"A mi papá le dieron cerca de 40 disparos": hija de Pedro Luis Valencia

Natalia Valencia tenía 10 años cuando su papá, el médico y senador de la Unión Patriótica Pedro Luis Valencia, fue asesinado en su propia casa por paramilitares al mando de Carlos Castaño. Hoy, exactamente 30 años después, su relato revive el oscuro año de 1987 en Medellín.

Cristian Steveen Muñoz Castro / @CistianSteveen
14 de agosto de 2017 - 06:50 p. m.

Aunque entonces tan solo tenía 10 años, Natalia Valencia Zuluaga ya era consciente del riesgo latente que había sobre su familia. Era 1987 y su padre, el senador de la Unión Patriótica Pedro Luis Valencia, recibía constantes amenazas que incluso lo habían obligado a  salir del país en varias oportunidades.  Aun así, Natalia tiene solo buenos recuerdos de lo que fue su infancia.

Su historia, sin embargo,  se partió  en dos el 14 de agosto de1987 cuando un camión irrumpió a primera hora en el garaje de la casa y sicarios al servicio del paramilitarismo asesinaron a su padre. (Lea también: 1987: Antioquia bajo el yugo paramilitar)

Hoy, 30 años después, Natalia le cuenta a El Espectador la historia que partió el dos la familia Valencia Zuluaga:

“Mi casa siempre fue muy particular. Éramos una familia muy grande porque cuando mis papás se unieron cada uno tenía dos hijos. Entonces, a partir de ahí, una nueva familia empezó con cuatro hijos. Mis papás iniciaron su camino el 4 de agosto de 1970, nací yo y después mi hermano Santiago, el menor. ¿Qué lugar ocupo entre mis hermanos? He tenido una confusión toda mi vida por eso, pero a estas alturas ya no me lo pregunto. Lo paradójico es que siempre he tenido la sensación de haber tenido una familia muy grande, pero con tantas vueltas que da la vida se ha ido reduciendo bastante.

Fuimos criados por unos padres que, ante todo, estuvieron comprometidos con la igualdad en una sociedad como la nuestra. Mi mamá es historiadora y mi papá era médico. Mi historia es muy simpática porque desde muy chiquita recuerdo decir que quería ser médico, pero inmediatamente mi papá me inculcó la música como una forma de vida. En un país con muchas desigualdades no hay mejor radiografía que ser galeno, porque estás obligado a meterte en las entrañas del país. Fue determinante su sensibilidad hacía las artes y su conocimiento de la realidad para que mi papá me orientara por la música. Es como si tu hijo quiere ser médico, pero prevés que tiene que ver cosas horribles y no quieres eso. Se juntaron esas dos cosas.

Recuerdo que antes del asesinato de mi papá, cuando ya era senador, vivimos épocas muy difíciles. Una de ellas fue cuando mi papá estuvo encarcelado por sus ideas políticas, a comienzos de 1980. Duró casi un año. Cuando lo encarcelaron fue como si nos hubieran metido a prisión a toda la familia. Eso nos desbarató completamente. Después de salir de la cárcel, mi papá seguía recibiendo amenazas. Incluso, a veces se tenía que ir del país y por la premura de los hechos no nos alcanzábamos a despedir. Fueron situaciones trágicas que dejaron marcas tanto en mis papás como en nosotros, sus hijos.

Los días se trataban de llevar con normalidad, pero obviamente era una situación completamente anormal. Recuerdo que de niña empezaba a actuar de forma no muy infantil, maduraba rápidamente y, aunque eran cosas simples, eran muy dicientes. El jueves 13 de agosto de 1987, un día antes del asesinato de mi padre, se realizó en Medellín la ‘marcha de los claveles rojos’, una protesta en rechazó a los asesinatos de gente de la Unión Patriótica y a todos los que simpatizaban con el partido político. Mi papá asistió con otras personas que posteriormente asesinarían. Lo normal es que una persona tenga miedo, pero ese día sucedieron cosas muy particulares y una de ellas fue que mi papá entró en un estado de tranquilidad.

En la noche, después de la marcha, mi padre le dijo a mi mamá que sabía que lo íban a matar, que ya no tenía miedo y que aceptaba su suerte. Todo lo que pasó esa noche fue muy raro, es como si hubiera sido una despedida tranquila, como cuando aceptas algo que inevitablemente va a ocurrir.

