El Presidente no descansa en paz

Los bisnietos del Jefe de Estado de Colombia en 1854, general José María Melo, denuncian que el gobierno se niega a repatriar los restos del prócer desde México, donde fue fusilado en 1860. Perfil.

Nelson Fredy Padilla
07 de noviembre de 2009 - 08:58 p. m.

Uno de los Presidentes de la República de Colombia más desconocido aquí, el general José María Melo, es considerado héroe en México, donde murió fusilado en 1860 siendo comandante regional de las tropas de Benito Juárez. Sus bisnietos, Heliodoro —residente en Estados Unidos— y Ramiro —en Bogotá—, reclaman al Gobierno Nacional y al Partido Liberal que, con motivo del inicio de las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia, lideren una cruzada para repatriar sus huesos desde el país centroamericano y reivindicar su papel en la historia nacional.

Los descendientes del hombre que el 17 de abril de 1854 lideró un golpe de Estado contra José María Obando completan tres años de infructuosos reclamos y hasta acciones de tutela contra el gobierno de Álvaro Uribe Vélez para que funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores concreten la exhumación y repatriación de los restos de uno de los tres presidentes nacidos en Chaparral, Tolima (los otros fueron Manuel Murillo Toro y Darío Echandía).

Quien primero se ocupó de la suerte de los despojos de Melo fue el historiador Tulio Samper y Grau. Lo hizo a comienzos del siglo pasado con ayuda del cónsul de México en Barranquilla y el ministro de Colombia en el país azteca, Luis Felipe Angulo. No tuvo éxito. En 1949 lo intentó el ministro colombiano Luis López de Mesa ante el presidente mexicano Lázaro Cárdenas. Nada formalizaron. En 1989 hubo un nuevo amago de exhumación con la anuencia de los presidentes de México, Carlos Salinas de Gortari, y de Colombia, Virgilio Barco.

El Nobel Gabriel García Márquez ayudó a que el tema fuera estudiado por el gobierno azteca. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México designó a una arqueóloga y a un antropólogo para que apoyaran el trabajo de campo, pero el respaldo colombiano no fue el deseado. Rafael Antonio Suárez, funcionario del gobierno de Chiapas, notificó a las partes “resultados precarios”. El antropólogo e historiador colombiano Gustavo Vargas Martínez es otro de quienes ha estado atento al caso en México y asiste cada año a los homenajes que le hace el gobierno de ese país al ex presidente colombiano.

Ahora los bisnietos de José María Melo intentan que el comienzo de las celebraciones del Bicentenario sea el momento ideal para “por fin hacer algo para que nuestro bisabuelo descanse en paz en su tierra, por cuya libertad siempre luchó”. Desde hace tres años han acudido a todas las instancias posibles. Al presidente Álvaro Uribe, a la ex canciller Carolina Barco, a los consulados, a los embajadores en México, al Defensor del Pueblo, Vólmar Pérez. Incluso, interpusieron acción de tutela que fue negada tanto en el Tribunal Superior de Bogotá como en la Corte Suprema de Justicia con el argumento de que las autoridades sí les habían respondido los derechos de petición.

Heliodoro Melo le dijo a El Espectador desde California, Estados Unidos, que de nada le sirve que cada funcionario le responda remitiéndolo a otro mientras ninguno hace nada para coordinar con sus pares mexicanos la exhumación y la repatriación. El colmo, dice, fue cuando en marzo de 2007 la coordinadora de Asistencia a Connacionales y Promoción de Comunidades Colombianas en el Exterior, Martha Patricia Medina González, le escribió pidiéndole la ubicación de la tumba de Melo, información que él ya había suministrado, y advirtiéndole que “se requiere la cancelación de costos para este tipo de diligencia, ya que el Gobierno de Colombia no cuenta con una partida presupuestal para estos casos”. Ramiro Melo, el otro bisnieto, aclara: “No estamos pidiendo caridad, sino que el Gobierno se concientice de su deber de reparación histórica para con un prócer de la historia”.

