Con ese perdón, ¿qué hago?: víctima de 'Don Berna'

La declaración del exjefe paramilitar confirmó la alianza entre paramilitares e inteligencia militar para asesinar al defensor de derechos humanos.

Camilo Umaña *
15 de septiembre de 2015 - 03:54 a. m.

El pasado 12 de agosto, en diligencia judicial practicada en la cárcel federal de Miami, el excomandante paramilitar Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna, rindió declaraciones en la investigación por el asesinato de mi padre, José Eduardo Umaña Mendoza. Estas declaraciones fueron recibidas por la Fiscalía General de la Nación, que entregó las grabaciones a los medios de comunicación esta semana, por lo cual la información que contiene esta nota ha sido hecha pública.

Alias Don Berna aseveró que el asesinato de mi padre fue cometido por una alianza entre paramilitares e inteligencia militar colombiana. Según el exparamilitar, la banda la Terraza desplazó un comando de sicarios desde la ciudad de Medellín que, con el apoyo de inteligencia militar colombiana, ejecutaron el magnicidio. Según dice, la orden no pasó por sus manos y fue directamente Carlos Castaño quien envió las instrucciones del operativo. Adicionalmente aclaró que la participación de inteligencia en estos golpes no era exclusivamente operativa y que las órdenes de Castaño estaban normalmente alimentadas por información suministrada por el órgano estatal. Cuenta anecdóticamente que unos días después del magnicidio, estando reunidos los líderes paramilitares, vieron imágenes reproducidas por los noticieros sobre el funeral de mi padre. En esas imágenes se veía cómo en la Universidad Nacional de Colombia dos encapuchados se subían a la tarima en donde reposaba el féretro y gritaban arengas. Ante esto Castaño dijo: “¿Vieron que ese señor sí hacía parte de la guerrilla?”.

Tras estas descripciones, alias Don Berna dijo que a mi padre lo habían asesinado porque su labor de defensa de los derechos humanos era incómoda para mucha gente del establecimiento y de las fuerzas militares que él denunciaba por diferentes violaciones. Aseveró que, para ellos, los defensores de derechos humanos eran miembros de la subversión y que como tales los persiguieron. Finalmente, cuando le fue preguntado si quería agregar algo más, espontáneamente pidió perdón a mi familia “por tan condenable hecho”. Dijo también: “Creo que fue una gran equivocación. Desafortunadamente cometimos muchos errores. Nuevamente les pido perdón”.

Con respecto a los hechos del asesinato de mi padre, esta información no es nueva, pero reafirma lo sabido: el crimen fue un acto planeado, coordinado y ejecutado conjuntamente por los paramilitares y por inteligencia militar colombiana. Esta información concuerda con lo denunciado por el paramilitar asesinado Francisco Villalba, quien, en un testimonio que obra en el expediente por el asesinato de mi padre, describió la participación de los paramilitares y de miembros de las Fuerzas Militares en el crimen. Esta información también concuerda con la grabación que la banda La Terraza publicó en su momento confesando su autoría de los hechos. Lo dicho sobre la participación de inteligencia militar concuerda con cables de la Embajada de Estados Unidos donde consta que, en el momento, la información que se tenía parecía indicar la participación de miembros de inteligencia militar, más exactamente de la Brigada XX. Finalmente, la participación de inteligencia militar concuerda con lo denunciado por mi padre ante el CTI de la Fiscalía días antes de su asesinato.

Todo esto ha estado por 17 años en el expediente de radicado 613B en la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía, pero no ha producido ningún avance sustancial: no hay nadie vinculado o siquiera investigado por el asesinato de mi padre. A raíz de esta información, el vicefiscal general me manifestó, en reunión personal producida esta semana, el interés de la Fiscalía por develar la verdad y encontrar a los responsables del crimen. Esta declaración de intenciones que en cualquier lugar sería una obviedad no es tal en Colombia: recuerdo que el entonces fiscal general, Alfonso Gómez Méndez, les dijo a mis abuelos que en el caso tenía las manos atadas pues se trataba de un crimen de Estado. Sin embargo, la declaración de intenciones del vicefiscal, Jorge Perdomo, sólo tiene algún valor si existen resultados judiciales. La justicia tardía es injusticia: según las informaciones recabadas recientemente, si se hubiera detenido y procesado a todas las personas que participaron en el asesinato de mi padre tendríamos todavía a Jaime Garzón con nosotros, por ejemplo.

Evidentemente, mi padre no era miembro de ninguna guerrilla y el propio Don Berna dice que fue una “equivocación”. Lo cierto es que esto no fue una equivocación sino un crimen execrable y atroz: las armas no se dispararon por error sino en función de una ideología asesina que buscaba eliminar resistencias al proyecto paraestatal. Mi padre era un abogado brillante, profesor y defensor de cientos de causas justas que, como lo aclara Don Berna, fue asesinado por su defensa de los derechos humanos y porque era incómodo para algunos miembros del establecimiento.

Al respecto no cabe la indignación en el pecho por la desvergüenza de la fabricación oficial de justificaciones para cometer una atrocidad de tal magnitud. No cabe la desolación por la enorme maldad que implica para nuestra historia el asesinato de quienes defienden a los demás, por la cobardía de hostigar y acabar con la vida de un abogado lúcido, bueno hasta sus tuétanos, sin más respaldo que sus libros, en su despacho, inerme. Uno se pregunta en qué clase de país estamos, en el que la institucionalidad ha sido un instrumento de gravísimos crímenes que nos han privado de nuestros seres queridos y que han frustrado a la sociedad de tener un futuro diferente. Uno se pregunta por qué los colombianos y las colombianas permitimos esto y por qué la justicia sencillamente decide no actuar.

Finalmente, quisiera decir algo sobre el perdón a título personalísimo. Creo que pedir perdón suele ser difícil, pero que nos lo pidan, a veces más. El perdón es relacional, personal y casi íntimo. Perdonar, creo, es reconocer en el mal del otro la bondad del propio corazón. A veces la maldad del otro suele ser tan radical que no nos permite encontrarnos en ninguna parte de su acción. Perdonar es difícil, a veces imposible. La dificultad se aumenta cuando el perdón no es sincero, cuando no es responsable, cuando no es directo y cuando es tardío. Lo más importante para nuestro país es que esto no ocurra y que no vuelva a ocurrir. Que se pida perdón es importante para nuestro país, aún más si es espontáneo. Por lo menos nos permite encontrarnos en la pregunta a víctima y victimario y, por un momento, desplazar el plano de reflexión del dolor del pasado a la pregunta sobre el futuro: y con ese perdón, ¿qué hago?

 

* Hijo de José Eduardo Umaña

Por Camilo Umaña *

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