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Sin trabajo y con mucho miedo: testimonios de la vida migrante en la era Trump

En mayo se dieron las primeras “autodeportaciones”. La política para desincentivar la migración al norte del continente está dejando hondas secuelas en la integridad y salud mental de quienes dejaron sus países para buscar un mejor porvenir. Al tiempo, mientras los flujos migratorios han descendido de forma brutal, empiezan a notarse migraciones a la inversa, de norte a sur.

Natalia Herrera Durán y María Alejandra Medina Cartagena, Gazapera

24 de mayo de 2025 - 07:56 a. m.
En la ruta migratoria al norte sigue siendo particularmente preocupante el fenómeno del secuestro, pues los delincuentes y las organizaciones criminales se han aprovechado del tráfico de migrantes para sacar beneficio de los eslabones más débiles de esa cadena.
Foto: Eder Leandro Rodríguez
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Como es sabido, el primer vuelo chárter de migrantes autodeportados partió de Houston (Texas) a Honduras y Colombia esta semana, la noche del lunes 19 de mayo. Los primeros 64 migrantes que se acogieron al proyecto “Regreso a casa”, de la administración de Donald Trump, volvieron a sus países de origen. De estos, 38 son hondureños y 26 son colombianos. “Me regresé porque las cosas allá no están nada fácil. Allá nada es bonito. No hay trabajo”, dijo Wilson Ariel Sánchez, uno de los jóvenes hondureños que decidieron abandonar Estados Unidos mediante la aplicación CBP Home, la más reciente estrategia del gobierno de Trump para incentivar la autodeportación de migrantes indocumentados.

La medida incluye un cheque de US$1.000 al llegar y no perder “la posibilidad de regresar legalmente algún día”. Es el camino formal que queda, “de lo contrario estarán sujeto a multas, arresto, deportación y no se les permitirá regresar jamás”, sentenció la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem, en los últimos días.

Fotografía publicada por la secretaria de Seguridad Interna, Kristi Noem, en su cuenta oficial de la red social X (@Sec_Noem) de una colombiana embarcando en el primer vuelo de autodeportados de Trump el pasado lunes.
Foto: EFE - Cortesía

El clima antimigrantes latinoamericanos que instaló la administración Trump llegó para quedarse. “A menudo hablamos con las personas que estuvieron en el albergue y alcanzaron a pasar a Estados Unidos con una cita del CBP One (la aplicación móvil de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos que desactivó Donald Trump cuando llegó a la Casa Blanca y permitía iniciar el proceso de asilo antes de llegar a este país) y la están pasando muy mal. A todos les tocó moverse por miedo a ser capturados, han tenido muchas dificultades para encontrar trabajo y tienen mucho miedo de salir a la calle y ser arrestados o maltratados. El sueño estadounidense que perseguían está roto”.

La cita que acaban de leer es de Luz Espinosa, trabaja hace 22 años en un albergue humanitario de Reynosa, en el estado de Tamaulipas, al noreste de México, una de las rutas migratorias más inseguras, por la presencia de carteles y delincuencia organizada, frontera con el condado estadounidense de Hidalgo (Texas). Espinosa, en diálogo con este diario, contó que en los últimos cuatro meses, ante los sentimientos de depresión, frustración y ansiedad que les generó a los migrantes la política de Trump, les ha tocado concentrarse en atender estos impactos en salud mental.

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Camilo Vélez coincide con eso. Colombiano de origen, como su acento paisa lo delata, Vélez es jefe de Misión de Operaciones para México y Centroamérica de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF). “Muchas personas llevaban entre ocho meses o más de travesía, con la esperanza de poder llegar a través de vías legales a Estados Unidos, como lo era el CBP One, que con sus limitaciones ayudó a que muchas personas pudieran cruzar de forma legal a Estados Unidos. Ver cómo esto de un día para otro ya no existe ha creado una frustración y, más allá de una frustración, efectos bastante negativos en la salud de las personas”.

En la ruta migratoria al norte sigue siendo particularmente preocupante el fenómeno del secuestro, pues los delincuentes y las organizaciones criminales se han aprovechado del tráfico de migrantes para sacar beneficio de los eslabones más débiles de esa cadena.