La única salvedad en medio de esta maraña de disculpas oficiales es para el embajador de Colombia en México, el ex fiscal Luis Camilo Osorio, quien desde hace dos años insiste ante las autoridades de ese país para que faciliten el proceso, ya que ahora las autoridades de Chiapas son las que no responden. Los Melo acudirán al presidente de México, Felipe Calderón, y al escritor colombiano radicado allí, Fernando Vallejo. En Colombia lo harán con el director del Partido Liberal, César Gaviria, y con el ex candidato a la Presidencia y también nacido en Chaparral, Alfonso Gómez Méndez. En la página de la Presidencia de la República se lee una biografía de José María Melo que termina así: “Algún día sus restos retornarán a Colombia”.

¿Héroe o golpista frustrado?

A juzgar por la foto que exhiben sus bisnietos, José María Melo parece un personaje caricaturesco, como lo describió el historiador Darío Ortiz Vidales: “Vestía en Bogotá con capa corta de húsar, cachucha galoneada, ancho pantalón y sable al cinto. Era de mediana estatura, lampiño, ancho de espalda, nariz abultada un tanto corva, corta y gruesa, y cabeza con los cabellos cortados al rape”. Por su alocada vida lo llegaron a calificar de Quijote. Un aventurero que se formó como militar en el ejército libertador junto a Simón Bolívar y también quiso recorrer América Latina para limpiarla de cualquier rastro de dominación española.

Tal vez quien más ayudó a perfilar al presidente Melo fue el historiador Tulio Samper y Grau: “No fue un soldado rudo, como se cree, sino intelectual, de una apreciable cultura”. Como editor del periódico El Orden, Melo popularizó su pensamiento aprovechándose de la división del dominante Partido Liberal entre gólgotas (defensores de la economía de librecambio y de una ley de desaparición del ejército) y draconianos como él (defensores del proteccionismo y de la redistribución de la riqueza entre ricos y pobres). Cuando asumió el poder decretó un empréstito forzoso entre los adinerados de la capital y se rebajó el sueldo de Presidente de 1.000 a 600 pesos.

Sus cualidades militares nadie las discutía: allegados de la época, como Juan Francisco Ortiz, e incluso reseñas del Ejército Nacional de hoy le reconocen “su especial talento para adiestrar y disciplinar tropas” al igual que sus cualidades como jinete. Sus críticos aseguran que no era ejemplo de disciplina, que asesinó al cabo Pedro Ramón Quiroz y que abandonó a su esposa e hijos en Venezuela para irse a Europa.


Estudió cuatro años en la Academia de Bremen, Alemania, donde se especializó en técnicas marciales. Paradoja: al mismo tiempo se empapó de las teorías militares que admitían políticas socialistas para redimir a los desfavorecidos frente a la economía de “la burguesía voraz”. Esta ideología terminó siendo el caldo de cultivo de las Sociedades Democráticas, integradas en su mayoría por artesanos transformados en agitadores sociales y luego en golpistas en armas.

Melo probó sus sueños revolucionarios como partícipe de la breve dictadura de Rafael Urdaneta (1830), hecho por el cual fue expulsado a Venezuela, y allí formó parte de la conspiración contra el presidente José María Vargas (1835). De vuelta en el país, Manuel Murillo Toro lo designó jefe de brigada de caballería. Luego el también general y presidente José Hilario López lo ascendió a general en 1851 y lo convirtió en directivo de la llamada Junta del Montepío Militar. Era el todopoderoso del centro del país, ratificado por José María Obando, cuando decidió dar el golpe.

¿Por qué sólo estuvo siete meses y medio como Jefe de Estado? El historiador Roberto Triana lo atribuye en parte a su carácter impulsivo. “Carecía de la previsión de un caudillo, sobreponía el sentimiento a la razón”. Creyó tener todo controlado pero generales como Tomás Herrera y los liberales radicales se tomaron Bogotá el 2 de diciembre de 1854 y lo derrocaron con diez mil soldados. Resultaron determinantes las tropas organizadas por los terratenientes Tomás Cipriano de Mosquera desde el norte del país, José Hilario López desde el sur y el apoyo del general Joaquín París desde el Alto Magdalena. El ambicioso militar que fue llamado “el emperador de los Andes” y, junto con Obando, posaban de Edipos de la época, terminó enjuiciado y desterrado del país.