Recuerdo que varias personas le decían a mi padre que se fuera de Medellín, pero él, en su compromiso con el país, decía: ¿cómo me voy a ir con todo lo que está pasando aquí? Ese día terminó aceptando inevitablemente la realidad. Aunque hoy me cuesta acordarme, uno no se alcanza a imaginar la magnitud de las cosas, pero sí de lo que estaba pasando, sentí mucho miedo de estar constantemente en alerta ante cualquier cosa que podía pasar. El culmen de todo lo que estaba pasando fue el día siguiente.

El 14 de agosto de 1987, antes de las seis de la mañana, varios hombres tocaron la puerta y le dijeron a mi mamá que les abriera porque iban a realizar un allanamiento. Al otro lado de la casa, una camioneta rompió la puerta del garaje, y mi mamá inmediatamente se percató de que algo fuera de lo común estaba pasando. Mi papá se despertó, salió al pasillo para ver qué sucedía y ahí fue rematado con varios disparos. Yo me levanté por el sonido de los disparos y, cuando salí del cuarto, vi que a mi papá le estaban disparando y luego me encerré nuevamente para protegerme. En medio de esa algarabía, mi mamá nos sacó a mí y mi hermano envueltos en sábanas –para que no viéramos a mi papá– a la casa de una vecina. No recuerdo cuánto tiempo pasó, pero mi mamá supo que todo lo que ocurrió esa madrugada lo había visto con mis propios ojos.

Mi papá era senador y lo acompañaba un escolta del DAS, pero nunca llegó. En algún momento desde la casa de la vecina recuerdo que nuestra residencia se llenaba de curiosos y una ambulancia, que después de un largo tiempo, llegó y se llevó a mi papá. Después de 30 años me pregunto qué necesidad había de dispararle tantas veces a una persona, porque mi padre tenía alrededor de 40 disparos en su cuerpo. Carlos Castaño, entonces jefe paramilitar, dijo en el libro Mi confesión que había sido directamente el encargado de asesinarlo. Yo solo recuerdo detalles  muy precisos, como el uniforme y las botas militares de quienes entraron esa vez.

Esa mañana la pasamos en la casa de una vecina y por alguna extraña razón mi hermanito, que tenía 8 años, no se dio cuenta de lo que había pasado y no entendía qué sucedía Después nos llevaron a la casa de unos primos y estuvimos ahí toda la tarde. Nadie era capaz de decirle a Santiago (mi hermnao) lo que había pasado.

En la noche volvimos a la casa y con mi hermano dormimos en la cama de mi mamá. ¿Van a volver mamá? recuerdo haberle preguntado a mi mamá. Ella me dijo: 'no, ellos ya se llevaron lo que se iban a llevar'.

Estuvimos en la casa unos días más, pero nos dimos cuenta de que un carro constantemente daba vueltas por la cuadra. Además uno de los escoltas de mi papá le dijo a mi mamá –a manera de consejo– que se “perdiera” porque también la iban a matar. Eso para nosotros significó salir corriendo con lo que teníamos puesto. Era irse o quedarse y morir.

Duramos cerca de 11 años en el exilio, con una mamá que asumió la responsabilidad de sacarnos adelante. Y lo logró después de todo. Hoy le daría 700 vueltas al mundo para decirle cuanto la amo.

Hoy recuerdo uno de los apartes que le escribí hace cinco años en un reconocimiento que le estaban haciendo en la Universidad de Antioquia:

 

Han pasado veinticinco años desde su muerte y es difícil traer los recuerdos, como si fueran escasos. Se me evaporan entre las manos, como cuando se le escapa a uno el sueño que ha acabado de tener, como tratar de retener humo, como intentar atrapar la propia sombra. Su imagen la tengo como puntos—no muchos—, y separados por grandes espacios, pero que forman una inmensa imagen. ¡Quisiera tanto ser más fiel al recuerdo…!

 

De alguna manera, tengo la tranquilidad de que soy capaz de bajar nuevamente al infierno para recoger lo que a mí pertenece. Y de saber que él, en mí, no fue un sueño: es la fuerza y la esperanza que también alimenta mi barriga, es el atuendo que me protege, que me cubre de la tormenta, es, además, la madera que mantiene erguida mi cabeza, mirando al frente. Es el aire que llena nuestras vidas y eleva nuestros espíritus más cerca de los sueños.

 

Lo quiero, lo quiero y lo extraño todos los días…"

Por Cristian Steveen Muñoz Castro / @CistianSteveen

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