Jineth Bedoya, la prueba de que no es hora de callar

La periodista Jineth Bedoya y su madre, Luz Nelly Lima, fueron reconocidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en una histórica sentencia que reivindica la lucha contra la violencia sexual y a favor del periodismo libre.

05 de diciembre de 2021 - 02:00 a. m.
Luz Nelly Lima y  su hija Jineth Bedoya
Luz Nelly Lima y su hija Jineth Bedoya
Foto: Óscar Pérez

“No sentí alegría, únicamente descanso por ella. Ahora hay que esperar que lo anunciado se cumpla”. Lo expresa con serenidad Luz Nelly Lima y habla también por su hija Jineth Bedoya. Ambas fueron reparadas judicialmente por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) el pasado 18 de octubre, al encontrar al Estado colombiano responsable de haber ignorado sus reclamos de justicia durante más de dos décadas. Una decisión histórica que, como lo resaltó ese día la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), marcó una hoja de ruta no solo para ellas como víctimas, sino que avanzó significativamente en la protección de las mujeres periodistas y en el acceso a la justicia para mujeres afectadas por hechos de violencia sexual.

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Jineth Bedoya recalca que a ella le demostró que perseverar sirve para alcanzar algo de justicia y que vale la pena seguir luchando, mucho más ahora que lo hace desde su campaña “No es hora de callar”, convertida en “sinónimo de vida y de gratitud”, en la ruta de fortaleza para apoyar a muchas mujeres que han afrontado la violencia sexual. Luz Nelly Lima la respalda, admite que aprendió a contener su dolor con tal de verla levantarse y añade que por eso hoy la acompaña con alegría a todas partes. A los Montes de María, a los barrios de Cartagena, a Tumaco, a muchas esquinas de Colombia donde las reciben con abrazos y gratitud. Después de tantos y tan “profundos sufrimientos”, como lo precisó la Corte IDH, su alianza es de mutuo alivio.

Con la memoria fina para el amor por sus dos hijas, Luz Nelly Lima cuenta que en realidad su cuidado de Jineth empezó desde que la vio en una incubadora tras su nacimiento y no creía que fuera ella, con un peso de supervivencia y escasas expectativas de vida. Pero tres años después ya interrogaba a media lengua a los mayores: “¿Usted en qué trabaja? ¿Tiene hijos?”. Después fue un paso largo por el colegio Antonio José Uribe, al lado de su casa, donde almorzaban los profesores. Tiempo de crianza para Jenny y Jineth, antes de que emprendieran sus caminos en la educación y el periodismo. El abuelo materno quería que Jineth fuera agrónoma, pero como lo testifica la profesora Ada Lía Rico, amiga de la familia, ella estaba destinada a hacerse reportera.

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Hasta el jueves 25 de mayo de 2000, cuando sus vidas cambiaron para siempre. Luz Nelly Lima recuerda que ese día acompañó a Jineth hasta el taxi que llegó a recogerla a su apartamento para irse a El Espectador, y que luego de un beso y un abrazo quedó con la sensación de que le habían arrancado algo del pecho. Con ese desasosiego caminó hasta la iglesia del 20 de Julio, invadida por unas incomprensibles ganas de llorar, ahogada en un susto largo. Ese día hubo paro de transporte y de nuevo, a paso ligero, acudió a la casa de Jenny. Ella la tranquilizó, pero a primera hora de la tarde retornó la zozobra cuando empezó a marcar al celular de Jineth sin respuesta. Siempre la enviaba al buzón. Tampoco hubo respuesta en el periódico. Así se fue la tarde y llegó la noche.

Cuando el secuestro de Jineth Bedoya ya era un revuelo noticioso y luego se supo que había sido rescatada en las afueras de Villavicencio después de las ocho de la noche, Luz Nelly Lima comenzó a organizar viaje con el compadre Hugo León. Pero la Policía, que controlaba la situación, los hizo desistir por razones de seguridad. La alternativa fue apelar al teléfono, hasta que un médico les permitió la comunicación. Con voz quebrada y sacando fuerzas, ella le dijo: “No se preocupe, estoy bien, estoy viva”. El reencuentro fue “muy difícil”, horas después en la Clínica de la Policía en Bogotá. En un interminable abrazo a solas, entre silencios interrumpidos por el dolor y la rabia, en su intimidad Luz Nelly y Jineth encontraron cómo seguir adelante después del agravio.

