Liliana Lizarazo se apodera del atril y del discurso más conmovedor durante la ceremonia de reconocimiento de responsabilidad del Estado por el asesinato de su hijo, el grafitero Diego Becerra, asesinado en agosto de 2011 por el patrullero Wilmer Alarcón en Bogotá. Apenas lleva dos frases y capta con fuerza la atención de cientos de personas en el Parque del Renacimiento, incluido la del presidente Gustavo Petro y su ministro de Defensa, Iván Velásquez, quienes miran directo a una madre reconstruida en sus propios pedazos. Una madre que perdonó y que presencia cómo el alto gobierno agacha la cabeza en honor de su hijo. “Hoy cumplirías 29 años, Diego Felipe. Es un día para celebrar y poder decir, por ti, por tu vida y por tu honra, te cumplimos”, sentenció.
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En contexto: Diego Becerra: Colombia pide perdón a familia de grafitero asesinado por un policía
Lizarazo nombra a cada una de las personas que protagonizaron su propio capítulo de la búsqueda de justicia por Becerra, a quien balearon por pintar un graffiti en un puente de Suba en Bogotá. Reconoce a su esposo, Gustavo Trejos, quien desde el principio desmintió ese montaje de que la víctima era un ladrón del transporte público. Uniformados corruptos que pusieron un arma de fuego en la escena del crimen y que pagaron testigos para intentar hacerse fuertes ante la justicia. Lizarazo reconoce al exfiscal Eduardo Montealegre, en cuya administración se juzgó la patrullero Alarcón. Y agradece a los representantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), instancia en la que el Estado y la familia del joven llegaron a una solución amistosa.
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“La partida de mi hijo dejó un vacío que ninguna palabra puede llenar. Han sido años por un viaje de dolor y pérdida, explorando los rincones más profundos de la experiencia humana. Hemos tenido que explorar lo incomprensible y, paradójicamente, seguir adelante cuando el mundo parece haberse detenido. Hoy decimos con orgullo que dolió, que duele y que seguirá doliendo, pero lo que todos ustedes hicieron nos permiten decir que perdonamos. Bienvenida la paz”, concluye Lizarazo. Decenas de invitados aplauden. Amigos de la infancia de Becerra lloran. La pareja de esposos, Lizarazo y Trejos, reciben una placa conmemorativa por parte del alcalde encargado de Bogotá, José David Riveros, quien en su discurso olvidó dos veces la fecha del asesinato que los convoca. Lo abuchearon, por supuesto.
El ministro Velásquez fue quien aterrizó las disculpas del Estado a la realidad. A través de la negociación en la CIDH, al ministro se le ordenó la creación de una cátedra de juventud y arte urbano en el plan de estudios de la Policía e, incluso, premiar con una condecoración al uniformado que se destaque en el arte y el graffiti. Ese policía que domine la práctica será premiado con una distinción que llevará el nombre de Becerra, por hacer justamente lo que el patrullero Alarcón silenció con su arma de fuego hace 12 años. El general William Salamanca, director de la Policía, ofreció disculpas en nombre de la institución y purgó las culpas de antiguos superiores. Aseguró que garantizará la no repetición, pero esas palabras fueron un disparador para los asistentes, cuya relación con la Policía parece insalvable.
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“¡¿Cuál no repetición?!”, gritó desde su silla Nury Rojas, madre de la joven Angie Baquero, asesinada el 9 de septiembre de 2020, durante las protestas por la muerte de Javier Ordóñez. Ese proceso tiene en juicio hace dos años a un policía, al parecer, por haberse extralimitado en sus funciones. El Parque del Renacimiento recibió, además, a familiares de víctimas de crímenes atribuidos a policías, que deambulan cada tanto por los actos de reconocimiento y conmemoraciones haciendo de las victorias de unos, las de todos. Por ejemplo, asistieron familiares de Dilan Cruz, el joven asesinado en Bogotá en 2019. Familiares de los jóvenes asesinados en el llamado 9-S. Víctimas de lesiones oculares por el Esmad. Abogados que arriesgan su vida por defender a inocentes.
El presidente Petro fue el último en tomar la palabra durante la ceremonia. Agradeció el acompañamiento de la CIDH y resaltó el discurso de Lizarazo. Tanto así que retomó una idea de la madre de Becerra: que en Colombia la muerte es costumbre. “¿Es mejor Bogotá llena de gris? O una ciudad que se convierte en un lienzo artístico. Que en cualquier calle pueda hacer una galería. ¿Será mejor un individuo en medio del hierro y el cemento gris, o un individuo rodeado del arte? Diego Felipe, por sus cuadros, era un rebelde. Y las sociedades solo avanzan por los y las rebeldes. El presidente finalizó pidiéndole a Salamanca que sus policías estudien la Convención Americana y ofreciendo disculpas en nombre del Estado, dado que funcionarios públicos asesinaron y mancillaron el nombre de un joven diferente, que veía “multicolor en el gris de la ciudad”.
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En esta historia están pagando con cárcel el asesino y los encubridores. Todavía resta saber qué dirá la sobre el general (r) Francisco Patiño, comandante metropolitano en 2011, quien está en juicio por presuntamente conocer todo el plan corrupto para exculpar a sus hombres y hacer nada por frenarlo. Incluso, permitir la entrega de sobornos a testigos falsos que intentaron que la historia recordara a Becerra como un ladrón. Los culpables, al final, hicieron todo lo contrario. Hoy las principales calles de Bogotá viven el color del graffiti. El Gato Félix, la firma recurrente en las creaciones de Diego Felipe Becerra, parece haber quedado en perpetuidad en ese puente de Suba. Y en el cierre del evento, como el más preciso acto de reconciliación, artistas urbanos concluyeron un mural en compañía de uniformados, con el rostro, la familia, los colores y los símbolos de Diego Felipe Becerra.
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