Que las Farc utilizaran partidos de fútbol para reclutar nuevos guerrilleros es poco conocido. Pero así, cuenta Marcos *, fue como terminó en las filas de esta guerrilla a los 12 años. A pesar de que anduvo por la zona más caliente del conflicto, por los Llanos Orientales, Caquetá y Putumayo, en pocos combates estuvo, ya que su labor fue suplir a quienes estaban en el frente de ataque entregándoles víveres o medicina. Su vida dio un giro de 180 grados hace ocho años, cuando dejó las armas y decidió luchar por su futuro. Hoy es técnico en electricidad residencial del Sena y trabaja en proyectos de energía renovable de paneles solares.
Un hombre llamado Gabriel, según Marcos, el encargado de armar los torneos de fútbol para reclutar a más de 200 jóvenes de los colegios de la región, fue quien le metió miedo de la amenaza paramilitar que lo rodeaba y le propuso meterse en el monte a “raspar” coca. Pasó a las filas de la guerrilla, pero nunca le tocó enfrentar al Ejército hasta 2006, cuando le dijeron que no podía ganarse la vida así de fácil en las Farc. El único día que Marcos estuvo en un combate le dispararon en el abdomen. Esa desafortunada situación fue la que le permitió dar el paso para desmovilizarse.
Hoy, a sus 31 años, recuerda que en esa época, a finales de los 90, quien empezara a ayudar en pequeñas cosas a las Farc, como cargar camiones con víveres, no se podía salir. A los 16 años lo enviaron a un campamento para comenzar la instrucción militar. Era plena época del proceso de paz del expresidente Andrés Pastrana y Marcos estaba en la zona de distensión. “Por todo lo sancionaban a uno. Cuando uno entra se restringe todo, el reglamento es duro. En ese momento muere uno”, señaló el hombre que hoy tiene una esposa y una hija de tres años.
Marcos se desmovilizó en octubre de 2007. A los seis meses de haber quedado herido escapó. Lo hizo el día que su comandante, a pesar de que no estaba recuperado, lo mandó a patrullar. Según él, por oponerse en un consejo de guerra a que tres de sus compañeros fueran fusilados por intentar escapar. “Me tocó el turno de la noche y estaba decidido a huir o que me mataran. Me dieron el ‘batazo’ (oportunidad). Esa noche una patrulla del Ejército, que no vi, pasó cerca del sector y todos se fueron. El comandante de mi compañía dijo a los jefes que ‘el novillo que se había escapado ya lo habían matado’. Mentiras, pero eso me permitió llegar a la estación de Policía de un pueblo. Fue al segundo intento, en la madrugada, que me decidí a entregarme por el miedo que me daba ser capturado o asesinado.
Ahí comenzó su trabajo con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR). Estuvo más de ocho meses en una casa de paz, recibiendo ayuda psicosocial. Eran otras épocas, antes de que el programa cambiara su modelo asistencialista y obligara a los desmovilizados a tener voluntad de reinserción. Junto a un amigo de la casa de paz decidió tomar su propio rumbo, se estableció en Bogotá y comenzó a trabajar en una construcción. Según Marcos, la ACR siempre estuvo pendiente de que estuviera laborando.
Marcos a la vez terminaba sus estudios de primaria y bachillerato. En el colegio conoció a otro desmovilizado, un paramilitar del bloque Centauros que le propuso que se fueran a trabajar a un centro comercial. “Siempre mantuve oculta mi identidad como guerrillero”, dice Marcos, por miedo al rechazo. Su jefe se enteró del pasado de ambos. Pero, al contrario del consejo que le había dado un conocido de la Policía, se la jugó por los dos amigos y durante cinco años les dio trabajo. Les pagaban $18.000 el día.
Marcos tomó la decisión de dar el siguiente paso en el proceso de reintegración de la ACR: estudiar. Le pagaban por realizar el curso técnico de electricidad en el Sena y, además, consiguió nuevos contactos que lo llevaron a trabajar en una firma de ingenieros. Hace tres meses terminó su contrato, pero lo siguen llamando. Así es él, con una voluntad de superar cada obstáculo y seguir subiendo escalones hasta llegar a su objetivo, que es constituir una empresa propia para reparaciones eléctricas en casas domésticas y a la vez poder emplear a otros desmovilizados.
Ahora tiene dos proyectos. El primero, con un ingeniero que dirige una asociación de eléctricos en el país para obtener más experiencia. Y el segundo, con un profesor, aprendiendo nuevos temas sobre energías renovables. En la ARC consideran que Marcos es un caso de éxito y superación. Y es que no sólo él logró lo que soñaba mientras estaba en la selva, una esposa -quien trabaja en empresas de venta directa por catálogos-, una hija y un trabajo rentable, sino que ahora ayuda a su madre a consolidar un negocio de venta de arepas cerca de Villavicencio.
“Nunca pensé en dejar tirado todo, porque quiero salir adelante gracias a la ACR. A mi esposa la conocí hace seis años cuando trabajaba con un overol amarillo y me decía pollito. Siempre hay dificultades al principio, como tener plata para la comida al principio, pero siempre he tenido voluntad. La idea de crear una empresa es decirles a los demás que sí se puede. No quedarse como una víctima”, sentenció Marcos.
* Nombre cambiado para proteger a la fuente.