Noticias de Colombia El Centro De Operaciones Del Tren De Aragua Para La Explotacion Sexual

Colombia: el centro de operaciones del Tren de Aragua para la explotación sexual

En La Parada, territorio colombiano en frontera con Venezuela, las mujeres y niñas que migran en condiciones de pobreza son captadas, endeudadas y engañadas para su explotación sexual. El lucrativo “negocio” se lo disputa y controla el Tren de Aragua, que desde Colombia extendió sus redes criminales a Chile, Ecuador y Perú, principalmente.

Por Natalia Herrera Durán

Abr. 23, 2023

En La Parada, territorio colombiano en frontera con Venezuela, las mujeres y niñas que migran en condiciones de pobreza son captadas, endeudadas y engañadas para su explotación sexual. El lucrativo “negocio” se lo disputa y controla el Tren de Aragua, que desde Colombia extendió sus redes criminales a Chile, Ecuador y Perú, principalmente.

Una niña de unos 10 años carga a una bebé de menos de uno y le da la mano a una de tres. Se mueven despacio, en silencio, un miércoles a mediodía, detrás de un joven moreno, en pantaloneta, que no les da la mano ni las ayuda con las pocas pertenencias que llevan consigo. Atraviesan los caminos de tierra que bordean al río Táchira, al final del tramo de una de las trochas clandestinas más reconocidas para el tránsito de migrantes irregulares entre Colombia y Venezuela. Por fuera del radar de las autoridades migratorias, pero a la vista de cualquiera que se detenga a observar qué sucede allí.

Pasan por debajo del Puente Internacional Simón Bolívar, la principal vía terrestre que comunica a Colombia con Venezuela, por donde hoy los “trocheros” siguen cruzando mercancía sin control y venezolanos sin la documentación requerida (como menores de edad sin acompañantes). Esto a pesar de que en febrero de 2023 se abrió el puente, por cuenta del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, luego de siete años de enemistad política.

En La Parada son comunes los homicidios y las balaceras en la madrugada y el registro de desaparecidos es incalculable. / Camila Granados Arango

“¿Sí las ves?”, indica en voz baja una de las personas de La Parada (el corregimiento o barrio frontera, del municipio de Villa del Rosario) que acompañó al equipo periodístico de El Espectador hasta ese punto. “¡Qué dolor! ¿Qué será de su vida dentro de poco?, ¿dónde estará su familia?”. El miedo no es poco. La escena de niñas y jóvenes venezolanas cruzando la frontera por las trochas, expuestas a ser víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual, es habitual.

Desde 2018, cuando la diáspora venezolana se incrementó (más de siete millones de personas han dejado Venezuela buscando protección y una vida mejor, según ACNUR), por la inestabilidad económica y política de este país, esa es una de las realidades más dolorosas y palpables de la crisis. Las cifras oficiales sobre trata de personas con fines de explotación sexual no dimensionan el fenómeno y el subregistro de casos es incalculable. Entre 2018 y el 15 de marzo de 2023, solo 147 migrantes venezolanas han sido registradas por el Ministerio del Interior como víctimas de explotación sexual en Colombia.

Catalina* es una de las muchas víctimas de este delito que no está en las cifras de las entidades. Migró cuando tenía 16 años, evadiendo los radares de las autoridades migratorias, por la trocha conocida como La Platanera, por los cultivos de plátano que atraviesan el río Táchira hasta llegar a territorio colombiano. Iba con su hijo de brazos, en busca de un trabajo que le permitiera pagar sus gastos y ayudar con dinero a su familia en Venezuela.

Catalina* fue víctima de explotación sexual en la prostitución por las redes del Tren de Aragua. / Camila Granados Arango

“Entré por la desesperación. El primer día recuerdo que me ofrecieron diciendo: ‘Miren, llegó carne fresca; tiene 16 años. Es una niña, es manipulable, ella va a hacer lo que tú digas’. Y sí, uno no se puede negar, porque me amenazaban con matar a mi hijito”, afirma. No tenían que retenerle los documentos de identificación, era suficiente con que le dijeran que si no volvía iban a ir por su pequeño: “Es un ambiente violento, todos golpean: el proxeneta encargado y el que paga por sexo. Se convive con la muerte. A una muchacha de 17 años la mató un cliente por no quedarse más tiempo del que habían acordado. Uno sabía que la próxima podía ser uno”, dice y se queda en silencio por unos minutos que parecen eternos.