Se refiere a esas secuelas de salud mental que atienden los psicólogos y psiquiatras de MSF. No se trata solo del miedo y la incertidumbre por el futuro en medio de la mayor vulnerabilidad, sino además ser o haber sido víctimas de violencia física y distintos delitos en sus lugares de origen o en el trayecto. “Tenemos cifras de 2024, cuando cerca de un 10 % de nuestros pacientes venían por temas relacionados con la violencia”, cuenta.

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En la ruta migratoria, para Vélez, es particularmente preocupante el fenómeno del secuestro, pues los delincuentes y las organizaciones criminales se han aprovechado del tráfico de migrantes para sacar beneficio de los eslabones más débiles de la cadena. “Esas personas quedan marcadas de por vida, con traumas muy importantes en su salud mental y que obviamente deterioran su capacidad de coexistir y de relacionarse con el mundo en general”, explica Vélez.

Esa es una de las principales razones para que muchos migrantes que querían refugiarse en Estados Unidos, y no alcanzaron a cruzar antes del 20 de enero de 2025, quieran moverse de las ciudades-frontera en México, como Reynosa o Juárez.

Allí “tienen precio” para el crimen organizado, como le dijo a El Espectador Katiuska Saavedra, migrante venezolana de 42 años, que fue secuestrada dos veces, junto a su hijo y su pareja, en su travesía hasta la frontera norte. “Ahora mismo lo único que quiero es conseguir un trabajo para tener dinero y devolverme a mi país. No me quiero quedar en México. Hay mucho peligro por ser migrante, uno sale a trabajar y no sabe si vuelve. En la calle se ve a los coyotes que se le quedan a uno mirando”, dice y narra, por encima, los secuestros que padeció, mientras su hijo la mira con condescendencia.

Katiuska Saavedra, migrante venezolana de 42 años, que fue secuestrada dos veces, junto a su hijo y su pareja, en su travesía hasta la frontera norte.
Foto: Natalia Herrera

“Primero fue en Tapachula, en la frontera de Guatemala con México. Nos metieron en una casa donde todos estaban empistolados. Nunca había visto tantas armas en mi vida. Había muchos migrantes ahí. Decían, “usted sale hoy”, “ustedes, ya mañana”. Ahí empecé a pedir prestada plata a familiares. Solo nos soltaron cuando cada uno pagó US$250. De ahí nos metieron como 20 en una camioneta, donde no podíamos ni respirar, para pasarnos hasta Tapachula. Después me metí en las caravanas para poder atravesar los puntos migratorios y pasar los controles de los carteles. En ese recorrido, ya estando en Monterrey, nos dieron la cita con el CBP One para el 23 de enero, pero en Ciudad Juárez. Por eso nos fuimos para allá, en diciembre de 2024. Nos subimos en los trenes a Torreón y luego a Chiguagua, pasamos mucho frío y necesidad. Después vino lo peor, en el desierto de Samalayuca. Caminamos un día entero en el desierto, sin agua, sin comida. Llegamos en la noche y a esa hora los albergues ya estaban cerrados. Por eso nos tocó quedarnos en unos cuartos abandonados. En la segunda noche nos llegaron unos tipos con pistola. Nos pedían US$3.000. Nos secuestraron del 18 hasta el 31 de diciembre, sin darnos ni agua, hasta que conseguimos la plata prestada. Cuando salimos agarramos un bus hasta Ciudad Juárez como pudimos, esperando la cita, hasta que Trump dio la noticia de la anulación de las citas. Nos entraron muchas ganas de llorar”.

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Además de las condiciones de pobreza o seguridad que expulsaron a quienes migran de sus países de origen, estas personas padecen nuevas victimizaciones. A esto, por si fuera poco, se suman la burocracia y la vulneración de derechos, como la demora en la obtención de un documento en México que les permita, así sea temporalmente, conseguir un trabajo formal para no estar tan expuestos a abusos laborales. Otros expertos en migración le llaman a este fenómeno la política de desgaste del Instituto Nacional de Migración: alejan a los migrantes de la frontera norte, los detienen, los meten en camiones y los abandonan en estados alejados. Una práctica que se incrementó un 380 % desde 2019.

