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¡Mañana llega el gringo!

A propósito de la conferencia que dictó en Bogotá esta semana el etnobotánico Wade Davis —invitado por El Espectador y el Banco de la República—, el ex presidente Belisario Betancur rememora sus anécdotas en  la selva con el fallecido conservacionista Richard Schultes.

Belisario Betancur Cuartas / Especial para El Espectador (Dedicado con afecto a Wade Davis)
18 de abril de 2009 - 10:00 p. m.

“Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina…”

José Eustasio Rivera(Citado por Schultes).

“Mañana llega el gringo”, nos dijeron aquella tarde de comienzos del año de 1953, en la maloca en donde nos había dado posada una pareja de colonos blancos. Estábamos de regreso a Jinogojé, después de haber navegado desde la madrugada por el misterioso río Apaporis —afluente del río Vaupés y éste del Amazonas—, para conocer los raudales imponentes de Jirijirimo. Había sido un día cálido, lleno de miedos de las agresivas pirañas que no perdonan piel ni herida y devoran toda huella de sangre como atraídas por un magnetismo frenético. “Sí, mañana llega el gringo”. Llegaría por el río. Nosotros lo habíamos hecho por aire, aquella vez al igual que tantas otras veces a lo largo de varios años, en los cuales nos subyugó la selva como a los personajes de La Vorágine de Rivera.

1.- El comienzo de una amistad

El hidroavión Catalina que nos llevó pertenecía a la pequeña compañía de nombre operático, “Aída”, por “Aerolíneas de la Amazonia”, fundada por el empresario Miguel Dumit en Manizales. Su tarea consistía en llevar víveres y medicinas a poblados y colonos en el mar verde de la Amazonia y la Orinoquia, y traer fibra de caucho y plantas medicinales a Bogotá.

(El piloto estrella era el alto y rubio capitán Liebermann, a quien llamaban “el rey de la selva”, porque conocía todos los ríos del Llano y de la jungla, y sabía dónde acuatizar. Por cierto que el misterioso Liebermann murió de un ataque cardiaco, al aterrizar en Medellín, en el aeropuerto Olaya Herrera, el viejo hidroavión Catalina, que él alcanzó a llevar hasta el final de la pista, donde dobló la cabeza).

En efecto, al día siguiente, llegó el gringo. “Me llamo Richard Evans Schultes”, me dijo. “Soy botánico; busco plantas medicinales y caucho”. De mi parte le expresé: “Me llamo Belisario Betancur, soy periodista, trabajo para el periódico El Siglo, de Bogotá”. Y le presenté a otro periodista, también de El Siglo: se trataba de Enrique Gómez Hurtado.

En el libro de Wade Davis El río, de más de 600 páginas, editado por el Fondo de Cultura Económica de México, se cuenta esta historia.

Comenzó entonces una amistad, para mí enriquecedora, que se prolongaría hasta la muerte de Schultes en Boston.

Eran los primeros meses de 1953. Schultes llevaba doce años continuos en la Amazonia y pasaría muchos más. El presidente de Colombia era el doctor Laureano Gómez, quien nos había recomendado para El Siglo temas como el medio ambiente y la preservación de la biodiversidad.

2.- El aprendizaje

Los estudios de Schultes en la Amazonia no cesaban, en busca de plantas medicinales, del caucho; y de siembra de pedagogía entre funcionarios y entre tribus, que lo respetaban y lo querían como a uno de los suyos, por la unción ante sus costumbres, sus leyendas, sus mitos, sus chamanes. Y por la celosa vigilancia y respeto que ejercía sobre la identidad de los aborígenes.

En un nuevo encuentro con Schultes en la localidad de “Tío Barbas”, en el Alto Vaupés, su exposición científica y pedagógica, ante misioneros de varios credos, funcionarios e indígenas, estuvo llena de sabiduría y de coraje, porque al tiempo que descorría velos sobre plantas alimenticias, hacía rectificaciones antropológicas sobre el comportamiento de los macunas, de los cuales sostenía que no es cierto que sean traicioneros, sino que son altivos, arrogantes y orgullosos de su identidad.

Mucho aprendí de su sabiduría y de la familiaridad y simplicidad con que se refería a sus hallazgos. Disfrutaba de sus continuas visitas tanto como sus contertulios en Bogotá, en los Llanos Orientales, en la selva. Y muchas fueron las enmiendas que, no obstante su discreción, se alcanzaron en el tratamiento de las comunidades indígenas por parte de las autoridades y de los misioneros en los distintos credos religiosos, gracias a sus prudentes observaciones.