En La Parada, esa frontera porosa en territorio colombiano, en el departamento de Norte de Santander, adonde llegaron 7.052 migrantes venezolanas en enero de 2023, según los registros de Migración Colombia, el control territorial no es del Estado, sino de los grupos armados al margen de la ley. Son varios y responden a diferentes nombres: Rastrojos, Autodefensas Unidas Colombo Venezolanas, Paisas, etc., pero, según las personas que decidieron dar su testimonio para este reportaje, con la condición de reservar su identidad por razones de seguridad, el control de la vida y de los principales negocios se lo disputan hoy la guerrilla del ELN y el Tren de Aragua.

El Tren es la banda criminal más poderosa de Venezuela, que en los últimos cinco años se ha expandido en Colombia y otros países de Latinoamérica. Lo han hecho financiando y engrosando sus redes y estructuras a punta de extorsiones, secuestros, contrabando, tráfico de estupefacientes y trata de personas con fines de explotación sexual. Pero este último crimen, a diferencia de como lo representan en las películas (con formas violentas desde el comienzo) es de cocción lenta y eso dificulta su investigación.

Héctor Rusthenford Guerrero Flores, o “Niño” Guerrero, es el jefe del Tren de Aragua. Esta foto de él circuló en redes sociales y se llegó a decir que fue tomada en Colombia. / Archivo particular

Las niñas y mujeres que migran sin dinero y redes familiares llegan a La Parada y lo primero que buscan son lugares baratos para hospedarse, o “pagadiarios”, como se conocen las casas que se pagan al día, de dos o tres plantas con decenas de cuartos diminutos, sin lujos, estanterías ni ventiladores. A veces solo con colchonetas en el piso. Desde el paso por las trochas, donde deben pagar a organizaciones al margen de la ley, ellas ya son detalladas por los grupos armados.

La noche más barata se paga en El Galpón, como se conoce el “pagadiario” más económico de La Parada. Se pagan $8.000 o $10.000 (US$2,5) la noche. Si uno quiere usar la cocina tiene que pagar más. “Luego, ellos mismos [El Tren] son los que dan algún trabajito al comienzo, de ‘trochero’ o ‘maletero’ (el que carga mercancía por las trochas), de venta de tinto o de reciclaje y así van perfilando a las mujeres y controlando todo. Parecen psicólogos, cuando uno ya está endeudado y pide auxilio le dicen que uno tiene la salida entre las piernas y lo llevan a través de sus fichas al bar o burdel”, detalla Catalina.

Ana*, que migró de Venezuela con una bebé de seis meses cuando tenía 25 años, es testigo de eso. “Al poco tiempo de llegar a La Parada, me fue consumiendo el arriendo, los pañales, la comida… Me endeudé con el ‘pagadiario’ y ahí empecé la peor etapa de mi vida: la prostitución”, sostiene. Por $50.000 que les prestan (US$11) deben pagar $2.000 diarios (US$0,50) por 60 días, pero si un día no pagan ya al siguiente deben dar $4.000 (casi un dólar). Si no pagan empieza el acoso: llegan los armados al hostal y tienes que “buscar maneras”, porque, como relata Ana, “es tu vida o esos cuatro pesos. A mí la señora del ‘pagadiario’ me dijo que yo era boba, que estaba pasando trabajos porque quería y me llevó a un sitio. Tenía que acostarme hasta con tres hombres en un rato, ella se encargaba de cobrar la plata y yo no hacía mucho más. Duré tres años en eso”.

Marisol*, una mujer colombiana, víctima del conflicto armado, que primero fue prostituida en Norte de Santander y después fue contratada como reclutadora por proxenetas, conectados con organizaciones criminales como el Tren de Aragua, explica con crudeza las formas habituales de captación y cómo la migración venezolana empezó a cambiar el fenómeno de la prostitución en Colombia: “Me decían necesitamos cuatro mujeres de este aspecto, de tales edades, que sean bonitas y estén saludables. Y yo las encarretaba y por cada una me pagaban $50.000. Yo les decía: ‘Les tengo un punto muy bueno, les van a pagar bien y las dejaba allá y después de un tiempo yo misma iba y las sacaba, porque sabía que, si yo no iba, no salían de allí”. Marisol cuenta que al comienzo todas eran colombianas de pocos ingresos, pero que con la crisis de Venezuela todo cambió. “Con las venezolanas empezó a pasar que venían muy pobrecitas, llegaban por la trocha, entraban a La Parada, sin apoyo, con hijos, y se empezó a ver que ellas por cualquier bocadito de comida se vendían. Hoy son las que más trabajan en eso, pero no ven la plata porque las endeudan y la deuda nunca baja”, asegura con firmeza, mientras peina su pelo con los dedos.

