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En los primeros minutos se creyó que se trataba de un accidente aéreo, pero con el curso de las horas y la comprobación técnica días después, se concretó la verdad. Una vez más, el narcoterrorismo del Cartel de Medellín había perpetrado un atentado que dejó 107 personas muertas.
Esa mañana, cuando el reloj marcaba las 7:13, el HK 1803 de Avianca, piloteado por el capitán José Ignacio Ossa, decoló sin novedades hacia la ciudad de Cali. Dos minutos después, el capitán Ossa se reportó a la torre de control para informar que se encontraba sobre el faro de control de Techo. Pero segundos después se perdió contacto con la aeronave. En ese momento, habitantes de Soacha empezaron a comunicarse con los medios para informar que habían visto un avión explotando en el aire.
Y en efecto, el HK 1803 se fragmentó en pedazos y los cuerpos destrozados de los 107 ocupantes quedaron esparcidos en un área de cinco kilómetros sobre el cerro Canoas, en el área rural de Soacha. Cuando se confirmó la nefasta noticia, se vivió una situación en extremo dolorosa. Los familiares de los ocupantes del avión, la Fuerza Pública, los organismos de socorro y los periodistas, entre otros, se precipitaron al cerro Canoas para tratar de encontrar sobrevivientes del espantoso atentado terrorista.
Sin embargo, las expectativas de vida se esfumaron muy rápido. Entre hierros retorcidos, pedazos del avión, maletas, documentos o girones de vestidos, lo único que quedaron fueron los cuerpos mutilados de 107 ocupantes del avión. La imagen no pudo ser peor. Horas después, envueltos en bolsas negras de polietileno, en medio de un valle de pequeños arbustos, vegetación plana y maleza, fueron colocándose los cadáveres en una fila siniestra. La tragedia se tomó ese lunes de noviembre de 1989.
Aunque desde el principio, las autoridades aeronáuticas albergaron la expectativa de que se hubiese tratado de un accidente por razones técnicas, poco a poco se fue develando el misterio del atentado terrorista. Sobre todo porque a los medios de comunicación se reportaron desconocidos para anunciar que había sido una nueva acción de Los Extraditables, y porque los vecinos del cerro Canoas, en la inspección de El Charquito, daban fe de cómo el avión de Avianca había explotado en el aire.
La Aeronáutica Civil, la Fuerza Aérea y las autoridades judiciales, con el apoyo de la Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI) aumentaron sus investigaciones, mientras los medios de comunicación ahondaron en detalles sobre un hecho inusual que empezó a reforzar la idea de que se había tratado de un atentado terrorista. Fue un singular episodio sucedido el domingo 26 de noviembre, que dejó una clara evidencia del comportamiento de los criminales para fraguar su delito.
Un individuo que se identificó como Julio Santodomingo acudió la tarde del domingo 26 al Puente Aéreo de Eldorado y compró dos tiquetes para el primer vuelo del día siguiente a Cali. Los pagó en efectivo y el segundo pasaje quedó registrado a nombre de Alberto Prieto. Al día siguiente, el mismo individuo tramitó los dos pasabordos y no registró equipajes. Ambos pasajeros ingresaron a la sala de espera pero en el momento del último llamado, uno de ellos argumentó un inconveniente y se retiró de la sala.
Luego se constató que el HK1803 partió con una silla vacía, la 15F. Cuando las autoridades judiciales quisieron indagar por el comprador de los pasajes, comprobaron que el personaje desconocido había dado una dirección y un teléfono falsos. Cuando los medios especulaban sobre estos detalles, Avianca expidió una declaración para informar que de acuerdo a sus pesquisas, apoyadas por organismos internacionales, el siniestro aéreo había sido provocado por un artefacto explosivo.
El entonces director de la Aeronáutica Civil, Yesid Castaño, no tuvo otra opción que emitir un resignado comentario: “yo entendía que este tipo de actos sólo ocurrían en países donde existen fuertes odios por cuestiones religiosas o étnicas, pero ocurrió en Colombia y fue un atentado terrorista”. A partir de ese momento quedó claro que una vez más el Cartel de Medellín había arremetido contra gente inocente. La organización terrorista creía que en ese avión iba a estar el candidato presidencial César Gaviria. Esa fue la razón del atentado.
Varios años después, uno de los artífices del atentado, el confeso narcoterrorista Carlos Mario Alzate Urquijo, alias ‘El arete’, en desarrollo de una diligencia de formulación y aceptación de cargos, reveló detalles de este episodio trágico. Primero confirmó que el atentado iba dirigido contra César Gaviria pero que falló la información que solía provenir de agentes del DAS. Después ratificó que la orden de la acción provino de Pablo Escobar, y que fue respaldado por otros mafiosos en reuniones en el Magdalena Medio.
Alzate Urquijo agregó que cuando recibió la orden de Escobar, tuvo el apoyo de Dario Usma Cano, alias ‘Memín’, quien se encargó de comprar los pasajes y conseguir al muchacho que engañado detonó el explosivo y pereció en el accidente. En el argot del Cartel de Medellín, un “suizo”, es decir, un suicida, que en este caso nunca supo que iba rumbo a la muerte. El montaje del artefacto explosivo, según ‘El Arete’, fue obra de él mismo y la técnica utilizada fue la misma que entonces usaban los terroristas de la ETA española.
Hoy, 23 años después, la justicia colombiana sigue investigando otros pormenores de esta acción terrorista, sobre todo para esclarecer si hubo participación del DAS en la planeación de los hechos, como ocurrió en otras acciones que por la misma época perpetró el Cartel de Medellín o sus principales socios, las Autodefensas de Carlos Castaño. En cuanto a César Gaviria, ese día sí viajó a Cali pero en un avión privado. Seis meses después fue elegido Presidente de la República y gobernó hasta 1994.
El atentado terrorista contra el avión de Avianca dejó en la memoria de los colombianos una muestra significativa del alcance terrorista de la organización que lideraron Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y otros mafiosos de la época. 107 inocentes perecieron en la acción y hoy son recordados por sus familias, que siguen aguardando verdades de lo sucedido. La historia del HK 1803 constituye uno de los episodios más graves en la guerra que libró la mafia contra la sociedad y el Estado en los años ochenta.
Ya a la distancia, sigue vigente en cada uno de los hogares, el recuerdo de los 107 colombianos que pagaron con su vida la demencia de unos pocos. El tenor Gerardo Arellano, el ejecutivo Alfredo Azuero, el biólogo alemán Henry von Prahl Bauer, el técnico Gonzalo Coatiz, el copiloto Fernando Pizarro, el arquitecto Andrés Escavín, el funcionario público Ricardo Ponce de León, el asesor presidencial Andrés Felipe Alameda… 107 víctimas de este momento triste de la historia contemporánea de Colombia.