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Era 1997, la primera vez que un hombre abiertamente gay, activista por los derechos de las minorías sexuales, hacía un reclamo que parecía contrario al del colectivo que visibilizaba: el derecho a la indiferencia. Era Manuel José Bermúdez Andrade, activista LGBTIQ+ y entonces candidato al Concejo de Medellín. “Yo no soy homosexual como un asunto privado, yo soy homosexual también como un asunto público, y ese asunto público hay que ponerlo en la escena de la política para poder que se converse”, contaba al respecto el 2 de junio del 2021 en un conversatorio virtual de la Universidad Nacional de Colombia. Su vida, marcada por el teatro, la escritura y un activismo que determinó todos sus propósitos, se esfumó por una decisión, quizá propia, según cuentan sus amigos. En 2024, según la Fiscalía, al menos tres personas LGBTIQ+ desaparecieron en Medellín (Antioquia) de las 35 en total a nivel nacional. Uno de ellos fue Manuel.
Ya se cumple un año sin él, aunque las fechas son difusas. El 31 de diciembre de 2023, Manuel publicó en Instagram un mensaje que evocaba fragmentos del vallenato “La miseria humana” de Lisandro Meza, acompañado de una imagen en la que aparecía con enormes alas de mariposa sobre un fondo desenfocado. Pero fue el 19 de enero de 2024 la última vez que lo vieron. Estuvo ese día en la Universidad de Antioquia, el mismo lugar donde se formó como comunicador social y periodista, y donde se dedicó a la enseñanza, principalmente de la expresión oral y corporal, durante más de 10 años. “Él fue una loca ruidosa toda la vida, adentro y afuera de la UdeA”, cuenta César Alzate, periodista y uno de sus amigos más cercanos, también docente de esa institución. En este contexto, a Manuel se le notificó un nuevo contrato para iniciar labores el 11 de marzo, tras concluir su labor del semestre anterior el 22 de febrero. Sin embargo, él nunca firmó ni respondió, lo que llevó a la institución a buscar a otro docente.
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Casi dos meses después, el 17 de abril, se difundió la noticia de que su cuerpo había sido hallado en estado de descomposición y que reposaba en la morgue de la capital antioqueña, lo que generó interrogantes sobre la gestión institucional y la demora en la identificación. Las autoridades lo encontraron el 9 de marzo de 2024, a orillas del río Medellín, en Santo Domingo (Antioquia). A veces, él salía de viaje y no avisaba. Por eso, permaneció en Medicina Legal por más de un mes sin ser reconocido, sin que nadie preguntara por su ubicación, sin que nadie lo buscara.
Incluso, la mañana del 18 de abril, el presidente Gustavo Petro le solicitó a la Fiscalía, a través de un mensaje de X, que investigara el presunto asesinato del líder. Por esta razón, a finales de mayo, cuatro meses después de la desaparición, y tras las primeras indagaciones, el cuerpo de Manuel finalmente fue inhumado en un cementerio. No obstante, el proceso de investigación sigue en una etapa inicial de indagación y recolección de pruebas, y hasta la fecha no se han vinculado formalmente a ninguna persona con su muerte. Según cifras de la Fiscalía, durante 2024 se registraron 35 homicidios y feminicidios de personas LGBTIQ+ a nivel nacional, de los cuales 19 ocurrieron en Antioquia. Sin embargo, estos datos no implican de manera directa una relación con el caso de Manuel, dejando abiertas múltiples interrogantes sobre las circunstancias exactas de su fallecimiento.
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Aunque hay quienes se preguntan por un aparente suicidio. “Todo lo que ha sucedido, todo lo que hemos hablado y su personalidad, me llevan a la idea de pensar en que ese man se mató. Yo nunca esperé que Manuel fuera a aparecer vivo”, es lo que cree su amigo César. No hacer ruido fue una decisión. El silencio se quedó entre sus más cercanos como una forma de respeto a cualquiera que fuese su voluntad. Esperaron, dolorosamente, a que volviera o a que llegara la peor de las noticias. “Yo me imagino que se fue y se mató”, piensa también Nora Bermúdez, una de sus sobrinas más queridas. La indiferencia de amigos y familia para hacer pública su desaparición o de buscarlo de forma mediática, fue un último gesto de respeto a sus decisiones, a sus propósitos, a sus luchas. “Yo creía, sinceramente y lo sigo creyendo, que para Manuel lo mejor en ese momento era el silencio”, añade César.
Su muerte, al igual que sus mayores decisiones en vida, fue un aparente reclamo de dignidad e indiferencia. Desde 1997, Manuel José Bermúdez Andrade se destacó como un activista que buscaba que la vida privada no fuera forzada a encajar en narrativas públicas. Con el derecho a la indiferencia se refería a la idea de que el avance de la sociedad debería apuntar a particularidades de la individualidad del otro que no deberían preocuparnos, como el color de piel, el estrato social o con quién se acuesta cada quien. Y fue esa misma revolución que llevó al paso de su muerte silenciosa, tan indiferente y desapercibida en lo público, como si morir en silencio también hubiera sido una parte de sus luchas. “Yo no represento a nadie”, puntualizaba con su alto tono y alegre de voz en un discurso ante el Concejo de Medellín cuando lo reconocieron con la Orden al Mérito Juan del Corral. “Soy un marica más”, decía en ese evento y en cada lugar donde podía nombrarse.
No era el único de aquellos que lucharon por los derechos de las minorías sexuales y lo repetía. Antes que él, el personaje más visible fue León Zuleta, un estudiante de filosofía antioqueño, quien lideró la creación del primer grupo de encuentro por la liberación de los gays en Colombia, marcando un hito en la revolución homosexual del país. Luego vinieron otros como Manuel Velandia, el primer homosexual reconocido como víctima del conflicto armado; y por supuesto, Manuel Bermúdez, uno de los primeros en impulsar el matrimonio con una pareja del mismo sexo desde el año 2000; en consolidar una relación poliamorosa reconocida por la ley en 2017 y en haber luchado por el acceso de familias como esta a beneficios de la pensión de viudez en 2022. De esta manera, construyó una vida que defendió la autenticidad y el amor multiplicado.
A finales de enero de 2024, familiares y amigos se enteraron a través de Facebook que Manuel había terminado su relación sentimental con sus parejas, con quienes compartió 24 años. Este acontecimiento personal intensificó la sensación de aislamiento que rodeó sus últimos momentos, según cuentan sus más cercanos, reforzando la idea del derecho a la indiferencia que siempre defendió. Ahora, en redes sociales como YouTube reposan videos de sus propios logros, de entrevistas y reflexiones que ilustran un poco lo que fue “el ciudadano gay de Medellín”, como se autodenominaba o “Maricadas que uno piensa”, el blog en el que Manuel publicaba sus columnas, críticas y profundas preguntas sobre la experiencia homosexual en Colombia. Así, su legado trasciende a sus logros legales: es también un recordatorio de la fuerza que implica desafiar las normas del amor y luchar por una sociedad en la que todas las decisiones, desde la identidad hasta de la muerte, sean respetadas.
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Por Valentina Arango Correa