3.- Las tertulias

¡Qué tardes de tertulia, aquellas en las que Schultes y Gerardo Reichel-Dolmatoff, con su esposa la profesora Alicia Dussán, llenaban el ambiente de ciencia y de anécdotas. Para mí, aquellos encuentros son inolvidables, el profesor siempre hospedado en la discreta “Pensión Inglesa” de la señora Gaul en Bogotá; tanto como los ratos deleitosos cuando llegó de Boston con su esposa a recibir la Cruz de Boyacá, que en su modestia no se cansaba de preguntar por qué se le había concedido. Para corresponderme, con el consentimiento de otros botánicos, entre ellos el profesor García Barriga, bautizó con el nombre de “Betancuria” un arbusto hasta entonces desconocido. Era la abundancia de su generosidad, porque antes nos había dedicado El reino de los dioses, su bello libro, del cual se habla más adelante, a Mariano Ospina Hernández, a Miguel Dumit, a don Rafael Wandurraga, empresario de Leticia de trato delicado con los indígenas, y a mí.

Sea este el momento de agradecer a Schultes, además, el Museo de Orquídeas del Amazonas en cristal de Bohemia que empresarios checos, admiradores del gran botánico, le regalaron para la Universidad de Harvard.

4.- El hálito amazónico

Como prólogo al descomunal y fascinante libro de Margaret Mee Flores do Amazonas, publicado en Editorial Record de Río de Janeiro por el gobierno del Brasil, el profesor Schultes escribe palabras consagratorias y definitorias, en el sentido de que la parte más rica en biodiversidad está en la frontera colombo-brasileña, “el paraíso verde” que la pintora Mee recogió en acuarelas indescriptibles “para gentes que tal vez nunca sentirán el hálito de la brisa amazónica”, dice Schultes. Agrega que aquel “desierto de árboles” que hay quienes toman por un “infierno verde”, contiene, sin embargo, los componentes de la mandioca, principal fuente de carbohidratos como el manihot escutenta; y que el teobroma cacao, base del chocolate, se da en abundancia y se agrega a la alimentación de las distintas tribus aborígenes. Concluye con la afirmación rotunda de que no es cierto que el coco se dé solamente en los litorales, como suele creerse, porque él encontró millares de palmas de coco en la selva.

Con El Navegante Editores, dirigido por mi hija la doctora Beatriz Betancur; y con la Fundación Ospina Pérez, dirigida por el ingeniero Mariano Ospina Hernández, hicimos en diciembre de 1989 la publicación de la obra El reino de los dioses, paisajes, plantas, pueblos de la Amazonia colombiana, con textos y fotos de Schultes, y conceptos de científicos y novelistas, entre ellos José Eustasio Rivera, traducida del inglés por el propio Ospina Hernández. Ojalá se reeditara esta preciosa obra, completamente agotada.

En ella Schultes, con palabra escueta, relata un episodio que vivió al superar una de las cachiveras o raudales del Apaporis. Dice que “la lancha hace agua en forma alarmante; un joven indígena achica continuamente y el chapoteo nos mantiene despiertos toda la noche… El paso de los primeros rápidos fue muy difícil y peligroso…. Temí que no lo lograríamos cuando quedamos balanceándonos en una roca afilada…”.

5.- Uno de los grandes fundadores

Es admirable la exposición “La Amazonia perdida”, organizada por el Museo de Arte del Banco de la República; con el Smithsonian National Musseum of Natural History, con la curaduría de Wade Davis, autor de los libros The lost Amazon y El río; con el profesor Chris Murray, fundador de la “Galería Govinda”; y con el apoyo de El Espectador y el Banco de la República. El texto de Sonia Archila, que sirve de guía al “Viaje fotográfico del legendario botánico”, es un exquisito complemento de las impresionantes fotografías de Schultes.

En palabras del profesor Mark Plotkin, director de Conservación de Plantas en el Fondo Mundial de la Vida Silvestre, “a medida que avanza el movimiento conservacionista internacional pasando de la defensa de animales raros a la preservación y estudio de los grandes ecosistemas tropicales que sostienen la vida en el planeta, el estatus de Schultes va cambiando de ser un mero influjo importante, a ser uno de los grandes fundadores”.

¡Loor a Richard Evans Schultes, uno de los grandes fundadores y apóstol de la Amazonia colombiana!

Por Belisario Betancur Cuartas / Especial para El Espectador (Dedicado con afecto a Wade Davis)

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