El Espectador en algún momento, lo cual habría resultado perturbador si no hubiera sido porque en el momento de apartar la cita era necesario dejar un número de teléfono fijo.

Por El Espectador

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