Así sobreviví a la bomba de Pablo Escobar contra el DAS

Con puertas usadas como camillas, y corbatas como torniquetes Mauricio Alonso Calderón ayudó a sus compañeros heridos tras el atentado terrorista contra la sede del Departamento Administrativo de Seguridad. Aunque perdió a su mejor amiga, continuó en la entidad y se casó con otra compañera que conoció en el desaparecido cuerpo de inteligencia. Hoy recuerda los detalles de esa luctuosa jornada de hace 28 años.

Eric Palacino Zamora / Especial para El Espectador
06 de diciembre de 2017 - 11:13 p. m.
Mauricio Alonso Calderón sobrevivió al atentado perpetrado el miércoles 6 de diciembre de 1989. / Diego Andrés Téllez
Mauricio Alonso Calderón sobrevivió al atentado perpetrado el miércoles 6 de diciembre de 1989. / Diego Andrés Téllez

Mauricio Alonso Calderón nos espera en la plaza de mercado de Paloquemao. Es bajo, delgado, cincuenta y tanto años. El lugar es pura agitación;  hombres cargando bultos de papa, mujeres vendiendo hortalizas, se sirven sopas de gallina,  un loco que empuja un carro esferado - cargado de cartones-, vocifera que “el fin de los tiempos se acerca”, un carnicero corta  una posta de pierna de res, mientras una anciana ofrece faroles navideños.

Estamos en el centro de Bogotá y la atmósfera  del lugar, sus pulsaciones y su energía, permanecen como hace 28 años.  Son las  siete  de la mañana  y  Alonso, ex integrante del DAS,  repite la rutina de la jornada imborrable  del 6 de diciembre de 1989  cuando sobrevivió a los 500 kilos de dinamita que  el capo de las drogas Pablo Emilio Escobar Gaviria ordenó detonar contra el edificio del máximo organismo de inteligencia  de Colombia.

“Nada ha cambiado mucho sabe”, me  dice mientras ordena dos cafés cargados. Da una mirada al  entorno; el perro que husmea en un bote con basura orgánica, un muchacho de gorra que enciende un cigarro de  mariguana, una imagen de  la advocación de la Virgen del Carmen, franqueada por un ejército de bombillitas que parpadean,  “bueno antes no había esas lucecitas sino veladoras”.

El transistor de la cafetería despacha, a todo timbal, noticias maquilladas de  multimillonarios desfalcos al erario, igual que esa mañana imborrable. “Eso fue como a  las 7: 30 de la mañana”, dice mientras observa a su esposa María Helena antes de iniciar su relato, como pidiendo su aprobación para hablar de un tema que le causaba estrés, pero que  ha aprendido a manejar con el paso de los años.

Ese miércoles, Mauricio Alonso Calderón,  dibujante de arquitectura  adscrito al área de construcciones del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), tomó la buseta que lo llevaría a la sede del organismo en la calle 19 con carrera 27. Cinco minutos después, refiere, a la altura de la avenida Las Américas con carrera 68,  subió  su compañera de labores Josefina Cuellar Gordillo, una bella auxiliar del área de bienestar, con quien había logrado establecer una sincera amistad.

Precisamente la noche del 5 de diciembre,  Mauricio y Josefina habían trabajado en los arreglos navideños del piso sexto. “Era una actividad que buscaba motivar al personal, generar un ambiente de distención para los detectives y agentes de inteligencia, en medio de la zozobra que  representaba trabajar en la entidad. Por  aquellos días  los investigadores estaban  en la persecución de la gente del cartel de Medellín”, según recuerda Alonso.

La mañana del 6 de diciembre de 1989, Mauricio se despidió de Josefina, quien siguió su camino al sexto piso para revisar  el vitral, alusivo a la navidad, que habían elaborado la noche anterior. El dibujante de arquitectura  optó por  quedarse en el  piso segundo para  llegar temprano a la reunión habitual del  equipo administrativo, una decisión que le permitió salvar su vida. Mauricio evoca el aroma  del perfume de Josefina, como el último recuerdo de la guapa compañera, ganadora de los concursos de belleza “Miss Simpatía”  que se  realizaban  en la institución. Volvería  a verla dos días  después en un ataúd, durante el velatorio colectivo de los ocho  integrantes de la entidad muertos  tras  la explosión.

“Eso fue muy tenaz. Nos despedimos  en las escaleras, yo seguí para el salón de Directores. Eran como las 7: 20, estábamos conversando, algunos tomaban tinto o aromática”. Así mientras se apuraban sorbos  de tinto y aguas de especias que inyectaban calor a los funcionarios madrugadores, los responsables del atentado disponían los detalles  para  hacer estallar el bus que lucía falsos emblemas del Acueducto de Bogotá. 

“Estábamos conversando cuando sentimos el estruendo”. Vino el estallido, la liberación de energía cinética, cayeron los vidrios con un sonido líquido  de filos cortando el aire y los muros y  techos, que en una maniobra increíble, se volvían fragmentos para  precipitarse  hasta el suelo. Como en  una alucinación,  el espectáculo breve e intimidante de  las cosas que  ya no lo son, que se vuelven  añicos, astillas, mientras apenas parpadeas…

 “Sentí como un movimiento fuerte,- muy fuerte-  y luego un eco, muy sonoro,  un ruido que lo deja a uno aturdido,  sordo  y después como un temblor que desprendió  el vidrio completo, que se salió del  marco y se nos vino encima”,  Mauricio vio  como el cristal de la ventana lateral del salón de directores, se descomponía para transformarse en cuchillos, en proyectiles. “Yo había tenido esa visión unos días antes, -aún no me explico-  vi los vidrios rompiéndose en el aire y viniendo hacia mi y esa imagen se reprodujo en ese momento”.