Como su nombre era reconocido en Latinoamérica, estuvo en Costa Rica combatiendo al invasor norteamericano William Walker y luego el gobierno de El Salvador le encargó dirigir su fuerza pública de diez mil hombres hasta que lo despidieron temiendo a su poderío. Pasó a Guatemala, fue expulsado y terminó en México donde el gobernador de Chiapas lo recomendó con el presidente Benito Juárez, quien se identificó con él no sólo por su hoja de vida militar sino por su origen indígena pijao.

Era comandante regional el 1° de junio de 1860 cuando en la hacienda Juncaná, departamento de Comitán, Melo volvió a confiarse de su amada caballería y terminó capturado por el general Juan Ortega, quien ordenó su ejecución. Según el historiador Armando Martínez Garnica, a pesar de su trayectoria militar “admirable” en las batallas de Boyacá, Popayán, Jenoy, Pitayó, Bomboná, Pichincha, El Portete de Tarqui, Junín, Mataró, Ayacucho y El Callao, Melo resultó ser “el gran perdedor en el casino de la historiografía liberal colombiana”. Murió en su ley: en olor de guerra y con cuatro pesos en el bolsillo. Allí mismo lo sepultaron, salvándolo de los buitres, los indios tojolabales, sus hermanos de sangre.

El golpe de Estado de 1854

“Una vez estuvieron ensillados todos los caballos del escuadrón, el general Melo dio la orden de montar y salieron a la plazuela de San Francisco. Se dirigieron luego a la Plaza de Bolívar. Estaban allí también, armados de fusiles del parque oficial, los miembros de la Sociedad Democrática. Cuando ya empezaba el lunes 17 de Pascua (1854) el general Melo gritó ‘Abajo los gólgotas’. Tronó el cañón y empezó el repique de campanas y los vivas. Según Juan Francisco Ortiz, había caído la Constitución de 1853 y se había iniciado, ‘sin derramar ni una gota de sangre’ y con sólo 600 hombres, la revolución del 17 de abril. Al amanecer, envió una comisión al Palacio Presidencial para ofrecerle al presidente el mando supremo, poniéndose al frente de la revolución y declarando cerrado el Congreso. Como Obando rehusó a aceptarlo, el ejército proclamó al general Melo, quien asumió la dictadura”.

El fusilamiento

“En esa luminosa mañana de junio (1860), un destacamento formado entre las ruinas de un antiguo convento español, aguardaba, arma al brazo. Alcanzó a verse un grupo que en doble formación se aproximaba. Redoblaron los tambores con un dejo de muerte. Uno de los que esperaban dijo a su inmediato compañero: ¿A quién vamos a fusilar? Al general extranjero, le respondió el otro. Dicen que es de la Nueva Granada. A pesar de sus sesenta años de alternativas y de luchas, el general se dirigía al sitio del suplicio con noble continente. Peinaba con cuidado su cabello entrecano, y ni la sombra de una inquietud nublaba su mirada, a la vez dura y tranquila. El desfile llegó al sitio de la ejecución, y Melo levantó la cabeza y puso el pecho, ungido por las cicatrices de cincuenta batallas, frente a la boca de los fusiles. Nadie ha traído sus últimas palabras, pero es probable que no dijese ninguna. ¿Para qué, si ya había entrado en la historia?”. * Versión basada en crónicas de los periódicos centroamericanos de la época.

El Partido Liberal, con apoyo del Estado, está dispuesto a hacer todo lo que esté a su alcance para que los restos mortales del presidente Melo sean repatriados de México a Colombia lo más pronto posible”. César Gaviria Trujillo, ex presidente de la República
y director del Partido Liberal.

Por Nelson Fredy Padilla

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