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Héctor Giraldo Gálvez dedicó sus últimos años de vida a la búsqueda de la verdad en el caso por el magnicidio de Guillermo Cano, una lucha incansable que finalmente le costó la vida. Con la pasión propia del investigador periodístico que fue, se consagró a indagar y a recolectar las pruebas que pudieran sustentar su tesis: la mano del jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, estuvo detrás de la muerte de don Guillermo. La familia del director de El Espectador le había entregado a Giraldo Gálvez su representación en el proceso penal que se adelantaba por el caso Cano y, además, le pedía constantemente consejo en temas jurídicos relacionados con el periódico. (Vea el video: Héctor Giraldo el periodista que aclaró el crimen de Guillermo Cano)
A las nueve y diez de la mañana del jueves 29 de marzo de 1989, cuando se desplazaba en su vehículo Renault blanco de placas LY -7509, justamente rumbo al juzgado donde se instruía la investigación por el crimen de Cano, a la altura de la calle 72 con carrera 24 Héctor Giraldo fue asesinado a balazos por dos sicarios que se movilizaban en una motocicleta roja. “Agoniza la libertad de prensa”, fue el titular de El Espectador al día siguiente.
Nacido en el municipio de Fresno (Tolima), desde muy joven Héctor Giraldo vivió en Bogotá, donde se hizo abogado de la Universidad Nacional. Realizó su práctica profesional en un juzgado del puerto de Barrancabermeja (Santander), y no solo prosperó en el derecho sino que se volvió un osado deportista para la práctica del esquí acuático. Fue en esas vueltas de la vida cuando conoció a Nora Bergsneider, quien trabajaba en Intercol, hoy conocida como Ecopetrol.
Fue a comienzos de los años 60. Por esos días se adelantaba en Barrancabermeja la fiesta del petróleo y en uno de los actos de celebración, protagonizado por un grupo de esquiadores, participaba el joven Héctor Giraldo. "Me invitaron a la ciénaga San Silvestre, un lugar hermoso. La idea era esquiar aunque nunca lo había hecho. Héctor estaba allí", recuerda hoy Nora Bergsneider, quien desde ese día se volvió deportista náutica y tres meses después empezó a salir con el abogado tolimense.
Primero fue amistad, después amor y dos años después decidieron casarse. "El esquí fue el responsable de nuestros tres hijos", insiste Nora, una mujer de profundos ojos azules , con impecable porte de dama que conserva intacto a sus 80 años.
Aunque eran felices en Barrancabermeja y la condición de campeón nacional de esquí hacía de Héctor un personaje reconocido y de futuro, la decisión mutua fue asentar el hogar en Bogotá, donde una rápida propuesta de trabajo les cambió la vida.
Héctor Giraldo entró a trabajar en el diario El Espectador el 13 de septiembre de 1965 con el cargo de asesor jurídico, sin embargo, antes de lo pensado se integró a la redacción, primero como columnista y con el tiempo apoyando la unidad investigativa que creó Guillermo Cano. Asimismo hizo parte de la junta directiva del periódico. "Era abogado de profesión y escritor de corazón", dice su viuda. “Siempre estaba leyendo o escribiendo. Era ordenado y curioso, no podía quedarse quieto".
Con gran destreza y particularidad Giraldo Gálvez logró combinar el periodismo con el derecho, buscando la manera más sencilla de explicar al ciudadano temas jurídicos que sólo entendían los abogados. Una muestra de ello fue su personaje "Chucho Pérez, un ciudadano ejemplar", protagonista de una serie que se publicó en El Espectador en 1980, con motivo de la expedición del nuevo Código Penal. "Chucho Pérez" también fue protagonista del canal educativo de entonces (el 11), como una expresión de la faceta más creativa de Giraldo.
En la versión impresa de la serie, "Héctor escribía los textos y Álvaro Donado hacía las ilustraciones", recuerda Mauricio Giraldo, uno de sus hijos. El proyecto fue galardonado en 1982 por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIC) que le otorgó el premio Mergenthaler por su “valor excepcional”. Dos años después, Giraldo y el equipo de investigación de El Espectador (llamado Afaire) fueron premiados por el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), por un juicioso trabajo en el que se documentó la crisis financiera causada por el Grupo Grancolombiano y otros.
Aquellos informes del grupo investigativo pusieron a tambalear la economía del diario por la asfixia publicitaria que intentaron desatar los implicados en el escándalo. Pero el periódico no se detuvo y a punta de credibilidad estabilizó su rumbo. Casi enseguida vino la nueva cruzada de Guillermo Cano: su lucha contra el narcotráfico, que primero desarrolló en solitario desde su columna de opinión “Libreta de Apuntes”, y después fortaleció como una empresa colectiva del periódico de la que hacía parte, como uno de sus baluartes, el periodista Héctor Giraldo.
