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Beatriz Elena Monsalve Ceballos tenía siete tiros en la cabeza y Luz Mila Collantes ocho en la espalda. Las asesinaron con la misma arma, una pistola Colt, calibre 45. Era el 11 de agosto de 1988. Sus cuerpos fueron encontrados con señales de golpes y quemaduras dos días después, el 13 de agosto, en el borde de una carretera en Chía (Bogotá). A los 27 años y con seis meses de embarazo, mataron a Beatriz, mi prima, estudiante de Trabajo Social de la Universidad de Antioquia y directora de relaciones internacionales del Frente Popular, y a su amiga y secretaria, Luz Mila, una estudiante de periodismo. Tras 35 años de su ausencia, no se han determinado los responsables de los hechos.
Beatriz nació el 19 de agosto de 1961. Su familia, oriunda de Entrerríos (Antioquia), ya vivía en Bello desde 1953 por una oportunidad laboral que tuvo su papá en Fabricato. Desde que estaba en la secundaria, cuenta Trino Evelio Monsalve, su padre, ella demostraba su voluntad de ayudar a la gente, se reunía con amigas del colegio para hacer colectas y entregar dinero, alimentos o enseres a quien lo necesitara. Cuando ingresó a la Universidad de Antioquia para estudiar Trabajo Social casi no estaba en su casa. Su labor siempre estuvo fuera, con la gente. Por ejemplo, buscaba alimentos y refugio cada vez que la quebrada La García, arrastrada por el invierno, dejaba a su paso a familias damnificadas en ese municipio. Así, inquieta y andariega, afianzó su camino de activismo en la región de Urabá, en Medellín y Bello.
El liderazgo de Beatriz creció tanto que en las elecciones de marzo de 1988 figuró como segunda en la lista de aspirantes al Concejo de Medellín, conformada por integrantes de la Unión Patriótica (UP), la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), A Luchar y el Frente Popular. Con este último movimiento apoyó en Urabá a la organización sindicalista de los trabajadores bananeros en contra del paramilitarismo y a favor de sus derechos laborales. La alianza política logró un cupo con el primero en la lista, Gonzálo Álvarez. Sin embargo, comenzó la persecución en su contra.
Uno de sus amigos cercanos, Carlos Enrique Uribe, sobreviviente del exterminio contra la UP en Colombia, cuenta que ella también participó del Comité Permanente para la Defensa de los Derechos Humanos, Seccional Antioquia, hasta agosto de 1987, que tuvo que retirarse tras un atentado en contra de González y por amenazas en contra de su vida. Por ello, se desplazó hacia Bogotá. Allí se desempeñó como directora de relaciones internacionales del Frente Popular.
Luego de la liberación de Álvaro Gómez Hurtado, tras su secuestro a manos del M19, Beatriz asistió a la Cumbre Nacional por la Paz en Usaquén (Bogotá) el 29 de julio de 1988, un diálogo nacional donde participaron partidos políticos de alcance nacional. Ella se presentó en nombre del Frente Popular. La Central Unitaria de Trabajadores (CUT) explicó que Beatriz, durante este evento, tuvo un altercado con agentes del DAS. Un integrante de este organismo se había hecho pasar como periodista, le tomó fotografías y la trató de guerrillera.
Una semana más tarde, en horas de la mañana, el jueves 11 de agosto de 1988, Beatriz salió de su apartamento en el barrio Santa Isabel de Bogotá junto a Luz Mila Collantes. Nunca llegaron a la oficina del Frente Popular. El 12 de agosto de 1988, su padre viajó hasta Bogotá para buscar a Beatriz; llevaba un día sin saber de ella. Estaba desaparecida. Según el Cinep, paramilitares torturaron y ejecutaron a las dos mujeres el mismo día. En la sede de la CUT les consiguieron acompañamiento militar para recorrer las calles, guarniciones, cárceles y hospitales. Recordaron que Luz Mila Collantes, la compañera de trabajo de Beatriz, era de La Mesa (Cundinamarca) y arrancaron rumbo a ese pueblito. En el camino, dice Evelio, que dieron la extra en radio: habían encontrado a dos mujeres sin vida en Chía.
“A toda hora estaba riéndose y cuando la miré allá estaba así”, dice el papá de Beatriz refiriéndose al momento en que fue a reconocer el cuerpo de su hija y tenía una expresión de alegría. Justo un año antes, el 13 de agosto de 1987, en las calles de Medellín protestaron con una ola de claveles rojos en contra de los asesinatos a estudiantes y profesores de la Universidad de Antioquia que hasta ese día eran nueve. El 15 de agosto de 1988, antes de partir para el sepelio desde la capilla La Candelaria en Bogotá hasta la sala de velación Los Olivos en Bello, Evelio Monsalve recuerda que antes de salir para el aeropuerto, Cecilia Faciolince García, esposa de Héctor Abad Gómez, le colocó un clavel rojo a Beatriz sobre su pecho. Un día después, las pancartas y los cantos acompañaron a mi familia con una movilización hasta el cementerio San Andrés en Bello (Antioquia).
El caso de Beatriz es recordado en las conversaciones de nuestra familia. A diferencia de muchos hombres que están plasmados en murales universitarios y sus historias han sido contadas en decenas de libros y periódicos, hace apenas un año, el nombre de esta lideresa fue tejido sobre tela en un evento para recordar a estudiantes asesinadas en la Universidad de Antioquia. La memoria de las mujeres que también lucharon en esa izquierda silenciada en Colombia a finales del siglo XX se abre apenas un espacio en lo colectivo, por fuera de lo familiar, y se ocupa ahora al escarbar en las vivencias y recuerdos de lo que podría ser un feminicidio político.
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