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Así usaron a las FARC para atrapar a un gran traficante de armas

Capítulo del libro “Maleantes”, de un periodista de “The New Yorker”, en el que se revela el factor colombiano de la captura del sirio Monzer al-Kassar, llamado “El príncipe de Marbella”. En Colombia, bajo el sello editorial Reservoir Books.

Patrick Radden Keefe * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

29 de julio de 2023 - 07:00 p. m.
Monzer al-Kassar (al centro) fue extraditado a Nueva York el 13 de junio de 2008. Fue detenido un año antes en España.
Foto: ASSOCIATED PRESS - Louis Lanzano
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El palacio de Mifadil, una de las varias residencias del adinerado traficante de armas sirio Monzer al-Kassar, es una mansión de mármol blanco con vistas sobre la localidad turística de Marbella, en la costa meridional de España. Rodeada de exuberantes jardines y vigilada por tres mastines, cuenta con un garaje para 12 autos y una piscina con forma de trébol de cuatro hojas. Una soleada mañana de 2007, dos guatemaltecos llamados Carlos y Luis llegaron a la entrada principal. Uno de los socios de Al-Kassar acompañó a los hombres por la escalinata de mármol en curva hasta el gran salón. Al-Kassar los estaba esperando. Había acordado venderles armas por valor de varios millones de dólares para las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la organización narcoinsurgente suramericana conocida como las FARC, que el gobierno estadounidense considera un grupo terrorista. (Siga los detalles de la captura de Nicolás Petro, el hijo del presidente).

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Desde que se mudó a España, unos 30 años atrás, Al-Kassar se había convertido en uno de los traficantes de armas más prolíficos del mundo. Aunque poseía una empresa de importación y exportación que realizaba negocios legítimos, había cultivado asimismo una reputación como traficante dispuesto a suministrar municiones a Estados corruptos y grupos armados desafiando las sanciones y los embargos internacionales. Ha sido acusado de numerosas transgresiones: alimentar conflictos en los Balcanes y Somalia, obtener componentes de misiles de crucero antibuque para Irán, abastecer al ejército iraquí en vísperas de la invasión estadounidense de 2003 y utilizar un jet privado para sacar mil millones de dólares de Irak e introducirlos en el Líbano para Sadam Husein.

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“Necesitamos hablar”, le dijo Carlos. Luis y él no solo estaban interesados en ametralladoras y lanzagranadas propulsados por cohetes, le explicó, sino también en misiles tierra-aire que pudieran utilizarse para derribar los helicópteros estadounidenses en Colombia. Al-Kassar les aseguró que sería capaz de conseguir lo que necesitaban. Mientras el viejo caniche blanco de Al-Kassar, Yogi, entraba y salía de la estancia, los hombres comentaban los peligros de hacer negocios por teléfono. Al-Kassar dio instrucciones a sus invitados para que le llamaran por una línea especial, diciéndoles: “Tengo el teléfono más seguro del mundo”.

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En un momento dado, Carlos se quejó de que Estados Unidos estuviese interfiriendo en las actividades de las FARC en Colombia. “Ajá -murmuró Al-Kassar con simpatía-: en todo el mundo”, dijo. La afirmación no podía ser más acertada, incluso más de lo que Al-Kassar podría haber imaginado, porque mientras negociaba el trato se estaba registrando cada palabra que decía. Se había convertido en el objetivo de una operación encubierta internacional orquestada por una unidad secreta de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por su sigla en inglés). Carlos y Luis trabajaban para Estados Unidos.

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El periodista de "The New Yorker" Patrick Radden Keefe y la portada de su libro en la versión en español.
Foto: Cortesía Penguin

Al-Kassar sugirió que volvieran a reunirse en Marbella. El equipo de la SOD (División de Operaciones Especiales de la DEA, conocida por su acrónimo inglés) decidió que sus compradores ficticios representasen a las FARC, que financian sus transacciones armamentísticas mediante la venta de drogas y están involucradas en una guerra prolongada con el Gobierno de Colombia y con los equipos de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos.

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El reto consistía en encontrar una pareja de informantes que pudieran interpretar el papel de manera convincente. “Es casi como ser un director de reparto -me explicó uno de los agentes-. Estás montando tu película y piensas: ‘Este tiene que ser el final. ¿Cómo vas a llegar hasta allí?’”. La elección era especialmente delicada en este caso, porque la SOD quería que los informantes grabasen secretamente en video las negociaciones.

Necesitaban personas que tuvieran el coraje de entrar en la casa de un criminal peligroso, la capacidad interpretativa para hacerse pasar por delincuentes, la entereza para improvisar si la operación salía mal y un conocimiento suficiente del sistema legal estadounidense para asegurarse de que toda esa farsa resultase explicable ante un jurado. Recurrieron a dos informantes guatemaltecos, a quienes la agencia ya había utilizado con anterioridad, Carlos y Luis. La agencia paga con generosidad a los informantes por su trabajo, un aspecto particularmente inquietante para los partidarios de Al-Kassar.