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Desde ese día, palpando a diario su tristeza y también la acechanza de sus verdugos intactos, Luz Nelly le pidió a Jineth lo imposible: “Si no quiere vivir, hágalo por mí, yo quiero estar con usted, la necesito”. Ella entendió que podían ser aliadas para investigar lo sucedido, pues rápidamente entendieron que la justicia no tenía disposición de hacerlo. Juntas descubrieron que sujetos sospechosos rondaban su casa, que el uniformado de su primer esquema de seguridad pertenecía a una red de secuestradores y que realmente no tenían mucho apoyo. Si acaso, un puñado de amigos y la familia. En contraste, con réplica en escenarios paralelos, la Fiscalía solo alentaba sus prejuicios sexistas, buscando un supuesto amante guerrillero para incumplir su deber.

En once años, nada quiso probar. No quería incomodar a las autoridades ni asomarse al abismo de una ciudad convertida en campo de guerra sucia entre guerrilleros, paramilitares e inteligencia militar y policial, con su trastienda del horror en la cárcel La Modelo. Fueron muchos años sin respuestas, aunque Jineth nunca se cansó de preguntar. De arriesgar su vida hasta ser escuchada. Hasta que la Fundación para la Libertad de Prensa hizo suya su causa y empezó a atar los cabos sueltos que abundaban en el expediente. Un impulso que permitió hallar algunas verdades e imponer tres condenas a paramilitares, aunque después fue necesario acudir a la justicia interamericana cuando se detuvo la acción y los tentáculos de la impunidad dejaron a salvo a sus victimarios.

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La acción ante la CIDH fue radicada en 2011 y fue una década más sin bajar la guardia, aprovechando cada instante para exigir, hasta que la Corte IDH admitió que el Estado sí fue responsable de violación a la Convención Americana y que tanto Jineth Bedoya como Luz Nelly Lima deben ser reparadas. Era lo mínimo ante el paradigma de fortaleza y dignidad que ellas demostraron. A pesar de la desprotección, del retardo de la justicia, del acoso psicológico y emocional al que fueron sometidas, de las afecciones físicas y morales que debieron soportar, juntas probaron la reciedumbre de su coraje. El que conocen también Jenny y sus hijos Laura y Javier Felipe, cuarto y quinto puesto en ICFES del país, porque la disciplina que los une es un deber de familia.

Jineth Bedoya ya no es la joven periodista de El Espectador que fue agredida el 25 de mayo de 2000 por denunciar que la cárcel Modelo se había convertido en un campo de batalla. Ahora es editora en el diario El Tiempo y su campaña “No es hora de callar” le da la vuelta al mundo. Ella define en pocas palabras la razón de su éxito: “Porque visibilizó un delito del que nadie quería hablar en voz alta”, porque demostró que la violencia sexual es más grave de lo que se piensa, y requiere tacto, responsabilidad y dignidad para ser tratada a favor de las víctimas. Ya no puede ser un estigma, ni los investigadores judiciales abordarla sin la máxima ética y exigencia. La justicia internacional le ha dado pautas a Colombia para cerrarle el paso a ese vacío judicial.

“Hay otro aspecto que no se puede obviar y que constituye otro legado de la sentencia: el mensaje de que es posible construir colectivamente y poder entendernos desde las diferencias”, puntualiza Jineth Bedoya en un mensaje para el Estado y para miles de víctimas de violencia sexual y de violencia contra el periodismo. Luz Nelly Lima la secunda, orgullosa de que su hija haya desarrollado el don del liderazgo. Ahora mucho más porque la Corte IDH incluyó disposiciones específicas para que la lucha contra la violencia sexual tenga centro investigativo, programa transmedia y fondo de asistencia. Un abanico de opciones para ambas, porque esta experiencia de luchar contra la injusticia durante tantos años hizo posible que ahora estén unidas mucho más.

Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

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