La fiesta del horror que acabó en violación masiva en una estación de Policía

Diez hombres detenidos por delitos sexuales fueron sometidos a toda clase de vejámenes por hombres, también presos, que celebraban con licor y drogas el cumpleaños de uno de ellos. El Espectador reconstruye los hechos que ocurrieron en la Heroica, en la estación de Policía de Chambacú, en el corazón de la ciudad.

Felipe Morales Sierra
24 de septiembre de 2022 - 02:00 a. m.
En esta celda de 2x2,5m mantenían a los reclusos víctimas
En esta celda de 2x2,5m mantenían a los reclusos víctimas
Foto: Archivo particular

“Fue una emboscada contra las personas que estamos aquí por actos sexuales. Aquí todo el mundo le llama violación. Nos hicieron vejámenes. Nos encerraron en una celda para hacernos… en realidad fue un secuestro. A las personas las pusieron a chupar, las amenazaron, a uno le metieron un palo”. Lo que cuenta este recluso ocurrió en la estación de Policía de Chambacú, en Cartagena, a pocos metros de algunos íconos de la ciudad que cualquier turista reconocería, como el monumento India Catalina o la muralla que rodea el Centro Histórico. Diez hombres, como él, fueron retenidos y violentados sexualmente durante horas por otros detenidos.

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Ocurrió entre el 29 y el 30 de agosto, en la fiesta de cumpleaños que alias Cabe, supuesto miembro del Clan del Golfo, celebró tras las rejas. Según varias fuentes, hubo licor, drogas y, en algún punto de la noche, las decenas de discípulos de quien ha sido llamado el “duro” de esa organización en Cartagena la emprendieron contra otros reclusos. Los violaron, los amenazaron y a uno de ellos lo robaron. Nadie los detuvo y hasta la fecha tampoco hay un solo responsable que esté procesado por la justicia, pese a que todo este tiempo han permanecido bajo la custodia del Estado. Como le dijo el hermano de una de las víctimas a este diario: “Todo ocurrió bajo las narices de la policía”.

Este recluso le contó a su hermano que estaba viendo televisión esa noche cuando “medio pabellón lo levantó”. En una denuncia que interpuso en la Defensoría del Pueblo pidiendo auxilio, detalló: “(Mi hermano cuenta que) los metieron en la última celda y ahí los mantenían encerrados, comenta que se cometieron actos y vejámenes sexuales contra ellos, que a varios de sus compañeros los apuñalaron con cucharas metálicas que convirtieron en puñal, que él como pudo se defendía”. Mientras tanto, los amenazaban. Al parecer, Cabe les dijo que si contaban lo que les habían hecho y los trasladaban, él tenía hombres en otras cárceles que les harían pagar.

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La mayoría decidió callar y aguantar hasta que la pesadilla terminara. A la mañana siguiente, como es costumbre en las cárceles colombianas, varias personas hacían fila para llevarles comida a sus familiares recluidos. Cuando entró, la madre de una de las víctimas no veía a su hijo en su lugar habitual y comenzó a gritar su nombre. Los victimarios de la celda del fondo seguían abusando de la decena de hombres que habían hecho sus rehenes y se alertaron. Identificaron al hijo de la mujer que gritaba, le pusieron un pasamontañas para que ella no viera los golpes que le habían infligido toda la noche y les permitieron verse desde la reja.

La madre quedó alarmada y, al salir, buscó ayuda, sin mayor éxito. El hermano de otra de las víctimas recuerda que fue a verlo y “tenía los ojos llorosos, estaba cabizbajo, no sostenía la mirada”. Cuando iba saliendo del lugar, extrañado, uno de los agentes se le acercó y le entregó disimuladamente unos papeles. De puño y letra, en los trozos de papel que había encontrado, su hermano le contaba: “Nos hicieron una emboscada a mí y a las personas que están por casos similares (...) si llegaran a trasladarnos, nos maltratarán y nos violarán. Acá también pasó eso. Quiero que sepan que los quiero mucho”.

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Pero no todas las víctimas hablaron con sus familiares. Uno de ellos, estratégicamente, había mantenido silencio porque esa misma tarde tenía una audiencia por un juicio en su contra. Sobre las 5 de la tarde fue llevado frente a un computador y, en medio de la diligencia, pidió auxilio. La diligencia se detuvo. El procurador que estaba en la audiencia tomó la palabra y pidió hablar con el comandante de la estación. Cuando el agente llegó, se presentó y parecía no tener idea de lo que estaba sucediendo. El funcionario judicial le dijo: “El señor nos manifiesta que ha recibido una serie de amenazas por una posible violación en contra de él y diez internos más”.

Y añadió: “Ante lo manifestado hoy en audiencia pública, nos vemos en la necesidad de solicitarles a ustedes que inmediatamente se tomen las medidas para que se proteja la integridad de estas personas”. El juez, además, le ordenó al comandante que le enviara un oficio detallándole cada acción que había tomado. Casi de inmediato, la Policía desplegó un operativo con sus grupos especiales, trasladó a las víctimas a otro lugar de la estación y registró las celdas. Ya los diez reclusos estaban fuera de peligro, pero terminaron embutidos en una celda de 2x2,5 metros y, sin mayor explicación, los agentes les quemaron sus colchonetas y otras pertenencias.

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“Querían hacerlo pasar como un motín”, le dijeron a este diario varios de los familiares. Las autoridades no tuvieron más opción que actuar cuando los medios de comunicación locales comenzaron a informar sobre lo sucedido. A varias de las víctimas las tuvieron que llevar al hospital, les tomaron sus declaraciones y un abogado, Didier Pizza, asumió la defensa de los diez. “Cuando llegó el abogado y les decía que eso no debió haberles pasado, todos lloraban”, recordó uno de los familiares. El hermano de otro interno recuerda lo que le contestó un agente cuando le reclamó por lo sucedido: “Con tanta gente que hay ahí, uno qué va a saber qué pasa adentro”.

La estación de Chambacú apenas tiene cupo para 25 detenidos. El día de la fiesta del horror había 126. Un hacinamiento que es caldo de cultivo para la anomia. Cuando otro de los familiares vio finalmente a su ser querido en el hospital, “tenía la espalda vuelta nada, como cuando en la época de la esclavitud sometían a los negros”. Solo que, en lugar de castigarlos por su raza, lo hicieron con base en los delitos que supuestamente llevaron a que estas diez personas estuvieran tras las rejas. Mientras la Procuraduría investiga si dos patrulleros también estuvieron involucrados y la Fiscalía hace lo propio, las diez víctimas fueron trasladadas a otros centros de detención.

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