“La política migratoria a nivel federal en México no es una política de inclusión social ni una política que promueva el acceso a derechos. Es una política excluyente, una política de devolución. Eso es. De hecho, los recursos que se han destinado para la misma Comisión Mexicana de Refugiados han disminuido considerablemente en la participación del Gobierno Federal”, dijo en su oficina en Juárez con enorme transparencia Dirving Luis García Gutiérrez, jefe del Departamento de Atención a Migrantes del Consejo Estatal de Poblaciones, del estado de Chihuahua, al norte de México, conocido como Coespo.

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El Centro de atención del Consejo Estatal de Población en Ciudad Juárez, no está recibiendo población migrante. El flujo ha disminuido dramáticamente.
Foto: Natalia Herrera

Esta entidad es la encargada de la atención a migrantes y movilidad humana, y lleva los registros estadísticos. García reconoce, además, que las prioridades en México hoy son claras: “Hoy, más que nunca, hay una necesidad muy sentida de atender a la población mexicana. Por ejemplo, las estadísticas del Instituto Nacional de Migración dicen que han atendido a 2.300 personas en la estrategia “México te abraza”, desde enero a la fecha, y estas son personas que estaban en Estados Unidos o que fueron desplazadas internamente por la violencia a ciudades-frontera para buscar protección”. Por eso los flujos migratorios también han cambiado y ahora hay unos que van de regreso al sur del continente. A este fenómeno las organizaciones y entidades expertas le han llamado “migración inversa”.

¿Migrar de regreso?

“Entre 2023 y 2024 estábamos viendo mayoritariamente flujos en la dirección sur-norte. Ahora estamos viendo, paulatinamente, migración pero a la inversa, de personas que se están devolviendo, bien sea a través de deportaciones o voluntariamente en la ruta. Y justo lo vemos en nuestros diferentes puntos de atención primaria”, anota Vélez, y recalca que hacia el mes de abril registraron entre 50 y 150 personas diarias tomando el rumbo de regreso. El Espectador conoció también que las autoridades guatemaltecas, colombianas y costarricenses han registrado esta migración a la inversa en sus fronteras, principalmente de personas de nacionalidades venezolana, hondureña y nicaragüense.

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Ahora, al final, también están los que “están jugados”, muchos de los cuales tienen a sus hijos y parejas en Estados Unidos y ya no es vida estar por más tiempo separados. “Es el caso de Rosario, hondureña que huía de la violencia en su país, que ya me dijo que se va la semana que viene con un pollero y, vaya, yo la veo, la conozco hace meses, y sé que no se merece ese camino, es una mujer buena y trabajadora, no hay garantías de que de verdad la pasen y no la violenten, aquí o allá”, subraya Luz Espinosa.

“El bloqueo de entradas a Estados Unidos históricamente nunca ha reducido el número de migrantes que llegan, sino que empujan a los migrantes a lugares más peligrosos”, explicó para este especial Juanita Goebertus, directora de la División de las Américas de Human Rights Watch (HRW). Y cita como ejemplo la imposición de visa para venezolanos por parte de México y Guatemala, en 2022 y 2018, respectivamente: “No solo no frenaron el flujo de venezolanos, sino que los empujaron a cruzar por la selva del Darién, porque en muchos de los casos eran venezolanos que habrían tenido posibilidad de volar a través de México o de Guatemala, pero ante la imposición de los visados fueron empujados hacia estas rutas más peligrosas”.

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*Esta es la segunda entrega del especial: “Migrar en tiempos de Trump, el limbo de un sueño roto”.

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Por Natalia Herrera Durán

Periodista de Investigación. Trabajó en El Espectador desde el año 2010 y durante 15 años. Le interesan los temas sociales y de denuncia.@Natal1aHnataliaherrera06@gmail.com

Por María Alejandra Medina Cartagena, Gazapera

Periodista e historiadora. Es editora de la sección Internacional, directora editorial de Impacto Mujer y columnista de la Gazapera, en El Espectador.@alejandra_mdnmmedina@elespectador.com
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