El 25 de mayo de 2000, la periodista Jineth Bedoya Lima fue secuestrada a la salida de la cárcel La Modelo de Bogotá. La reportera cumplía labores investigativas para El Espectador, en donde adelantaba un reportaje sobre la guerra interna entre guerrilleros y paramilitares presos en ese penal. Tras su retención, Bedoya fue torturada y violada por paramilitares que tenían un mensaje claro: callar y detener sus investigaciones como periodista. Diez horas después, fue abandonada en la vía de Bogotá a Villavicencio. Desde ese momento, Bedoya comenzó una lucha para obtener justicia y visibilizar hechos de violencia sexual que pueden sufrir mujeres y periodistas en medio de su trabajo.
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Este domingo 25 de mayo se conmemoran 25 años de los hechos. “Este es un aniversario en silencio”. Así lo definió una de sus abogada, Viviana Krsticevic, directora ejecutiva del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil). El pasado 28 de abril, Bedoya desistió de la investigación que adelanta la Fiscalía, pues aunque una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) condenó a Colombia en 2021 por su crimen y ordenó repararla, hasta ahora nada se ha cumplido. “La impunidad sigue y en el caso de ella es inaceptable”, señaló Krsticevic, quien resalta que aunque Bedoya decidió dar un paso al lado, la obligación del Estado de esclarecer el crimen ocurrido hace 25 años sigue vigente.
¿Qué opina de la decisión de Jineth Bedoya de renunciar a la investigación de la Fiscalía?
Creemos que la decisión de Jineth es muy valiosa y respetable. En Colombia, y en muchos países de la región, se espera que sean las propias víctimas quienes avancen con la investigación de sus casos. Que sean ellas las que estén dispuestas una y otra vez a dar testimonios revictimizantes sobre lo que ya debería investigar la Fiscalía en profundidad, sobre la base de un único testimonio. En este caso, Jineth no dice que no quiere justicia. El Estado tiene una obligación, bajo la Constitución y el Derecho Internacional de hacer justicia. Lo que ella no está dispuesta es a seguir siendo revictimizada y a seguir liderando esos procesos. Entonces, la expectativa no es que no haya justicia, sino que la Fiscalía y la judicatura la hagan.
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¿Qué debe aprender Colombia y el mundo de esta decisión? ¿Qué nos dice también sobre cómo avanza la justicia?
Sin justicia para las víctimas, no hay derechos humanos, no hay Estado de derecho y no hay democracia. Necesitamos, para hacer realidad los derechos, que cuando estos sean violados haya una respuesta efectiva por parte del aparato del Estado. Parte de eso es que haya una investigación diligente de este tipo de crímenes. Desgraciadamente, todavía falta mucho camino por recorrer en Colombia. Se han dado pasos importantes, avances y muchas personas están vinculadas a la búsqueda de justicia en distintas instituciones, pero los resultados no son óptimos. En el caso específico de Jineth, uno de los casos más paradigmáticos, violentos e importantes del país, si esta es una vara para medir qué es lo que pueda hacer la administración de justicia, la verdad es que es desconsolador.
¿Qué significa para ustedes acompañar a una mujer como Bedoya que nunca ha dejado de hablar, incluso cuando el país prefería el silencio?
El litigio del caso de Jineth transformó el país. Permitió que se hablara de cosas que no se hacían en público, que se hablara con la cara destapada para explicar el horror, pero también para soñar juntos, para pensar en cuáles son las medidas que tiene que tomar el Estado para dar vuelta a la página. Con su trabajo, nos transformó a todas las personas que hemos tenido la posibilidad de acompañarla en este camino. Jineth podría haber sido mucho más recatada y superar este trauma en silencio, pero ella se puso como meta que esto no vuelva a pasar. Más que justicia para ella, quiso reformas estructurales para dar respuesta a los patrones de violencia contra periodistas y contra las mujeres víctimas de violencia sexual en el país y en el mundo.
¿Cómo se han materializado esas reformas que al final son una orden de la sentencia de la Corte IDH?
Especialmente, creo que el centro “No es hora de callar” logró algo sin precedente: el primer Centro de Memoria e Investigación sobre violencia sexual, no solo en Colombia, sino a nivel mundial. Jineth quería un espacio para que las mujeres se encuentren y se transformen. Finalmente, las abogadas somos traductoras jurídicas de los deseos de las personas que acompañamos. El sueño de Jineth era inmenso. Nosotros tratamos de hacer lo mejor posible. Pensar que uno logra tantas cosas en el papel y que algunas empiezan a movilizar algunos procesos, pero que hay tantas otras que quedan paralizadas y que han pasado 25 años, debe ser muy duro también.
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Y a pesar de tantos años de impunidad, ¿cuál ha sido el valor de la lucha de Bedoya en temas de derechos de las mujeres? ¿Qué cambios ha logrado?
Creo una de las grandes contribuciones de la lucha de Jineth es no hacernos indiferentes frente a la violencia sexual contra las mujeres. Jineth fue fundamental en ese cambio de narrativa. También en cambios políticos y de acciones y omisiones por agentes del Estado. Antes de que Jineth lograra un debate tan robusto sobre estos temas, en muchos países de nuestra región esos eran asuntos que se conocían, pero que había muchas dificultades para posicionarlos públicamente por el estigma. Especialmente porque son muy difíciles de probar y de litigar. Tener esa capacidad de discutir públicamente los temas es algo que genera cambios importantísimos para la manera en la que se construyen las políticas públicas y cómo la sociedad también puede acompañar parte de estos procesos.
Que en este aniversario Jineth Bedoya desista de participar en la investigación, ¿qué mensaje envía al mundo y a las instituciones que se supone deben brindar justicia?
Creo que es un mensaje muy duro para la administración de justicia, pero también es un mensaje que tiene que generar una respuesta de las autoridades. Hay momentos en los que las personas tienen que cuidarse y no siempre tienen que hacer las mismas cosas. Es un mensaje de autoprotección de Jineth, de decir: “Bueno, hasta acá llego con este tema. He pasado todos estos años tratando de hacer justicia y he llegado al límite de mis capacidades individuales”. Es ahora el turno de la administración de justicia de demostrar que va a ser posible concretar esas obligaciones que tiene bajo la Constitución y bajo el Derecho Internacional.
Si tuviera que definir en una palabra el legado de Jineth Bedoya, ¿cuál sería y por qué?
Transformador. Otra palabra con la que la asocio es dignidad. Su legado es profundamente digno y transformador porque generó cambios importantísimos en la visibilización de las dificultades que tienen las y los periodistas en el ejercicio de su oficio. Su lucha también nos da objetivos claros, concretos e imprescindibles como el Centro de Memoria. Es un ejemplo para América Latina donde ha habido muchas situaciones de abusos contra periodistas. Pero también para el mundo, porque todavía hoy vemos la persistencia del uso de la violencia sexual como una herramienta de guerra para destruir tejido social y para silenciar a los y las que denuncian lo que está mal, como Jineth.
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