El infierno de migrar

En La Parada, la guerra entre el ELN y el Tren de Aragua es por el control territorial y la plata: “La lucha es por los negocios y por quién es el proxeneta más grande, quién tiene más mujeres”, dice Carolina*, de 43 años, que logró escapar de una de estas redes de explotación sexual. Los dos grupos buscan endeudarlas primero. Ese es el enganche. Los del Tren se ganan la confianza rápido, porque la mayoría son venezolanos: “Se acercan como panas y te sacan información. Te brindan una empanadita y, uno inocente, les confía que ya está endeudada. Te prestan hasta que no puedes pagar y luego te dicen que ‘no seas bobita’, que ellos te consiguen un local, una plaza, un viejito para pagar la deuda. Pero, cuando llegas, boom, no es un viejito. Son muchos viejitos y, cuando te quieres ir, te amenazan de muerte a ti y a tus familiares”, agrega Ana.

Carolina*, de 43 años, logró escapar de una red de explotación sexual en la frontera. La buscaban para matarla. / Camila Granados Arango

En este barrio fronterizo, de vías pavimentadas y tiendas en cada esquina, son comunes las balaceras en la madrugada y el registro de desaparecidos es incalculable. Según la ONG Redhumanist, hubo 36 homicidios en Villa del Rosario en 2022, de acuerdo con las cifras de la Policía, y se registraron cuatro desapariciones en el mismo período. Allí también salta a la vista la terminal de transportes. Toda una cuadra cerca al puente internacional Simón Bolívar con venta de pasajes y buses para todo Colombia y países de la región. Desde ahí, integrantes del Tren de Aragua trasladan a mujeres y jóvenes para otros lugares como Perú, Ecuador y Argentina, engañadas, con la ilusión de ganar buenos ingresos.

El Tren tiene “agentes” y estructuras en otras ciudades capitales, como Bogotá, Medellín, Pereira y Cali, y otros puntos en la frontera dedicados a este delito. Estos tratantes son los encargados de captar jóvenes y asegurarse de que lleguen al destino pensado. Las mujeres, en su gran mayoría venezolanas, viajan por tierra, en buses de servicio público, con cédulas falsas de Colombia, que consiguen en el mercado ilegal entre $40.000 y $80.000.

Camila* tiene 16 años. Migró de Venezuela junto a su madre y hermanos cuando tenía 13. Entró por La Parada, pero se fue en bus directo a Medellín, porque tenía allí algunos familiares. Cuando su madre estaba enferma, y pasaba hambre junto a su hermano, le llegó la propuesta: ser modelo webcam en Santiago de Chile. Era noviembre de 2022. “Me dijeron que era solo a través de la pantalla y que allá nos íbamos a ganar al día 60.000 pesos chilenos, que al cambio son como $300.000 colombianos”, dice.

La idea vino de una supuesta amiga, migrante venezolana, que ya estaba hace unos meses en la prostitución, tenía una enfermedad de transmisión sexual y una hija pequeña. El plan era viajar a Chile, los gastos serían cubiertos por el “asesor” del Tren de Aragua, que estaría pendiente de ella y de una amiga de 15 años durante el recorrido. Camila viajó de Medellín a Cali (Valle del Cauca) y de ahí a Ipiales (Nariño) en un bus de transporte público. En Ipiales un “agente” del Tren la hospedó en su casa.

Al siguiente día, el hombre la envió en moto hasta Tulcán (Ecuador), y luego fue trasladada a Huaquillas, un pueblo ecuatoriano fronterizo con Perú. Después, llegó a Lima (Perú) en un carro particular. De ahí, un tratante la llevó hasta el desierto de Atacama, en la frontera con Chile. En ese punto la reunieron con otras cinco menores de edad, que iban a lo mismo. Junto a ellas, caminó durante más de cinco horas por el desierto, en la noche, hasta la playa de Santiago de Chile. En silencio soportaban el acoso verbal y abuso sexual de uno de los hombres de Tren, que aprovechó para manosear su cuerpo.