Carlos recibiría ciento setenta mil dólares por la operación contra el traficante. (“En España los llamamos mercenarios”, me comentó Sara Martínez, la abogada española de Al-Kassar). Una especie de crudo humor negro puede desarrollarse entre agente e informante al cabo de unos años trabajando juntos. Cuando Carlos accedió a participar en la operación encubierta contra Al-Kassar, el encargado de su preparación bromeaba diciendo que debería practicar a saltar desde un edificio para ver si podía sobrevivir a la caída.

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En enero de 2007, los agentes reunieron a Carlos, Luis y Samir en una habitación de hotel en Atenas. Dado que Samir había iniciado la operación, podía vetar la elección de los agentes. Dio su aprobación a Carlos y a Luis, pero insistió en que se compraran zapatos nuevos, observando que “si se presentan con un traje elegante, pero con zapatos viejos”, Al-Kassar los calaría de inmediato. Los tres hombres ensayaron, perfilando los detalles de una conspiración válida en juicio, y los agentes los entrenaron insistiendo en las partes claves del diálogo: debían decir que las armas estaban destinadas a matar estadounidenses y que pretendían pagarlas con dinero de la droga. “Lo dejamos todo planeado”, recordaba John Archer.

Al mes siguiente, Al-Kassar dio la bienvenida a Marbella a los tres informantes. El encuentro inicial no se grabó, pues a los agentes les preocupaba la posibilidad de que registrasen a los hombres. Lo cierto es que eso no sucedió. Según el testimonio posterior, Samir presentó a Carlos y a Luis, quienes dijeron que trabajaban para las FARC. Su certificado de destino final de Nicaragua era una treta, explicaron; las armas irían a parar a Colombia. Carlos dibujó un mapa, mostrando la ruta que debía seguir el envío, desde Europa hasta Surinam, y luego por vía terrestre hasta Colombia.

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Al-Kassar planeaba obtener las armas de fabricantes en Bulgaria y Rumania. Siempre que les presentase el certificado de Nicaragua, todas las partes implicadas tendrían una excusa plausible. Al-Kassar preguntó si las FARC estaban recibiendo alguna ayuda financiera de los norteamericanos. Carlos le respondió que, por el contrario, las armas se utilizarían contra Estados Unidos. Al-Kassar accedió a la transacción.

Hasta ese momento la reunión había ido sobre ruedas. Entonces Al-Kassar preguntó a Carlos cuánto había pagado por el certificado de destino final. Carlos hizo una pausa. Desconocía la tarifa vigente para esa clase de soborno. Cuando habían preparado los derroteros por los que podría discurrir el diálogo, no contemplaron ese escenario. Al-Kassar esperaba una respuesta. “Varios millones de dólares”, dijo Carlos finalmente.

Al-Kassar se burló diciendo que con esa cantidad de dinero él “podía haber comprado un país entero”. Era una metedura de pata monumental, pero Carlos se recuperó explicando que ese era el precio que había pagado por múltiples certificados, no por uno solo. Al cabo de unos instantes, Al-Kassar pareció relajarse y sugirió que, si en el futuro Carlos necesitaba comprar más certificados, él podía conseguírselos por “un precio mucho mejor”. Los hombres fueron a un bar a fumar en narguile. Al-Kassar rodeó a Carlos con el brazo. “Me dijo que yo le caía bien -testificó Carlos posteriormente-. Dijo que podía proporcionarme un millar de hombres para ayudar a luchar contra Estados Unidos”.

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En un segundo encuentro, al mes siguiente, Carlos escondió una pequeña cámara de video en el bolso que llevaba y captó a Al-Kassar alabando los méritos del armamento antiaéreo en el gran salón del palacio. Cuando Carlos mencionó que quería comprar explosivos C-4, Al-Kassar le dijo que sería más barato y más seguro seguir el ejemplo de los insurgentes en Irak y fabricar los explosivos directamente en Colombia. “Podemos enviar expertos para que trabajen sobre el terreno”, se ofreció.

Al-Kassar hizo que uno de sus ayudantes llevase en auto a Carlos y a Luis a un cibercafé de Marbella para que pudieran transferir un anticipo de cien mil euros a una cuenta que tenía a nombre de otra persona. (No quería que utilizasen un computador de su casa a fin de evitar que rastreasen la transacción y dieran con él). La DEA autorizó una transferencia de dinero desde una cuenta encubierta.

El 2 de mayo, Carlos y Luis se reunieron con Al-Kassar en un café, donde este les presentó a un capitán de barco griego, Christos Paissis. “Llevamos veinticinco años trabajando juntos -señaló Al-Kassar-. Es de plena confianza”. Mientras los hombres bebían Perrier y discutían la logística clandestina del envío de armas a Surinam a bordo de un barco de contrabando llamado Anastasia, la cámara del bolso de Carlos grababa la conversación.

