El expediente de dos feminicidios aberrantes: una niña y su abuela

El día que el país conoció la impactante confesión de Yhonier Leal, quien admitió ser el asesino de su hermano y su mamá, los habitantes del municipio de Colón (Nariño), estaban conmocionados, pero por cuenta de un crimen —tanto o más atroz— que tuvo lugar allí, el cual fue esclarecido gracias a una investigación contundente de la Fiscalía. El caso, que pasó de agache para los medios nacionales, amerita ser revisado, pues todo apunta a que el responsable ha ejecutado otros ataques contra mujeres que por temor no lo han denunciado.

El día que el país conoció la impactante confesión de Yhonier Leal, quien admitió ser el asesino de su hermano y su mamá, los habitantes del municipio de Colón (Nariño), estaban conmocionados, pero por cuenta de un crimen —tanto o más atroz— que tuvo lugar allí, el cual fue esclarecido gracias a una investigación contundente de la Fiscalía. El caso, que pasó de agache para los medios nacionales, amerita ser revisado, pues todo apunta a que el responsable ha ejecutado otros ataques contra mujeres que por temor no lo han denunciado.

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Se trata de Edison Esneider Buitrón Cerón, de 32 años, quien acaba de ser condenado a la pena de 46 años de cárcel por doble feminicidio agravado y acceso carnal violento agravado. Los escalofriantes hechos ocurrieron el 23 de octubre de 2020. Hacia las 3 de la tarde, como era usual, Yennifer Alexandra, una niña de nueve años, y su abuela María Gabina Gaviria, de 77, salieron de su casa en la vereda Villanueva para recoger leña y algo de yerba.

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En la humilde casa se quedó solo el abuelo, un campesino de ochenta años, llamado Jeremías Ortega Gil. Allí llegó un desconocido haciéndose el extraviado y le preguntó por dónde encontraba la carretera. El anciano le explicó, pero el hombre fue hacia el otro lado, “cogió el camino hacia la quebrada”. Llevaba una botella de gaseosa que luego sería clave. Al caer la tarde empezó la preocupación, porque no aparecía la niña ni su abuela. Los vecinos ayudaron a buscarlas y hacia las 6:30 p.m. encontraron a Gabina inconsciente y con graves heridas. Estaba tendida junto a la quebrada. Y en otro punto, a cierta distancia, evidentemente ultrajada y prácticamente flotando, encontraron a la niña.

En dos motos las sacaron del lugar. Aunque la menor ya no tenía signos vitales, la llevaron de urgencia al centro de salud Buena Esperanza de Villanueva, y a la abuelita al hospital de La Unión. Gabina estuvo tres días en cuidados críticos y falleció sin poder narrar lo ocurrido. Pero el fiscal a cargo logró reconstruir los hechos.

Los investigadores encontraron rastros de piel en las uñas de la niña. Y en el lugar de los hechos hallaron el envase plástico aún con gaseosa. Esos elementos fueron enviados al laboratorio de ADN en Bogotá, y se adelantaron entrevistas con los moradores. Así se pudo elaborar un retrato hablado del desconocido y, con esa imagen, se estableció que el sujeto era, probablemente, un habitante de la vereda Las Lajas.

Un vecino de las víctimas aseguró que se habían encontrado con el sujeto desconocido que llevaba una botella de gaseosa y que le dijo que iba “a cazar al monte”. Y otro declaró: “Yo venía de coger café y vi un señor que salía de un camino que poco se usa, él traía los zapatos y gran parte del pantalón mojados. Estaba como revolcado”. Luego, confirmó que el retrato hablado coincidía con el rostro del sujeto.

Entretanto, crecía la indignación y el miedo de la comunidad. El fiscal general, Francisco Barbosa, calificó el doble crimen de “horrendo y salvaje”. Efectivamente, fue una atrocidad como no se ha visto en el país de las peores atrocidades. El agresor atacó primero a la abuela, la redujo golpeándola con un elemento contundente en el rostro y la cabeza hasta dejarla inconsciente; luego fue por la niña.

