Publicidad

"Estoy vivo de milagro": John Fredy Giraldo

Clavó sus manos en la montaña para no morir en el derrumbe de Giraldo, Antioquia.

John Fredy Giraldo / Especial para El Espectador
29 de septiembre de 2010 - 10:52 p. m.

El lunes estábamos con mi compañero Hugo David Correa cuando nos llamaron para que fuéramos a El Tambo (vereda de Giraldo), porque con el primer derrumbe se había caído una cuerda de la energía. Cuando llegamos a la carretera había mucha gente y carros esperando que habilitaran el paso para retomar su camino en la vía a la Costa. Comenzamos a subir la montaña y caminamos como 20 minutos. Llegamos muy arriba. Por fortuna, hacía muy buen día, si no, no hubiéramos podido hacer el trabajo. Al sitio donde estaba el daño llegamos a la 1:30 p.m., cuatro trabajadores de una cuadrilla de Línea Viva nos esperaban.

Hugo se subió al pino para cortar las ramas y liberar la cuerda; yo desde abajo le iba indicando. Desde allá escuchaba una máquina trabajando y alcanzaba a ver mucha gente pasando de un lado a otro. Era una fila larga, mucha gente. Terminamos el trabajo y dejamos la línea —que era de una red primaria— lista para templar. Eso fue a las 2:30 p.m. Hugo y yo seguimos subiendo la montaña, creo que unos 300 metros. De pronto vi una grieta y le dije a mi compañero: “Esto se está cayendo, ¡corramos¡”. No nos dio tiempo de nada. Sentimos un estruendo y la tierra se desprendió y nos arrastró. Yo me alcancé a pegar al talud que queda cuando se desprende la montaña. Veía cómo la tierra se tragaba a mi compañero, vi cómo se hundía. En ese momento sentí terror, pánico, me di cuenta de que ahí me iba a morir. Era una angustia que no se puede describir.

Me aferré de la montaña con una pértiga o tijera telescópica, esa herramienta trae una punta, es como una vara. Trataba de anclarla a la barranca, pero se me soltó y terminé pegado con los dedos. Me aferré con las uñas y gritaba que me ayudaran. Era horrible, porque me acordaba de Hugo y pensé que se había muerto.

Desde abajo la gente gritaba desesperada, me decían: “No se suelte, aguante”, lloraban, decían: “Sáquenlo, ayúdenlo”.  Empecé a rezarles a Cristo y a San Antonio, porque soy muy devoto de ellos. De la nada aparecieron unos trabajadores del Invías, eran como 6. Yo les gritaba que no me dejaran morir, que me sacaran porque me estaba deslizando. Las uñas me dolían, estaba arañando la montaña y sentía que me iba a caer al abismo. Creo que fue en cuestión de dos minutos.

Me preguntaban: “¿Cuántos son?” Y yo les decía que seis, pero les pedía que ayudaran a Hugo, que lo buscaran porque se lo tragó la tierra. Les decía: “Me estoy yendo, me voy a caer, no me dejen morir”. No podía hacer nada por mí y mucho menos por Hugo.

Cuando menos pensé me tiraron una cuerda y yo me agarré, porque nosotros estamos acostumbrados a trabajar con cuerdas. Fueron como 40 metros que tuve que subir hasta donde estaban mis rescatistas. Mientras subía me decían: “Tranquilo, ya va a salir, aquí estamos”, pero yo les seguía pidiendo ayuda por Hugo. Cuando por fin llegué a donde ellos me abrazaron, me dieron agua y me dijeron que me calmara. Entonces lo primero que hice fue sacar el celular del bolsillo y llamar a mi jefe a decirle que no veía a los otros muchachos y que a Hugo se lo había tragado el derrumbe.

Colgué y vi que Hugo salía de un cafetal, no hablaba, tenía mucha tos. Estaba lleno de tierra. Yo lo miraba y le preguntaba: ¿está bien?, ¿qué le duele? Lo veía normal. Le quitamos la camisa, pero temblaba mucho. Lo acostamos y le dimos agua para que se calmara y se le quitara la tos, y empezó a llorar y yo también. No aguanté, estábamos vivos y sabíamos que abajo había mucha gente, porque los habíamos visto cuando pasamos por el derrumbe.

Mi jefe me llamó y me dijo que los otros muchachos estaban bien, a ellos no los alcanzó la nueva avalancha. Nos dijo que bajáramos, que había un carro esperándonos para llevarnos al hospital. En ese momento los trabajadores que nos ayudaron se fueron a tratar de encontrar a más personas.

Cuando bajamos a la carretera la gente nos felicitaba y nos decía que volvimos a vivir. Un señor nos decía: “Tienen dos horas de nacidos”. En ese momento nos volvimos como si fuéramos de la familia, ya no éramos desconocidos. Mientras esperábamos que nos recogieran, vimos a los bomberos de Cañas Gordas que estaban buscando gente. Si hubiera visto a alguien vivo me hubiera tirado a sacarlo, porque a mí también me ayudaron, pero sólo había tierra y no se veía nada.

Por John Fredy Giraldo / Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar