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Con fotografías de fincas, caminos y rutas, descripciones, detallados informes financieros y listas de compradores, el ex jefe paramilitar Carlos Fernando Mateus Morales, alias Paquita, narró a la Fiscalía cómo se movía la comercialización y el tráfico de cocaína en el departamento del Caquetá con la anuencia del frente sur de los Andaquíes de las Autodefensas, al que perteneció hasta 2004. Y sin relacionarlo directamente insinuó la influencia que pudo haber tenido el extraditado ex jefe de las Auc Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias Macaco, a través de familiares y apadrinados suyos, en el comercio de la droga en esa región del país.
Por ejemplo mencionó, en su versión ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía, a Jesús María Alejandro Sánchez Jiménez, primo de Macaco. Dijo que lo conoció en reuniones que se efectuaron en el municipio de Caucasia, convocadas por Jiménez Naranjo, y que Sánchez era el encargado de manejarle cuentas bancarias y números de teléfono. Paquita afirmó que al primo del jefe ‘para’ debía dársele prioridad para la adquisición de la droga en el Caquetá, aunque eso no lo eximía del pago del impuesto a la organización ilegal.
El encargado de comprar el alcaloide para Sánchez Jiménez y otros narcotraficantes era Fabio Ordóñez, alias Simpson, un curtido ex policía que paradójicamente había trabajado en la división antinarcóticos en el departamento del Putumayo. Para el transporte del estupefaciente, alias Simpson utilizaba dos carrotanques transportadores de leche y un vehículo transportador de gas con caletas adecuadas para camuflar entre 800 y 1.000 kilos de la droga. Añadió que en la época en que el bloque central Bolívar ingresó al Caquetá, el encargado de llevar el armamento a la facción paramilitar fue precisamente alias Simpson.
“Los carrotanques entraban hasta donde existía un arroyo sobre el que se encuentra construido un puente peatonal. Ahí en esa maraña se parqueaba en reversa (sic) y se tapaba con plásticos. Primero llegaba el carro, se cubría todo y los trabajadores procedían a abrir la caleta de tal manera que cuando llegara la mercancía ya estuviera abierta la caleta para guardarla”. Pero también se utilizaban automotores con estacas ahuecadas, donde se ocultaba el estupefaciente. Al salir de Caquetá se transportaban reses con el fin de desviar la atención de las autoridades.
Relató que los vehículos eran abastecidos con la droga en lugares de presencia de los paramilitares para evitar asaltos o ataques por parte de milicianos de las Farc. Sin embargo, había ocasiones en que era imposible evitarlos. Y recordó un día que recibió la orden de ir a recuperar un carrotanque hurtado por guerrilleros a alias Simpson. Los subversivos en su huida lo lanzaron a un abismo, aunque no pudieron llevarse el alcaloide, que estaba tan bien camuflado que sólo se pudo extraer utilizando un equipo de soldadura.
Paquita enfatizó que la organización ilegal fungía como intermediaria entre los compradores de base de coca y los campesinos o productores en municipios como Solita o Valparaíso. Es decir, que recibía el dinero de los interesados y sólo quienes eran designados para esa labor iban hasta los lugares donde se hacía el alcaloide para comprarlo. Por ese trabajo los ‘paras’ cobraban el denominado impuesto al gramaje, que era utilizado para financiar los gastos del grupo al margen de la ley. Por cada kilo de base de coca les debían pagar entre $200 mil y $250 mil. El ex paramilitar aseguró que el dinero para la adquisición del alcaloide también llegaba al Caquetá luego de depositarlo en cuentas bancarias que eran prestadas por comerciantes y ganaderos de la región a cambio de alguna retribución económica.
“En cada cuenta bancaria se consignaban sumas de alrededor de $20 millones divididas en varias partidas, con lo cual evadían la obligación de llenar cualquier formato”, sostuvo Paquita. Agregó que los compradores del estupefaciente eran tan eficientes para reclutar amigos y familiares que en tres días podían llegar al departamento hasta $1.500 millones.