Según la necropsia, antes de morir, la menor fue golpeada, arrastrada, tuvo decenas de fracturas y desgarramientos. Fue violada con múltiples penetraciones, y Buitrón Cerón le introdujo una piedra de tamaño superior. Al final, la estranguló. Una vejación sexual con conjunto de maniobras que implicaron “dolores y sufrimientos intensos”, concluyó Medicina Legal. Un proceder premeditado y una brutalidad bárbara, lo que indicarían que no era la primera vez del criminal.

La fuga del criminal

Era crucial actuar cuanto antes. Así lo hizo el fiscal a cargo, Andrés Fajardo, según se lee en el expediente en poder del Juzgado Promiscuo del Circuito de La Cruz (Nariño). El investigador indagó por el sospechoso al que se refería la comunidad y encontró que se trataba de un delincuente con trayectoria. Era Edison Buitrón y en su prontuario figuraba una condena por homicidio agravado y tráfico de estupefacciones y de armas. De hecho, el sujeto debía estar en detención domiciliaria, medida que constantemente burlaba, pues era común verlo paseando en su moto, de vereda en vereda, reveló la investigación.

Para ganar tiempo, el fiscal coordinó a los agentes de policía judicial para capturar en flagrancia a Buitrón por el delito de fuga de presos. Aunque ya estaba huyendo, lograron detenerlo un mes después del doble crimen. Con esa estrategia, el funcionario logró asegurar tras las rejas al sospechoso, mientras avanzaban los complejos cotejos de ADN. Finalmente, los dictámenes llegaron. Era la prueba reina. El ADN de Buitrón era el mismo hallado en las uñas de la niña y en la gaseosa que varias personas le habían visto comprar en una tienda del pueblo. Él era el asesino, pero las cosas no resultaron tan fáciles.

Cuando las audiencias preparatorias por el doble feminicidio avanzaban, Buitrón estaba recluido en la estación de Policía del municipio de Gualmatán, ya que el Inpec no le encontró cupo en una cárcel (un absurdo teniendo en cuenta que lo habían recapturado por fuga de presos). Y el 21 de mayo de 2021 una vez más lo hizo: se voló. El fiscal a cargo temió que esta vez lograra saltar a Ecuador y actuó con astucia. Cercó el camino divulgando en medios digitales la foto de Buitrón y su implicación en el espeluznante crimen. La estrategia funcionó. Dos días después, un ciudadano llamó a la Policía y señaló un lugar concreto. De inmediato acudieron y encontraron a Buitrón atado de pies y manos, con algunos moretones. Estaba en la vía que conduce de Ipiales a Aldana, a escasos metros de la línea fronteriza.

Finalmente, la Fiscalía logró exponer las demoledoras evidencias. Este, al verse perdido —tal como Yhonier Leal— aceptó los cargos y se acogió a sentencia anticipada. El veredicto se conoció el pasado 25 de febrero. Buitrón deberá estar en la cárcel 45,6 años, sin beneficio alguno, por el crimen atroz de la pequeña Yennifer y su abuela. La investigación apunta a que ellas no fueron víctimas de ocasión, sino que Buitrón actuó premeditadamente. Quizá las merodeaba de tiempo atrás, como lo explicó el fiscal del caso ante el juez, pues se desplazó en moto desde otra vereda por cerca de 40 minutos. Y una vez estuvo en Villanueva observó el entorno, compró la gaseosa y se dirigió a la casa de la niña para constatar que allí solo estaba el abuelo. Además, al adentrarse en el sendero, le dijo a un poblador que “estaba de cacería”, lo que más que una explicación sería la confesión en clave de un asesino en vísperas de atacar.

Parecía que todo había terminado, pero a raíz del revuelo que produjo el caso en Nariño, han aparecido mujeres que dicen también haber sido víctimas. Las autoridades ya tienen noticia de al menos otro caso doble: dos hermanas quienes asegura que hace diez años fueron violadas por Buitrón. Este las habría atacado cuando caminaban por un sendero de una vereda a otra. Por el trauma y el miedo nunca habían denunciado.

En Villanueva y en otros sectores cercanos, el sentir de la población es que, por la memoria de las víctimas fatales y las sobrevivientes, la administración de justicia esta vez sí debe asegurarse de que Buitrón pague por sus delitos. Piden, además, que las investigaciones pendientes avancen hasta develar el rastro completo de su barbarie.