Pero la lucha de don Guillermo despertó la ira de la mafia, especialmente la del Cartel de Medellín, y el 17 de diciembre de 1986 cayó víctima de las balas asesinas de los sicarios pagados por el narcotráfico.
El hecho fue catalogado como un grave atentado contra la libertad de expresión, además de ser un duro golpe para El Espectador y por supuesto para Héctor Giraldo. Así lo rememora con asomo de tristeza Nora Bergsneider. “Nunca lo volví a ver como ese día. Estaba deshecho. La única forma de reponerse fue saber que la familia del director del periódico le confiaba ser su apoderado en la investigación judicial por el magnicidio”, asegura.
Por eso, desde el primer día se puso como objetivo principal no permitir que el caso quedara en la impunidad y demostrar la autoría del cartel de Medellín en el asesinato de su jefe y amigo. "Escarbaba como gallina, investigaba, leía, acumulaba pruebas. Nunca nos contó que estaba metido en esta tarea, siempre alejó el trabajo de la casa", recuerda Alberto Giraldo, su segundo hijo.
Con la ayuda de la jueza Consuelo Sánchez Durán, encargada de la investigación judicial, poco a poco fue aportando pistas determinantes para demostrar la responsabilidad de Escobar Gaviria y sus sicarios. Fue así como logró dar con la cuenta bancaria desde la cual se giró el dinero para pagar la moto en la que se movilizaron los sicarios que dispararon contra don Guillermo. Ese fue el punto de partida para desenredar la madeja financiera del capo y sus aliados en el negocio. Todos los días recorría varios bancos tratando de recopilar información y se volvió un visitante tan frecuente y conocido que logró que un día un empleado de una sucursal bancaria le entregara un papel con un número de cuenta. Un dato excepcional que le permitió ratificar sus informaciones.
Cuando todos en su casa se enteraron de su empresa personal, decidió llevarse el material a su biblioteca. "Hasta le ayudamos a ordenar los cheques", dice su hijo Alberto. De su puño y letra, el periodista y abogado fue desagregando una lista de 10 a 15 páginas que le dio solidez a sus pruebas. Su ayuda fue clave para que el 24 de agosto de 1988 la jueza de Instrucción Criminal Consuelo Sánchez emitiera resolución acusatoria contra Pablo Escobar Gaviria y sus secuaces por el asesinato de Guillermo.
La imputación fue apelada por abogados cercanos a Escobar y pasó al despacho del magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, Carlos Ernesto Valencia García. En ese proceso los alegatos y memoriales de Héctor Giraldo fueron esenciales para que la corporación judicial confirmara la resolución acusatoria. En la mira de la justicia quedaron el capo Pablo Escobar, dos de sus sicarios de cabecera David Ricardo Prisco y Norbey de Jesús Alvarán, y el individuo que aportó el dinero para consumar el magnicidio, el prestamista Luis Carlos Molina Yepes.
Sin mucha pesquisa, la organización de Escobar detectó el papel que cumplía Héctor Giraldo y la forma en la que aportaba pistas para la resolución del caso. Esa fue la razón por la cual ordenó asesinarlo a través de un plan que contó con una rápida labor de inteligencia y que finalmente se consumó en la mañana del 29 de marzo de 1989. "Ese día le dije que se quedara un rato más, me hizo caso, pero salió diciendo que por mi culpa iba a llegar tarde al juzgado", refiere Nora Bergsneider. Había sujetos extraños en la calle cuando partió, pero nadie sospechó que lo estuvieran siguiendo.
Horas después del asesinato de Giraldo, el entonces presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, Manuel J Jiménez, envió al presidente Virgilio Barco una carta de protesta. Pero en ese tiempo corrían ríos de sangre en Colombia, el poder terrorista de Escobar carecía de límites, y el caso quedó en la impunidad, como todos los demás asociados a la campaña sistemática de violencia que desató el jefe del cartel de Medellín contra el periódico El Espectador.
"Teníamos planeado un viaje a Italia en esos días, pero el narcotráfico lo frustró”, indica Nora, quien desde el momento en que conoció la noticia decidió no sumirse en la tristeza y más bien recordar a Héctor Giraldo repasando con deleite los 32 años que vivió a su lado. Ni siquiera quiso ver su cuerpo sin vida. Sus tres hijos Carlos, Alberto y Mauricio, para la época ya profesionales, siguieron adelante con sus vidas, siempre resaltando el ejemplo de cumplimiento del deber que les inculcó su padre.
El asesinato de Héctor Giraldo Gálvez, dos años y tres meses después del crimen de Guillermo Cano, dejó huérfano el expediente que pretendía aclarar la muerte violenta del director de El Espectador. Seis meses después, el narcoterrorismo detonó un camión bomba contra las instalaciones del periódico y en octubre la mafia acribilló a los gerentes administrativo y de circulación en Medellín. Esa racha asesina, sumada a otros cuantos crímenes de la misma índole, quedó en la impunidad, incluyendo la investigación por el crimen del consagrado abogado y periodista.