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La guerra de carteles

La exagerada violencia de Pablo Escobar Gaviria fue la razón que precipitó las guerras intestinas entre los carteles del narcotráfico.

Redacción Ipad
24 de agosto de 2012 - 12:20 p. m.
La guerra de carteles

A finales de 1981, cuando fue secuestrada por el M-19 Martha Nieves Ochoa, ninguno de los mafiosos objetó la creación del movimiento Muerte a Secuestradores (MAS), preludio del paramilitarismo financiado por el narcotráfico, pero cuando el protagonismo lo tomó el grupo de los Extraditables, ávido de crímenes y corrupción, no demoraron en aparecer las diferencias.

Desde el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, en abril de 1984, ya había sectores del narcotráfico que no compartían la guerra contra el Estado. La oposición creció cuando Escobar y su círculo más cercano agregaron a su lista de víctimas al coronel de la Policía Jaime Ramírez Gómez y al director de El Espectador Guillermo Cano Isaza. Pero también Escobar Gaviria tuvo claro desde el principio que todo aquel que se opusiera a sus designios criminales lo iba a pagar con la muerte.

Por eso, cuando el gobierno Barco desató una dura ofensiva contra la mafia en enero de 1987, Pablo Escobar decidió que todos sus pares en el narcotráfico tenían que contribuir económica y militarmente a la causa de los Extraditables, es decir, a la guerra contra el Estado. Pero no todos estaban de acuerdo en la violencia de Escobar y aquellos que se le opusieron o fueron víctimas de sus sicarios terminaron enfrentándolo con los mismos métodos terroristas con los que intimidó al Estado y a la sociedad colombiana.

El primer episodio conocido fue el doble asesinato de los narcotraficantes Hernán Valencia y Pablo Correa Arroyave. Aunque siempre se dijo que fueron crímenes incitados por el cartel de Cali, lo cierto es que el primero de ellos fue secuestrado en Medellín cuando asistía a una prueba ciclística; y el segundo en la misma ciudad por diferencias con el capo. Por el plagio del primero reclamó Mauricio Restrepo, un viejo aliado de los Ochoa Vásquez, quien además les había dado protección en Panamá.

Y no sólo murieron Hernán Valencia y Pablo Correa Arroyave. Otro de los asociados, Rodrigo Murillo, corrió la misma suerte. Un cuñado de los Ochoa llamado Alonso Cárdenas también fue secuestrado. Era la época en que Pablo Escobar consolidaba una estructura que con el correr de los años tomó el nombre de oficina de cobro. En otras palabras, obligar a todo aquel que estuviera comprometido en alguna actividad delincuencial en los territorios de su influencia, a contribuir con dinero a la causa de los Extraditables.

A lo largo de 1987, fueron varios los narcotraficantes o aliados asesinados por la propia organización. Pero la mayor dificultad la representaban los capos de Cali y el norte del Valle. Gonzalo Rodríguez Gacha y los Ochoa Vásquez nunca se apartaron de sus directrices, pero los Rodríguez Orejuela, Santacruz Londoño y Helmer “Pacho” Herrera pensaban otra cosa. Frente a este último, de tiempo atrás existía una clara rivalidad. Desde la época en que “Pacho” Herrera era un experto lavador, Escobar era su contradictor.

En ese contexto, llegó el momento en que Pablo Escobar reclamó a los Rodríguez Orejuela la entrega de “Pacho” Herrera. Lo acusaba de haberle quedado mal en algunos negocios de droga, pero la verdad es que desde principios de los años 80 venía la rivalidad. Lo cierto es que los Rodríguez se negaron de plano a acolitarle a Escobar que obrara contra uno de los suyos. El capo consideró como una traición que no se accediera a sus exigencias y propició varias acciones de violencia contra la gente de Cali y sus negocios.

Entonces vino el detonante de la guerra entre los dos carteles. Hacia las cinco y diez minutos de la mañana del miércoles 13 de enero de 1988, tres individuos llegaron en carro hasta el edificio Mónaco, ubicado en el sector de El Poblado, entre Medellín y Envigado, y tras descender a toda prisa del automotor salieron corriendo. Cuando dos vigilantes del complejo habitacional se aproximaron al carro para examinar su interior, este explotó causando destrozos en varias edificaciones a la redonda.

Cuando las autoridades llegaron al sitio de la explosión se encontraron con una sorpresa: salvo el penthouse del edificio, ninguna de los otros apartamentos estaba ocupado, pero en cada piso había un derroche de lujo. En el parqueadero sólo vehículos de colección, motocicletas y hasta una limosina Mercedes Benz. En cada uno de los niveles, toda una galería de arte con cuadros originales de pintores nacionales e internacionales. El edificio Mónaco era, ni más ni menos, el búnker privado de Pablo Escobar Gaviria y de su familia.

Con el tiempo se supo que Pablo Escobar había estado en el inmueble, pero que antes de que amaneciera lo abandonó junto con sus escoltas. Cuando explotó el carro bomba, sólo estaban en el edificio su esposa María Victoria Henao, sus dos hijos Manuela y Juan Pablo, dos empleadas del servicio y dos personas más. Se salvaron de milagro pero el inmueble quedó inhabitable. “Esto se parece a Beirut” fue el comentario del entonces alcalde de Medellín William Jaramillo cuando se percató de lo que estaba sucediendo.

El bombazo contra el edificio Mónaco fue el comienzo de una guerra a muerte entre los dos carteles de la droga, con masacres, asesinatos selectivos, bombas, traiciones, mercenarios y delaciones de por medio. Hasta el final de sus días, Pablo Escobar tuvo que confrontar a sus homólogos de Cali, pero en ese momento, cuando también libraba una dura confrontación con el Estado, provocó que el capo de capos pusiera en marcha otra de sus acostumbradas estrategias: el secuestro de líderes políticos.
 

Por Redacción Ipad

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