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“Ahí está su hermana y su falda escocesa, señor”, le dijeron. René Guarín apretó los puños y se inclinó sobre la mesa donde había cinco huesos y un fragmento de la falda escocesa que Cristina del Pilar Guarín vistió el 6 de noviembre de 1985. En ese momento, en medio del silencio que llenaba el laboratorio de Medicina Legal y que guardaban todos los presentes en la diligencia, solo se escuchó el llanto de René Guarín. Era el desahogo de un montón de emociones agridulces que le “aliviaron el alma”. (Vea: “Se va a saber qué pasó en la retoma”: Exintegrantes del M-19)
René había llegado a las 8 a.m. a las instalaciones de Medicina Legal en Bogotá, un lugar que conoce de memoria, en donde estuvo muchas veces durante los 30 años que han pasado desde el holocausto, exigiendo razones sobre su hermana, quien trabajaba en la cafetería del Palacio de Justicia cuando empezó la toma del edificio por parte del M-19.
René Guarín había recibido una citación para que le expusieran los hallazgos de las exhumaciones de 11 fosas comunes en las que se buscaban restos de los desaparecidos del Palacio. No fue el único en llegar al lugar en la mañana del pasado martes. A los familiares de Luz Mary Portela los citaron a las 9 a.m y a los de Lucy Amparo Oviedo una hora después. Nadie se imaginaba que ese día se acabarían 30 años de búsqueda. (Vea: “En la tumba de mi mamá no había ninguna falda escocesa”)
Édison y Rosa Milena Cárdenas, hermanos de Luz Mary Portela, llegaron puntuales a la diligencia. Entraron a una oficina en la que había más de 20 personas. A un lado, los abogados que los han acompañado durante los años de búsqueda; al otro lado, funcionarios de Medicina Legal y de la Fiscalía; y los dos hermanos, sentados en medio, frente a una pantalla donde se proyectaron planos de los cementerios del norte y del sur mientras les informaban sobre las exhumaciones adelantadas por los forenses.
Rosa Cárdenas apenas empezó a presentir la magnitud del anuncio que le iban a hacer cuando les hablaron de las inconsistencias que encontraron durante las excavaciones. El cuerpo se le enfriaba a medida que las explicaciones avanzaban. Le temblaban las manos, perdió la noción del tiempo. No supo si habían pasado minutos u horas en esa oficina cuando le anunciaron que los restos de su hermana habían aparecido. Salió aturdida tras la noticia, por el pasillo que la conduciría al laboratorio donde estaban los restos, el último tramo que le faltaba en su larga búsqueda de tres décadas. El mismo lugar donde René Guarín había estado una hora antes y por donde más tarde pasaron los Oviedo a reconocer los restos de Lucy Amparo.
Durante el recorrido de esa mañana, en las mentes de René Guarín y Rosa Cárdenas se atravesaron una y otra vez las imágenes de sus respectivos padres. Don José Guarín, el padre de René y Cristina, fue el acompañante de Enrique Rodríguez, papá de Carlos Rodríguez, otra de las víctimas, en la misión de aglutinar a los seres queridos de los desaparecidos para que juntos buscaran la verdad. Así se conformó una nueva familia, la de los padres y hermanos de los desaparecidos, unidos por el dolor y el anhelo de justicia. Esa familia de la que hizo parte Rosalbina León, la madre de Luz Mary y de Rosa Milena, cuya vida se consumió mientras esperaba una respuesta sobre el paradero de su hija.
René Guarín y Rosa Cárdenas coinciden en que sus padres, ya fallecidos, los pioneros de la lucha por la verdad del Palacio, merecían estar allí, y el hallazgo de los restos, al menos en sus mentes, fue un homenaje para ellos. Por eso, con todas esas emociones contenidas, cuando René y Rosa se cruzaron en los pasillos de Medicina Legal, ya enterados del hallazgo, se juntaron en un sentido abrazo. “Nos abrazamos como dos hermanos que fuimos unidos por el destino de dos mujeres desaparecidas”, asegura Guarín.
Hacia el mediodía, los familiares de las tres mujeres que fueron identificadas por Medicina Legal se reunieron. Después de los momentos de intimidad era hora de salir a contar lo sucedido. Afuera, decenas de periodistas esperaban sus palabras. Los Oviedo decidieron mantenerse al margen de la rueda de prensa y delegar a René como su vocero, un papel que él ha desempeñado desde hace décadas entre los familiares de los desaparecidos del Palacio.
Resolvieron hablar ante los medios de comunicación a las afueras de Medicina Legal, un lugar con un significado simbólico para los familiares que tantas veces llegaron a esa institución en busca de respuestas. René Guarín y Rosa Cárdenas contuvieron sus emociones, esa mezcla de dolor y alivio que sentían, como lo hicieron tantas veces desde la desaparición de sus seres queridos. Salieron ante los reporteros con la dignidad de siempre y una vez más alzaron su voz contra la impunidad que ha rondado el holocausto. También solicitaron acompañamiento internacional “por las injerencias indebidas de la inteligencia militar y las profundas irregularidades a lo largo de estos treinta años”.
Cuando Rosa Milena y Édison Cárdenas estuvieron ante los restos de su hermana, elevaron una plegaria en compañía de un sacerdote católico, con la que le agradecieron a Dios por la fuerza que mantuvieron todos estos años y que les permitió llegar hasta este punto. Al salir de la sala se sentaron frente a frente y se miraron sin decirse una sola palabra. Al día siguiente, Rosa Cárdenas se despertó con un cansancio particular en el cuerpo, como el del corredor que atraviesa una meta, que en este caso no es la final, pues para ella el camino no se acaba mientras no se sepa la verdad de lo ocurrido en el Palacio de Justicia y se encuentre a todos los desaparecidos.