 “Nos quedamos en silencio,  como atolondrados”,  hasta  que la voz de uno de los jefes lo trajo de ese momento de conmoción. “Después del estallido  yo me quedé viendo el cielo raso que se vino abajo y se levantó una polvareda. El  coordinador de  la reunión dijo: ¡ hay que ayudarlos a todos!, vamos a  buscar a los heridos”. Mauricio vio la cortina  de polvo  que se levantó como una  lívida evaporación que pretendía eclipsar la luz  de esa mañana. Pensaba en Josefina.

Empezó a caminar entre la nube que cubría  el pasillo central   del segundo piso frente al salón de Directores. “Entre el polvo y los pedazos del cielo raso pude ver a la compañera Cristina Prieto, le sangraba la pierna y no podía  caminar, entonces la cargamos con un compañero  y buscamos una salida”.

Agrega que  cargó a la joven, dependiente  del área administrativa, y  llegó  hasta  la zona de criminalística donde ubicó el acceso a las escaleras  que  llevaban  al  sótano. “Sangraba, como pudimos le quitamos un vidrio que tenía incrustado en la pierna y la subimos a un carro  que estaba sacando heridos del parqueadero ubicado debajo del edificio”. Corrió detrás del auto, improvisado como ambulancia, hasta que llegó a la Cra 27 con calle 18, el sitio donde entonces, ya se escuchaban las versiones de que habían instalado un bus bomba para asesinar al director general del DAS, el general Miguel Maza Márquez.

El estallido, que destruyó la  ventanería y las paredes de la fachada desnudó las oficinas; “quedaron a la vista”. Recuerda el aspecto de la  edificación, como  un gigante desguazado,  despellejado, como una maqueta sin terminar. “Algunos compañeros intentaban apagar el fuego con los extintores,  otros hacía torniquetes con sus corbatas,  todos  intentaban ayudar”.  Mauricio evoca también  una  sonoridad macabra hecha con el ulular de  sirenas de  ambulancias y  patrullas, y el camión de bomberos con su corneta destemplada y   las paredes humeantes,  y los autos en llamas,   como de utilería, como  en una mala  película de Charles Bronson, y las voces y lamentos, y las vidas que dejaron de ser vidas. Supo que tendría que sobreponerse para  ir en busca de los que, como él, habían sobrevivido.

Vi el edificio desbaratado, también las oficinas por dentro, como  si estuviera  a ‘medio hacer´”.  A su lado permanecía perplejo, uno de los arquitectos que había ayudado a planear el edificio “En ese momento estaba llegando el  doctor Alejandro Duarte, él trabajaba conmigo en construcciones, se quedó viendo el desastre y se puso a llorar”.

“Sacamos mucha gente, yo entré de nuevo al edificio y utilizamos las puertas como camillas, en ese instante sacaban al doctor Caro que era el  jefe del Fondo Rotatorio. Las paredes tenían rastros de manos ensangrentadas y, aunque con muchos  nervios, seguimos buscando compañeros… me informaron que  un vidrio había decapitado a la jefe de la enfermería, la señora Julia, que estaba en el  cuarto piso, ella trabajaba con  el doctor ‘Conrradito’ en el área de sanidad… de Josefina nadie daba razón”. 

Mauricio caminaba con dificultad pues uno de  los vidrios había cercenado  la suela de  su zapato izquierdo, y tras  apoyar la evacuación de “quizá”  20 o 30 personas que fueron llevados al Hospital San Pedro Claver, se dirigió al sexto piso para averiguar por la joven que cada mañana se sentaba a su lado en el transporte público. “Algunos compañeros de administrativa no me querían decir  la verdad, hasta  que a alguien se le salió  que la habían encontrado sin vida en el primer piso sobre la calle 27. El estallido  la sacó del edificio”

Fue un impacto muy fuerte. Mauricio buscó un teléfono monedero para reportar a sus padres que estaba a salvo. Después del medio día, cuando las autoridades acordonaron la zona para adelantar las diligencias forenses, el joven que había ayudado a salvar las vidas de sus compañeros, retorno a casa  en busca de un poco de  tranquilidad. “Ya en la casa prendí la radio para escuchar detalle  y lo más doloroso era escuchar los nombres de los compañeros en la lista de fallecidos, por supuesto  ahí mencionaron a Josefina”.  

Dos días después asistió al sepelio colectivo de sus ocho compañeros. Josefina le sonrió desde  una foto ubicada  sobre el ataúd.  Una semana después volvió a la sede del DAS,  para tapar los huecos de las ventanas con plásticos, ayudó a limpiar los puestos ante la orden del general Maza Márquez de ordenar los lugares  para que la mayoría de funcionarios regresarán a trabajar. Cristina Duarte, regresó de su recuperación médica y expresó a  Mauricio su gratitud por haberla ayudado a salir con vida.

Un año después, en el edificio del DAS que ayudó a reconstruir, Mauricio Alonso  conoció a María  Helena, con quien se casaría en diciembre de 2006.  Ella refiere que:” es una persona muy tranquila, bueno los sonidos de la pólvora aún  le producen estrés pero creo que a mi lado se ha terminado de recuperar en estos años de matrimonio” .

Tras el cierre de la entidad en 2012,  dan algunos paseos para observar el edificio, una estructura de 11 pisos que soportó esa inolvidable prueba del poder criminal de Pablo Escobar, un legendario emblema de la violenta historia de Colombia, que sería demolida para dar paso a una moderna instalación de la Fiscalía General de la Nación.

Por Eric Palacino Zamora / Especial para El Espectador

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