El Magazín Cultural
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‘Cinco días sin Nora’

Entrevista con la directora y guionista mexicana Mariana Chenillo.

Liliana López Sorzano
03 de diciembre de 2009 - 08:58 p. m.

El comienzo de la película Cinco días sin Nora es una bella puesta de mesa que entre manteles, platería y cristal evidencia una cena para una ocasión especial. La mujer que detenidamente cuida cada aspecto de lo que supondría algún tipo de celebración, pasa a su cuarto, se acuesta en su cama, se toma tres tarros de pastillas y cierra la cortina de su vida. Nora, una mujer judía ortodoxa, monta un plan para su velorio, entierro y la reunión familiar que desatará su muerte. José Kurtz (interpretado por Fernando Luján), su ex esposo, retirado de la práctica del judaísmo, quedará encargado de toda la situación.

Ese es el punto de partida de esta lograda puesta en escena, de esta sencilla historia que con fino humor y grandes actuaciones confronta la religión judía con la cristiana y el ateísmo. Más allá de ser una película enraizada en la cultura mexicana, ésta podría suceder en otro lugar y quizá esa sea otra de las muchas explicaciones por las cuales la cinta ha recibido nueve premios en festivales internacionales, como el Astor de Oro del Festival de Mar del Plata como mejor película, el premio del público en el Festival Internacional de Miami, el de mejor director en el Festival de Cine de Moscú, entre otros. El Espectador habló con la talentosa directora desde Ciudad de México.

¿Cómo surgió la historia, qué la desató?

La esencia de la historia está basada en una anécdota familiar, en el tipo de relación que llevaban mis abuelos. Yo quería hablar del camino de reconciliación que recorre el personaje principal (José Kurtz interpretado por Fernando Luján)  porque la muerte se produce por el suicidio.

La muerte tiene unas implicaciones culturales en México…

Creo que la película es una mezcla de diferentes costumbres. Está la postura particular del personaje principal, el contexto de la comunidad judía y una parte muy mexicana que viene de la tradición prehispánica con el Día de los Muertos. Los difuntos siguen siendo parte de la familia, cada año se les pone un altar con las cosas que les gustaban y eso permite una presencia de la muerte en lo cotidiano que da lugar al humor y a poder hablar de ella con menos solemnidad.

Hay una excelente dirección de arte, ¿qué tan importante es  este aspecto?

En general la atmósfera de lo que se está contando es fundamental, ese es el mundo en donde uno pone al espectador y que a partir de ahí va a captar los acontecimientos como falsos o como verdaderos. Más allá de la preocupación estética, de que todo se vea bonito, se trata de recrear un universo y construirlo con todos los elementos, desde el guión, el arte, los actores etc. Es parte de la fantasía del cine.

La han calificado como una comedia, ¿cuál es su percepción?

Los géneros ya han cruzado fronteras. No creo que se pueda calificar de una manera absoluta. Creo que el humor te permite llegar a ciertos lugares. A pesar de que no es una comedia de pastelazos, el motor humorístico de la historia surge de la tensión entre los personajes y la absurda situación. En el humor, encontré los elementos para atreverme a contar esta rara historia, un poco inclasificable, y para que no fuera una película basada en el suicidio, sino en cómo se resuelve en los demás personajes.

¿Esperaba obtener tantos premios con una ópera prima?

Nunca pensé en ningún reconocimiento, porque estaba demasiado concentrada en que la historia resultara como película. Todos los premios han sido una sorpresa. De hecho, los primeros que recibimos fueron tres del público. Eso significó haber logrado pasar esta historia personal, abstracta, particular y familiar a una película. Y resultó que los espectadores se conectaron mucho con la cinta. Ese fue un gran descubrimiento.

Por Liliana López Sorzano

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