
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El diálogo y el debate en Colombia están maleados por la polarización. Esta disposición anula cualquier posibilidad de comprender al antípoda. El problema no es que haya personas en orillas opuestas o que exista divergencia en el pensamiento, el problema radica en que la polarización no permite sondear al otro. Se busca que nuestra identidad se construya por antinomia, con base en categorías simplistas, que distorsionan atributos y mistifican diferencias entre “ellos y nosotros”.
La polarización se alimenta del miedo y del odio, es voraz y destructiva. Suprime la posibilidad de establecer matices, de entender qué es lo que tanto disgusta o de acercarse a otra persona para entender por qué piensa diferente. La polarización conduce a interpretar el mundo sin entenderlo, y se procede con base en el miedo al otro y el rechazo a un mal conjeturado, siempre exagerado.
Los grises no son parte de la ecuación. Todo se pinta en blanco y negro para que las cosas parezcan simples, para que la gente tome partido, para que la divergencia se erija en un campo de batalla entre extremos: los buenos y los malos, los derechos y los siniestros o los amigos y los enemigos.
La polarización va de la mano de la construcción del enemigo: un proceso calculado que fabrica un objeto simplificado de odio para generar miedo. Mediante la utilización de estereotipos y la fabricación de historias se erige una figura que evoca desconfianza total y permite que todo lo malo se asocie con su imagen. En Colombia, cada polo tiene su demonio: hoy son Petro y Uribe, antes eran otros.
La polarización no solo marca un tono, sino que estructura las interacciones sociales. Su irradiación ha llegado a tal punto, que quienes la fabricaron, hoy se quejan de padecerla, y quienes la padecieron hoy la conquistan y la usan para atacar al otro. Estamos sumidos en una espiral de sentimientos primitivos, atrapados entre gritos y sorderas.
El fomento de la polarización es un recurso político antiquísimo que, en los últimos años, ha sido amplificado. Emporios propagandísticos, especialmente versados en el uso de redes sociales, explotan la polarización para ganancia comercial y política. Como es mucho más fácil emocionar hacia la acción mediante el odio y el temor que mediante el conocimiento y la compasión, el debate racional y sustentado está secuestrado. Hemos quedado pegados del éxito de “emberracar” al pueblo como mecanismo de movilización.
La polarización carcome los espacios sociales, así como a las personas que los habitan. Entre más se extiende la polarización, más superficial se torna la manera de concebir los problemas y de hablar en las contiendas.
Combatir la polarización es tarea de todas; algunas personas, especialmente quienes ejercen el poder público y quienes influyen en la opinión pública, tienen la responsabilidad de promover valores de tolerancia, permitir el disentimiento y alterar las formas simplistas con las cuales se informa y se actúa sobre la realidad y se representan los conflictos.
Todas tenemos la tarea de no caer en la trampa de la provocación y de no acudir a la distorsión o la exageración al comunicar nuestros puntos de vista. Además, debemos hacer esto en un ambiente tendido por timadores profesionales que azuzarán más el fuego. Recuperar un espacio para el diálogo depende de que conscientemente desarmemos la polarización.
Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.