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La magia de Raúl Higuera

Raúl Higuera lleva seis años en un permanente idilio con el lente y la moda.

Liliana López Sorzano
05 de julio de 2008 - 04:31 a. m.

La fotografía es una pasión y un oficio que le llegó por una casualidad y que desarrolló de forma autodidacta e intuitiva a punta de prueba y error. Todo comenzó con una cámara extraviada en un Transmilenio que le compró a una señora un día anodino. Si esto no hubiera pasado, quizá nunca se hubiera hecho fotógrafo. Sin embargo, Higuera no cree en el azar porque todo pasa por un motivo, y de pronto en los anales del destino esto ya estaba escrito. 

Venus, el planeta que rige todos los sentidos y la belleza, debió estar el día de su nacimiento en perfecta alineación con los astros, porque sus recuerdos y experiencias infantiles se colmaron de sensaciones, imágenes, texturas, sonidos y sabores. Algo estaba claro, la sensibilidad a lo artístico lo llevaría a algún rincón de ese universo, y por eso comenzaría estudios de teatro mientras hacia su carrera de publicidad.

En ese entonces compartía clases con Catalina Sandino. Cuando empezó el revuelo de María llena eras de gracia, él le tomo una foto que llegó a los ojos de alguien que trabajaba en la revista Infashion. Fue la primera foto que le pagaron y desde ahí los trabajos encargados se dispararon; poco tiempo después haría las editoriales de moda de esa misma revista. Ha trabajado para casi todas las revistas nacionales, experiencia que le permitió consolidarse como uno de los fotógrafos más solicitados del país.  Su talento fue olido a miles de kilómetros de distancia, lo que hizo que extendiera sus tentáculos a las grandes metrópolis del mundo como París, Londres, Nueva York y Ciudad de México, donde ya se hizo un nombre que lo tiene  posicionado dentro de los 100 mejores fotógrafos publicitarios del mundo. Sin embargo, sueña con trabajar para las revistas W y Vogue Italia, donde no basta con ser un buen fotógrafo, sino estar rodeado de gente clave y ser un excelente relacionista público.

Tiene un estilo propio que nace de sus obsesiones y  gustos. La intención es crear imágenes únicas que se salgan de lo cotidiano y que viajen por mundos oníricos y poéticos. “Tengo una preferencia por las telas en movimiento, como la muselina de seda, los fluidos, los líquidos congelados y el cabello detenido. Es como querer acariciar el espacio y dar la sensación de levitar en el aire”, afirma Higuera. Si de color se trata, el negro predomina porque es seductor, elegante, poderoso y le imprime dramatismo a la imagen. A través del retoque también logra ese efecto, resaltando los brillos en contornos oscuros para conseguir el foco de atención. Ése es otro de sus sellos personales.

Su trabajo es barroco en fotografía. Son momentos de ficción que están cargados con adornos, con detalles que sugieren un espacio que pareciera tener una continuación. Esto también se debe a que la mayoría de sus trabajos son con fines publicitarios y requieren estímulos para captar la atención y detener la mirada. Y es que dicen que Higuera es un encantador de serpientes. Con sus modelos se conecta casi de manera telepática y se convierte en reflejo de sus movimientos y gestos.

Con tan sólo 26 años, está a punto de firmar el contrato de sus sueños con un artista internacional que ya posó sus ojos en él, quien sin duda lanzará su carrera a otro nivel. Por ahora, el nombre es confidencial. Sin duda está atravesando los mejores momentos de su vida y así, con ensoñación, dice: “Me fui”. Hay gente que nace con un legado al hombro. No son muchos, Higuera es de los pocos.

Por Liliana López Sorzano

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