“Cuando llegué a Chile me presentaron al que iba a ser mi 'patrón', era uno de los enlaces del Tren de Aragua”, cuenta Camila. Este venezolano, de unos 40 años, fue el encargado de contarle que el “trabajo” no era como modelo webcam, sino como prostituta. También le dijo que lo que le habían “prestado” para su viaje hasta Chile no eran $4 millones colombianos, sino pesos chilenos (unos $23 millones COP, más de US $5.000). “Yo estaba enojada. Me engañaron. Pero ya no podía hacer mucho más”, narra Camila, despacio, a cuentagotas, y su voz tímida contrasta con la seguridad que expresa su belleza y juventud.

El “patrón” decía que él era como un “llavero”, y que le conseguiría cada “llave”, para que pagara su deuda. “Llaves” era la manera de referirse a los hombres que la escogían y pagaban por los servicios sexuales. “El patrón cobraba como 60 pesos chilenos por cada servicio. El taxi costaba 10 y ellos se quedaban con 50 para pagar la deuda. Para uno quedaban las propinas. Pero, la verdad, hasta que pude escaparme de esa vida, yo nunca alcancé a enviarle un peso a mi mamá”, lamenta.

Para muchas otras migrantes y colombianas pobres el destino no ha sido Santiago de Chile, sino Lima (Perú). El 10 de marzo pasado, las autoridades peruanas lograron rescatar a siete de ellas, seis venezolanas y una colombiana, incluida una menor de edad. La Fiscalía Provincial Especializada en Delitos de Trata de Personas de Lima Norte lideró el operativo en los distritos de San Martín de Porres y Cercado de Lima.

Esa madrugada, los vecinos se despertaron con el ruido de los helicópteros. En la maniobra, las autoridades capturaron a cuatro posibles miembros del Tren de Aragua, procesados por la justicia peruana por los delitos de trata de personas y explotación sexual. Algunos detalles de la investigación judicial, conocidos por El Espectador, señalan a Colombia como el centro de operaciones de esta organización transnacional para este delito. En Colombia las captan, engañan, endeudan y trasladan a capitales colombianas como a otros países, en especial a Perú, Ecuador y Chile. Una de las proxenetas reconocidas en Perú fue la venezolana Nairobi Merchán, o “Jessica”, y el “patrón” sería un venezolano conocido como “Jairo”, que coordina todo desde Bogotá.

Durante el reciente operativo de rescate de siete mujeres explotadas sexualmente en Lima por el Tren de Aragua, las autoridades peruanas identificaron a Nairobi Merchán, o “Jessica”, y a un venezolano conocido como “Jairo”, que coordina el delito desde Bogotá. / Ministerio Público

En las instalaciones de la Policía de inteligencia, en el centro occidente de Bogotá, la capitana Daniela Londoño, jefa del grupo contra los delitos sexuales de la Dijín, explica lo que han encontrado hasta ahora: “El Tren es una estructura nueva para nosotros. Se ha empezado a investigar a profundidad y ya es claro que se están financiando de la explotación sexual de migrantes y colombianas vulnerables”. La capitana Londoño reconoce que la trata de personas es el tercer delito más lucrativo después de las armas y el narcotráfico, según la ONU, pero para ella y su equipo, que llevan años investigando el delito, es el primero, “porque las armas y las drogas se acaban en una noche, las mujeres les duran más, aunque también se rompen, por todo lo que viven allá: la inducción al consumo de estupefacientes, la violencia y las enfermedades”, comenta.

“En Colombia me tocó entrar a la prostitución, porque no había nada más qué hacer”, dice Catalina y baja la mirada en un gesto de vergüenza. Refiere con rabia y tristeza que los únicos lugares que no les cierran las puertas a las jóvenes y mujeres venezolanas que han migrado a Colombia son los burdeles y los estudios webcam, aunque ninguna de las que conoce era prostituta en su país de origen.

*Los nombres reales fueron protegidos por razones de seguridad e intimidad.

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