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La tragedia de Mauricio Osorio

La historia de uno de los colombianos muertos en Barcelona.

J. Á. MontanésC.S. Baquero / Especial del El País, Barcelona
25 de junio de 2010 - 10:31 p. m.

El 11 de noviembre de 1985, Mauricio Osorio, colombiano, de 33 años, se salvó de la explosión del volcán Nevado del Ruiz. La subsecuente avalancha dejó cerca de 25.000 víctimas. Allí murió toda su familia, menos su padre. Esa buena suerte no lo acompañó en la pasada noche de San Juan. Él y su compatriota Jorge Serrano son dos de los 13 muertos arrollados por un tren Alaris cuando cruzaban la vía férrea en la estación de Castelldefels-Platja para celebrar la verbena con sus amigos.

Esta ironía trágica la contó Paola, pareja de Osorio, a algunos de sus conocidos antes de meterse en uno de los edificios de la Ciudad de la Justicia, situada en el límite entre Barcelona y L’Hospitalet de Llobregat. Ella estaba con las dos víctimas en el momento del accidente. Se salvó de milagro. Es por eso que, en medio del caos de los trabajos de identificación, ya había casi desde el principio dos cuerpos con nombre. Los tres vivían en la población Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona).

Osorio llegó a España hace un par de años merced a un acuerdo con el Servicio Nacional de Aprendizaje de Colombia; Serrano lo hizo gracias a una oferta de trabajo que le hizo un cuñado. “Mauricio trabajaba en un Carrefour y estaba en proceso de pedir la reagrupación de sus dos hijas, que siguen en Colombia. Jorge estaba en el paro y vivía aquí con su familia”, explicó Mauricio Noreña, compañero de la Asociación Colombia Viva Cataluña, a la que pertenecían las víctimas.

Su historia era una de las que se escuchaban a las puertas de estas instalaciones judiciales, que vivieron su momento más luctuoso desde su inauguración el año pasado. Otra era la de un grupo de jóvenes ecuatorianos que buscaban a dos de sus amigos y relataban su experiencia: “Nos dejó el tren en Castelldefels-Platja, esperamos que se fuera, y al ver que el acceso por arriba estaba cerrado cruzamos; en eso llegó el tren y empezó a arrollar a la gente”, explicó Quini, un joven de 20 años de origen ecuatoriano que estaba con Adam y José Antonio, ecuatorianos también, y otros amigos que iban a la playa a celebrar la verbena; de hecho, en Ecuador hay una fiesta similar llamada Inti Raymi, que tiene orígenes incas. “El tren venía sin luces, pitó y después de atropellar a la gente las encendió; vi como saltaban los trozos de personas”, aseguró. La investigación parece indicar que no fue así.

“Fuimos unos 20 amigos, y tras el accidente dejamos de ver a dos: Diego y Alberto. En Castelldefelfs no están, tampoco han sido ingresados, nos han dicho que vengamos aquí, pero nadie sabe nada”, se lamentaba Quini, protegiéndose del sol bajo una de las raquíticas acacias que rodean los edificios judiciales. Mientras, Adam se quejaba de que en previsión de la gente que se esperaba no abrieran la salida que estaba cerrada. “La abrieron después del accidente, ¿por qué no lo hicieron antes?”.

Montserrat Tura, consejera de Justicia del Gobierno catalán, anunció que la cafetería de la Ciudad de la Justicia se habilitaría para acoger a los familiares que se trasladarán hasta allí. A partir de las 3 de la tarde comenzó un goteo incesante de personas que creció a lo largo de la tarde hasta alcanzar las 60 familias.

La mayoría eran grupos de seis o más personas, de edad diversa, en los que no faltaban niños ni termos para hacer mate. A las cuatro y media, seis vehículos custodiados por la Guardia Urbana de Castelldefels trajeron a los familiares que se habían desplazado hasta allí. Entre el grupo no estaban Quini y sus amigos. Llegaron poco después, entre lloros, y se fundieron en un abrazo con otro grupo de personas que se dirigía al interior del edificio. Diego y Alberto seguían sin aparecer. Llevaban más de 17 horas sin saber nada de ellos.

Aún por la mañana, Luis Alberto Leónidas buscaba a su hijo de 21 años. “Fue a Castelldefels y todavía no ha vuelto a casa. Espero que esté con una novia”, dijo con una esperanza que empezaba a escasear.

Por J. Á. MontanésC.S. Baquero / Especial del El País, Barcelona

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