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A esas alturas los agentes tenían suficientes pruebas para procesar a Al-Kassar en Estados Unidos. Pero Jim Soiles (agente antidrogas que había pasado dos décadas persiguiendo a Al-Kassar) era reticente a arrestarle en España. “Esa era su base de poder”, comentó. Se decidió que Carlos intentase atraer a Al-Kassar hacia Grecia o Rumania, donde el traficante podría gozar de menos protección. En junio, Carlos informó a Al-Kassar que uno de los líderes de las FARC viajaría a Bucarest, donde la organización tenía tres millones y medio de dólares en ingresos provenientes del narcotráfico, que podrían servir como pago parcial por el armamento.

Pero Al-Kassar se inquietó e indicó que no podía obtener un visado para su pasaporte argentino. Sugirió enviar en su lugar a uno de sus empleados. Conforme pasaban las horas, iba creciendo su frustración porque Carlos y Luis no habían presentado el saldo del pago por el trato. “No puedo hacer nada sin el dinero”, le dijo a Carlos. Finalmente, el equipo de Soiles decidió que no tenía más opción que ejecutar el “desmantelamiento” (la fase final de la operación) en España.

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No obstante, la DEA no tenía jurisdicción para efectuar un arresto. Normalmente, si los agentes del orden saben de antemano que un fugitivo estará en un país extranjero, solicitan a la Interpol una “orden de detención provisional” y confían en que las autoridades locales respeten la orden y efectúen el arresto. Pero los contactos de Al-Kassar en el gobierno español eran de tal calado, que la DEA optó por notificar a muy pocos funcionarios españoles que estaba llevando a cabo una operación encubierta de varios meses de duración. La agencia era reacia incluso a solicitar una orden de arresto a la Interpol, por temor a que uno de los contactos de Al-Kassar pudiera ponerle sobre aviso.

El 4 de junio, Carlos propuso a Al-Kassar que se reuniera con el dirigente de las FARC en Madrid. Presintiendo que algo iba mal, Al-Kassar telefoneó a uno de sus contactos en la inteligencia, un funcionario de antiterrorismo llamado José Manuel Villarejo. Al-Kassar ya había informado a Villarejo de la inminente transacción, aunque le había dicho que las armas iban destinadas a Nicaragua. Le explicó que el comprador deseaba reunirse urgentemente con él en Madrid. “No quiero que me tiendan una trampa o algo por el estilo”, le dijo, según consta en una transcripción de la llamada, que grabó Villarejo. “¿Es peligroso ir a Madrid?”. Villarejo no sabía nada de la operación estadounidense, pero previno a su amigo: “Siempre que hay alguna urgencia para hacer algo, es que hay una trampa”.

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No obstante, en un movimiento que delataba una falta de precaución, Al-Kassar condujo hasta el aeropuerto de Málaga y embarcó en un vuelo a Madrid. “No hicimos nada hasta que despegó el avión”, me contó Archer, el agente de la SOD. Tan pronto como los agentes confirmaron que el avión estaba en el aire, solicitaron a la Interpol una orden de arresto provisional y pusieron bajo vigilancia el aeropuerto de Barajas.

Habían informado esa misma mañana a un equipo local de captura de fugitivos, a los que habían comunicado que un importante sospechoso llegaría al aeropuerto. Menos de una hora antes del aterrizaje del avión informaron al equipo de que el objetivo era Monzer al-Kassar, y Archer y otros agentes de la DEA, que vestían de paisano, tomaron posiciones en la zona de llegadas. Mientras los pasajeros salían en fila del avión, los agentes divisaron a Al-Kassar acompañado de dos ayudantes y, mientras se dirigía hacia el área de recogida de equipajes, el equipo habló por teléfono móvil con los agentes españoles, que controlaban sus movimientos mediante el sistema de vigilancia del aeropuerto.

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Cuando Al-Kassar se agachó para recoger su equipaje le detuvo la policía española. Al día siguiente el equipo de la DEA fue a Marbella para ejecutar una orden de registro en el palacio de Mifadil. Bajo la legislación española, un presunto delincuente tiene derecho a estar presente mientras las autoridades registran su residencia. Sin escatimar jamás en hospitalidad, Al-Kassar ofreció bebidas a todo el mundo.

***

Las apelaciones de Monzer al-Kassar fueron infructuosas. Continúa cumpliendo su condena en Marion, Illinois, y su puesta en libertad está prevista para 2033. Tiene una presencia muy activa en Facebook, donde mantiene firmemente su inocencia y alega que todas las pruebas en su contra las fabricaron Jim Soiles y una camarilla de “sionistas”.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.

Por Patrick Radden Keefe * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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